Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
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Literatura, plástica y educación después del fin del mundo

La escritora y socióloga Maristella Svampa tantea pero asegura que la catástrofe de diciembre de 2001 tuvo mayores efectos hacia el interior de las ciencias sociales que sobre el campo artístico, donde lo que se puede percibir con mayor claridad es la emergencia de editoriales independientes y una movida importante en las artes plásticas, donde las mutaciones siguen produciéndose día tras día.
La socióloga es autora, entre otros libros, de Cambio de época, La sociedad excluyente, La brecha urbana, Minería trasnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, y de las novelas Dónde están enterrados nuestros muertos y El muro.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Cómo pensás impactó el 2001 en el campo intelectual en general, y en el literario en particular?
S : Tengo la impresión de que lo ocurrido en diciembre de 2001 marcó mucho más el campo de las ciencias sociales y el de la plástica, que el campo literario, al menos en términos de debate. Así, diciembre de 2001 interpeló a las ciencias sociales acerca de las lecturas posibles de lo ocurrido, generando un abismo interpretativo entre las posiciones institucionalistas (siempre más conservadoras) y aquellas no institucionalistas (que veían una apertura hacia otra concepción de lo político). Y también interpeló a las artes plásticas, de la mano de numerosos artistas y colectivos culturales, que debatieron la relación entre arte, política y actores sociales. El arte político acompañó todos los acontecimientos de esos años (manifestaciones, fábricas recuperadas, escraches, performances). Hubo dos exposiciones que a mi me parecen muy emblemáticas, la de ExArgentina (2002-2003), seguida por La Normalidad (2006), que además plantearon el diálogo entre arte y teoría social y política, en clave no sólo de levantamientos populares y movimientos sociales en la Argentina, sino también buscando un puente con los movimientos antiglobalización. Pero respecto del campo literario, no me queda claro, pues más allá de que surgieron una gran cantidad de jóvenes escritores, no parece haber perspectiva, corrientes o estética en común.

T ; ¿Qué es lo que abre el 2001 en esos mundos?
S : La productividad de diciembre de 2001 fue tal que produjo un debate sobre las formas de hacer ciencias sociales y de hacer arte, a partir del compromiso y la relación entablada con la dinámica movilizacional y con los propios actores involucrados en las luchas. Diciembre de 2001 rompió los límites de lo posible y abrió el camino hacia otras apuestas, marcadas por el carácter anfibio de la creación, sea en las ciencias sociales como en el arte plástico. Esta ruptura constituía un verdadero desafío, que implicaba repensar el rol del cientista social, por un lado, el papel del artista, por otro, desde un lugar diferente, desde una reflexividad crítica y a la vez, desde el compromiso social, sin elitismo ni hiperprofesionalismo, como en la década anterior. Por ejemplo, muchos artistas se convirtieron o se asumieron como activistas culturales, lo cual desdibujó las fronteras entre arte y acción política. Porque, aunque el activismo cultural es de larga data en la Argentina y en los 90 hubo varios grupos ligados a los movimientos de derechos humanos (vean los trabajos de Ana Longoni al respecto), éstos se multiplicaron y algunos de ellos, incluso se globalizaron.

T : ¿Cuáles serían, a tu entender, las ficciones que mejor representan ese momento de transición 2001-2003, y cuáles la estabilización posterior?
S : Aunque debe haber muchas, en mi opinión hay dos novelas que iluminan ese período. Una es El año del desierto, publicada en 2005, de Pedro Mairal, de carácter alegórico o fantástico, que cuenta el avance de la intemperie sobre Buenos Aires y el país. Ahí aparecen los conflictos entre la provincia y la ciudad, la cual va desapareciendo, va involucionando y cediendo su lugar al desierto… La otra es La intemperie, de 2008, que fue la primera novela de Gabriela Massuh. Si bien ésta es parte de lo que se llama el giro autobiográfico de la literatura, donde la autora cuenta la historia de una ruptura y decepción amorosa (la protagonista, directora de una institución cultural, es abandonada por su pareja), este derrumbe personal y afectivo se instala a su vez en el marco del derrumbe generalizado del país. Podemos leer el modo en cómo esa crisis se inscribe en la ciudad de Buenos Aires, a la que vemos transformada. La intemperie nos instala en un mundo de asambleas, de cartoneros, de militantes trotskistas, en una Argentina marcada por la catástrofe y la movilización. También hay varias novelas que retratan ese momento anterior a la crisis, entre ellos, La viuda de los jueves, de Claudia Piñeiro, que se detiene justo allí cuando se da el estallido de 2001, y nos ilumina acerca de la vida -y la simulación de la vida- detrás de los muros de los nuevos countries y barrios privados. No estoy segura de poder elegir novelas que condensen eso que llamás estabilización. Pero creo que hay una línea interesante en donde aparece esa Argentina de las clases subalternas, desde el mundo caótico de la villa al mundo colorido de los inmigrantes de países vecinos, que son universos marcados por el desorden y las desigualdades, que aparecen naturalizadas, tal como creo que ocurre en las novelas de Washington Cucurto y de Gabriela Cabezón Cámara.

T : Se ven como dos movimientos: proliferan las editoriales chicas y las grandes se apropian de grandes segmentos del mercado. ¿Cómo entender esto en el contexto actual?
S : Las editoriales medianas o chicas, también llamadas independientes son un producto post-2001. La post-convertibilidad abrió a nuevas oportunidades de publicación y con ello, a la difusión de jóvenes escritores, algo que en los 90 era más difícil. La Argentina tiene una larga tradición o historial editorial, como no dejan de recordarnos colegas de otros países latinoamericanos. Pero a esta explicación económica y a la cuestión de la tradición, hay que agregar que el llamado fenómeno de las editoriales independientes también pasa en México, Chile, Colombia. Tal vez sea parte de la dialéctica de la globalización, en un contexto de abaratamiento y aceleración en la producción de libros. Con sus ganancias limitadas, la ventaja de las pequeñas o independientes es que a pesar de todo, tienen la capacidad de apostar a una agenda o a un catálogo propio de autores.

T : ¿Qué futuro le ves a los dispositivos de lectura electrónicos en un país que tiene grandes problemas educativos?
S : Ah, es una buena pregunta para la cual no tengo respuesta. Luego de ver los resultados del PISA (Evaluación internacional de Estudiantes Secundarios, adonde a la Argentina le fue muy mal), y constatar, como profesora universitaria, que los estudiantes que llegan al primer año, tienen graves dificultades en términos de competencia lingüística y cognitiva, no sé qué decir. No sé si los dispositivos de lectura electrónica proporcionarán nuevas herramientas de aprendizaje o si servirán para tapar otros problemas. Trabajé quince años en una universidad del conurbano bonaerense, con estudiantes que provenían de las clases populares y de los sectores medios, primera generación que ponía los pies en la universidad, y era muy duro. Había un contingente de pedagogos asesorándonos, que por momentos tendía a culpabilizar a los docentes por la alta tasa de deserción, cuando todo eso distaba de ser un problema de los profesores (o para el caso, no era lo más importante). Y eso que la universidad pública ha preservado su nivel, lo cual no creo que pueda decirse de la enseñanza primaria y secundaria.

Fuente: Télam

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