Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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Lo visual ha dejado de ser central en las artes visuales

La ensayista argentina Elena Oliveras reflexiona sobre el estatuto del objeto y del cuerpo en el arte contemporáneo, sus manifestaciones de violencia extrema y la desaparición de lo visual en las prácticas visuales, condensando un universo efímero que es interpelado por los memoriales u otras disciplinas que también reclaman un lugar de enunciación.
Dos de sus libros, Estéticas y Estéticas de lo extremo, fueron publicados por la editorial Emecé, este último como una compilación que reunía aportes de diversos teóricos.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Cuál fue el criterio con el que organizó aquel libro sobre arte extremo, y qué puede entenderse como tal?
O : Estéticas de lo extremo. Nuevos paradigmas en el arte contemporáneo y sus manifestaciones latinoamericanas, es un libro que intenta ser abarcativo en términos de disciplinas (artes plásticas, teatro, cine, música) y de variantes estéticas del límite traspasado. Se trata de presentar un nuevo paradigma estético que plantea una serie de interrogantes en torno al ser del arte, a eso que hace que algunos productos humanos sean llamados arte. ¿Acaso el diseño industrial es arte? ¿Acaso la cocina es arte? Antes hubiera sido impensable su inclusión. Hoy, sin embargo, el campo del arte se amplía, se perforan los límites de lo artístico institucionalizado, al tiempo que se desdibujan los límites de las disciplinas.

T : Es una pregunta que he hecho, pero supongo tiene diversas respuestas. La llamada desmaterialización del objeto, ¿cómo impacta, si impacta, en las producciones del arte extremo?
O : La desmaterialización se pone de manifiesto en el arte efímero y en aquellas formas de arte visual que minimizan lo visual. En este caso ya no parece imprescindible ver la obra; basta con su descripción. Lo que sería impensable en el paradigma estético tradicional. Por más que intente describir con palabras La Gioconda de Leonardo o Girasoles de Van Gogh, para aprehender estas obras en toda su profundidad deberíamos verlas directamente, sentir la presencia mágica de la representación original del artista, la pincelada, el toque personal. En cambio si yo no veo directamente la Rueda de bicicleta de Duchamp igualmente puedo aprehender sus contenidos profundos a partir de su descripción, pasando luego a las teorías que la legitiman. Lo mismo sucede con la Invisible Sculpture de Claes Oldenburg, una tumba cavada por unos sepultureros contratados en las inmediaciones del Metropolitan Museum de Nueva York. Asimismo, una pila de papeles con la inscripción Un lugar mejor que éste / Ningún lugar mejor que éste de Félix González Torres, tampoco requeriría necesariamente de un ojo testigo. Basta con su descripción, y a partir de allí la obra podrá vivir en nuestras cabezas, activando las posibilidades de la imaginación. Curiosamente -y hasta escandalosamente- lo visual ha dejado de ser central en las artes visuales por lo que muchas de sus manifestaciones contemporáneas se acercan a la poesía o a la literatura. Estamos ante un verdadero descalabro categorial que afecta el sistema de objetos. Ya no hay productos primorosamente ubicados en sólidas estanterías conceptuales. Todo pareciera estar en estado gaseoso, para decirlo con Yves Michaud.

T : Las representaciones (y las instalaciones) sobre las figuras de masacres, genocidios, etcétera, ¿entrarían también en esta categoría?
O : La muerte es una experiencia extrema, y qué decir de las muertes colectivas, de las masacres o de los genocidios. Aquí la imaginación confronta con sus propios límites. ¿Cómo representar experiencias tan extremas? ¿En qué medida la representación fotográfica, por ejemplo, no es una traición a lo representado en tanto y en cuanto nos aleja del contexto real, mediatizando (congelando) la experiencia? Entonces, ¿qué deberíamos hacer? ¿No representar? Son largas discusiones las que se generan con esta situación de mediatización. Se discutió largo tiempo sobre la construcción de un mausoleo que recordara a las víctimas del Holocausto en Berlín y en la Argentina también se discutió la posibilidad de construir un monumento a las víctimas de la masacre de Margarita Belén (Chaco). Quizás lo que se conoce como contramonumento, manifestaciones efímeras en las que el espectador se convierte en protagonista principal, sea una de las alternativas más adecuadas de un homenaje que nos acerca más directamente a la experiencia recordada.

T : Al respecto, sobre el uso del cuerpo. Menos sobre implantes de microchips y cámaras, ¿cómo entender el auge de los cortes, las escoriaciones, etcétera, por fuera de la psicopatología o el exhibicionismo? No sé si la pregunta está bien formulada.
O : Artistas como Gina Pane hieren su cuerpo con navajas y espinas mientras que Tania Bruguera atenta contra su propia vida cuando en una conferencia/performance sorpresivamente saca un revolver, coloca una bala en su interior y -apoyándolo en su sien- juega a la ruleta rusa. ¿Es esto mero exhibicionismo o patología expuesta? No debemos olvidar que el arte es síntoma del tiempo y el nuestro se caracteriza por la violencia extrema, lo que daría legitimidad a estas manifestaciones. Bruguera considera que el artista contemporáneo ya no puede contentarse con la representación, que es preciso pasar a la presentación de la violencia aun poniendo en riesgo la propia vida.

T : ¿Existe, hoy más que nunca, una mercantilización de las imágenes?
O : Estamos en un mundo consumista, nadie lo duda, y el arte es, como bien lo señala Marx, un objeto de cambio, una mercancía. Esto no tiene que ver con su esencia, que es ser objeto de contemplación y -hoy más que nunca- de reflexión crítica.

T : Si fuera así, ¿qué puede decirse, desde una perspectiva histórica, de los experimentos de Gunther Von Hagens, por ejemplo? ¿Y del estatuto del cuerpo en el arte contemporáneo?
O : Von Hagens es un médico anatomista que introduce en el campo de la medicina una técnica de conservación del cuerpo muerto, la plastinación. Pero también, en un determinado momento, decide ser artista, vestirse como Joseph Beuys, y exhibir en los lugares del arte. Pero no exhibe cuadros o esculturas sino cuerpos de personas que antes de morir ceden al artista el derecho de exhibir lo que queda de ellos luego de morir. Eligen la pose con la que quieren ser recordados, así está el que quiso ser basquetbolista y no pudo serlo en vida o la que quiso ser bailarina. Es evidente que estamos en un total traspaso del límite de lo privado porque hasta ahora la muerte -el cuerpo muerto- como último bastión de la intimidad, de lo reservado al ámbito de la familia o de los amigos, se vuelve público. De esa obscenidad hablan obras como las de Von Hagens, síntomas de época que revelan un estado del mundo al que quizás pasivamente nos hemos habituado.

Fuente: Télam

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