Catamarca
Viernes 29 de Marzo de 2024
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Los 90 fue lo peor que nos pudo pasar

En Los pibes suicidas, el escritor salteño Fabio Gabriel Martínez, radicado en Córdoba, compone un perfecto fresco del inicio del movimiento piquetero en esa provincia narrando la vida y el desastre de un grupo de jóvenes devastados en su vida pública y privada por una política que no sólo destruyó los recursos naturales sino también intimidades y subjetividad.
El libro, publicado por las ediciones Nudista, es una muestra del vigor de las editoriales independientes del interior del país, tanto como de sus escritores.
Martínez migró a Córdoba cuando el desastre noventista había empezado. Hijo de un operario de la YPF privatizada, estudió en clínicas literarias con Luciano Lamberti, y recuerda con temor y temblor esos años.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : Ambientaste el libro en la Salta de los primeros piquetes. Además de retrato de caracteres, ¿tenías alguna idea de que se lea ese punto de inflexión histórico como tal, sin esa pretensión?
M : Tenía ganas de hablar de los 90 y sus consecuencias. Porque creo que ahí se encuentra el tema que siempre aparece en mi narrativa. Por eso hablé del Tartagal que dejé. Me vine a estudiar a Córdoba a principio de 1999 y el neoliberalismo menemista estaba haciendo estragos en mi zona. Y creo que el motor de la historia surge de la siguiente idea: qué hubiera pasado si me quedaba en Tartagal, si no tenía las oportunidades que tuve gracias a mi situación económica y me quedaba allá en una ciudad a punto de estallar. Sin embargo, no busqué una rigurosidad histórica sino que me preocupé por el ambiente y las sensaciones de esa época.

T : La violencia -explícita o soterrada- es permanente: las condiciones sociales, los personajes contra los otros y contra sí mismos. ¿Cómo hiciste para mantener la tensión hasta el final?
M : Trabajé por mucho tiempo la novela. Tenía una idea clara de lo que quería decir pero plasmarlo en la historia se me tornaba más difícil. En una primera versión los pibes suicidas eran más y a todos les pasaban cosas terribles. Gracias a las lecturas de Luciano Lamberti y Pablo Natale me di cuenta que tenía que simplificar. Saqué personajes, reescribí la primera y segunda parte y los separé en capítulos, buscando que cada uno de ellos, o por lo menos la mayoría puedan funcionar como cuentos independientes con la tensión necesaria, ya que creo que eso es clave para un buen relato. También me ayudó mucho corregir gran parte de la novela en una clínica literaria dictada por Lamberti, a la cual asistían otros escritores cordobeses como Mariela Laudecina, Hernan Tejerina y Gustavo Centineo. Gracias a ellos logré pulir esta novela.

T : Es una novela de diálogos. Pero el argot, las costumbres, los usos, los abusos ¿podrían estar pasando en cualquier barriada de Córdoba o del Gran Buenos Aires, no?
M : Yo creo que sí, que la mayoría de las situaciones de Los Pibes… podrían pasar en cualquier parte, pero también creo que hay algo que de alguna manera le da una característica particular, que es la frontera. La historia se centra en Tartagal, que queda a 50 km de la frontera con Bolivia, y ese lugar, es demasiado terrible y te aseguro, esa realidad supera ampliamente mi ficción. También está la privatización de YPF que para nuestra zona fue devastadora y en ese derrumbe hay miles de historias.

T : También es un relato de catástrofe inminente. Uno no sabe que va a pasar pero algo va a pasar. Algo denso. Esa escritura, falsamente lineal, ¿cómo la trabajaste?
M : Creo que lo catastrófico a surge desde un primer momento debido a la situación que rodea a los personajes. Los pibes suicidas tienen muy en claro que todo se va a ir a la mierda, pero ellos deciden esperar esa explosión volándose la cabeza, escuchando buena música, tomando la mejor merca aunque en el fondo guarden una esperanza de salvación. Y en cuanto a la escritura, desde un principio decidí apelar a la primera persona, con un lenguaje seco, contando sólo lo necesario, luchando con mis limitaciones porque la verdad que de otra manera no me sale y robando mucho de otros autores. Me sirvió un montón leer novelas como Los detectives salvajes, La ciudad y los perros, Menos que cero, Pedro Páramo. A cada página que leía se me ocurrían nuevas ideas. Y para que la primera persona no canse tanto incluí esos tres capítulos donde aparece una tercera persona, tratando de estilizar el lenguaje y la historia principal parece detenerse para darle lugar a situaciones que de alguna manera contextualizan la trama principal.

T : Se podría pensar en una suerte de sociología narrativa pero es reducir su complejidad. ¿Pensaste que podía ser leída así?
M : Creo que lo que cuento es una visión particular de cómo viví esos años en Tartagal. A mi viejo lo desvincularon de YPF y sin embargo el gran sueño argentino parecía cubrir todo y a mi manera, me comí esa mentira menemista. También yo me fui sabiendo que la zona iba a explotar y nunca volví, me quedé en la comodidad de Córdoba. Tal vez por eso fue que escribí esta novela, fue una manera de volver y por otro lado para que la gente del departamento San Martín tenga una visión particular que deja en claro que los 90 fue lo peor que nos pudo pasar.

T : ¿Qué escritores leés o releés? ¿Qué estás leyendo ahora? ¿Y tus planes?
M : Me gusta mucho leer autores contemporáneos. Empecé a leer mucho de grande y la verdad que a muchos clásicos no los leí. A veces me junto con amigos escritores, pedimos comida, tomamos vino, jugamos al poker, hablamos de literatura y cuando le confieso que no leí, por ejemplo, Zama de Di Benedetto me ponen un cono de silencio. Disfruté mucho el último libro de Sergio Gaiteri, La Vertiente, que para mí es un referente. La sed, de Hernán Arias, me encantó, me pareció de una sensibilidad increíble. También releí varías veces El loro que podía adivinar el futuro, de Luciano Lamberti, porque para los que estamos en Córdoba fue una obra que de alguna manera marcó un quiebre y me sirvió para lo que estoy haciendo en este momento que es un libro que está entre el cuento y la novela pero que pretende de alguna manera bordear el realismo. Hay un cuento que se llama Dioses del fuego, trata de unos chicos que queman autos y ese relato marca el ritmo del libro entero. Este año lo arranqué leyendo libros de escritores jóvenes salteños. Tenía ganas de ver que se estaba haciendo en mi provincia y la verdad que me encontré con muchos chicos que están llenos de ganas y estoy seguro que pronto van a sacar grandes libros.

Fuente: Télam

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