Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Los incómodos personajes de Claudio Tolcachir

En toda familia suele haber un costado oculto, a menudo ominoso. Desde La omisión de la familia Coleman, Claudio Tolcachir, autor, actor y director teatral no ha dejado de observar los comportamientos familiares con una lupa precisa e impiadosa.
Emilia, su nuevo espectáculo, no es ajeno a esa línea de teatro incómodo y exasperante realizado con hondura y rigor estético. ¿Qué secretos se ocultan en un grupo familiar que intenta mostrarse feliz y unido? En Emilia el peso de la acción no cae en el personaje que le da título a la obra, sino en Walter, interpretado de manera magistral por Carlos Portaluppi. El es el hombre que no puede, o no quiere, ver la realidad. El mismo que anticipa su supuesta felicidad desde la primera escena y que intenta tapar todo con palabras. Pero a medida que pronuncia esas palabras las mismas van convirtiéndose en vacías, o en slogans de una felicidad prefabricada. Walter es un hombre desesperado. Y esa desesperación marca el vínculo que intenta tener con Caro, su mujer, y con Leo, a quien considera su hijo.

En Emilia crece el clima siniestro a través de una puesta en escena que bordea cierto realismo exasperante en el que se define la acción. Walter ha sido criado por una mujer que se ha comportado como una niñera, suerte de madre abnegada y empleada doméstica que supo comprenderlo y acompañarlo en su desamparo afectivo. Emilia llega ahora a visitar a un hombre adulto, alejado, pero no tanto, de esa criatura que ella supo acunar en sus brazos. Lo que ocurre frente a Emilia puede leerse también como la repetición de una escena de la infancia de Walter. El no ha podido vivir sin resguardarse del mundo exterior. Walter no quiere que nada entre a su casa y pueda perturbar la mentira que ha construido. Quiere controlar todo porque tiene pánico a que su mundo irreal se desmorone como un castillo de naipes.

El caso de Leo es distinto. Él trata de agradar a Walter, intenta ser su hijo, lucha para que la locura se convierta en normalidad. Pero lo que realmente le ocurre es que está desconectado de sus propios deseos. Ni siquiera ha tenido en su infancia la compañía de una mujer dulce y compresiva como Emilia.

Caro, la mujer de Walter, es un fantasma. Desde la primera escena no es difícil advertir su profunda depresión. Vive una vida que no desea. Quizá, en algún momento, creyó que podía amar a quien no amaba. Pero es sabido que nadie le da órdenes al amor. Ella ha construido su propio infierno. Es probable que con su ex marido existiera algo del orden de la pasión, pero casi como un fuego extinguido al que se recuerda cada tanto y a lo lejos.

Como en La omisión de la familia Coleman, en Tercer cuerpo o en El viento en un violín, Tolcachir siempre supo que el teatro es cosa de actores y que si estos fallan se derrumba todo el andamiaje del espectáculo. De ahí que elija con tanto acierto a los intérpretes para sus obras. Decir a esta altura que Carlos Portaluppi es uno de los grandes actores de nuestra escena es casi un lugar común. Pero lo que logra en Emilia es sencillamente extraordinario. Por su entrega emotiva, por los matices que aporta a su papel, por la profundidad de su composición, Portaluppi es el gran protagonista de esta nueva realización de Tolcachir. Admirable, también, el trabajo de Francisco Lumerman en la piel de Leo, y el de Adriana Ferrer, como Caro. Gabo Correa, un buen actor, sin duda, afronta el desafío de interpretar un papel que necesitaba un mayor desarrollo desde la dramaturgia. En cuanto a Elena Boggan, al frente del personaje que le da título a la obra, ella tiene la cuota exacta de dulzura y sorpresa que requiere su rol.

Ahora bien, ¿cómo podría definirse la poética de Tolcachir? O mejor: ¿cuáles son los vasos comunicantes entre sus obras? Es evidente que Tolcachir incomoda al espectador al mostrarle personajes reconocibles, pero que generalmente la sociedad burguesa bien pensante y de "buenas costumbres" trata de ocultar. Los Coleman no son los rubiecitos ideales para ser fotografiados por la revista Hola, tampoco la familia que intentan construir las criaturas de El viento en un violín podrían pasar un examen de los estratos más conservadores de la sociedad. En sus textos, o mejor dicho en sus espectáculos, lo que se juega transcurre en los límites. Tolcachir describe un mundo donde la caída del padre, y por lo tanto la caída de la ley, es moneda corriente. Su poética refleja cierto desamparo esencial, pero también muestra el deterioro de las máscaras con las que se pretende ocultar la realidad. Spinoza pedía no ridiculizar, ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino entenderlas. Y lo que hace el teatro de Tolcachir es eso. Al mostrar el desamparo, la indefensión y cierta orfandad, cuestiona a la sociedad contemporánea. No le preocupa, y lo bien que hace, bajar línea o imponer un modo de comportarse en la vida. Todo lo contrario. Genera preguntas antes que respuestas. Sus personajes representan aspectos de nuestra propia oscuridad. Lo que irrumpe en el escenario es el conflicto descarnado, a veces brutal, de aquellos que resultan incómodos o impresentables. El teatro del Tolcachir no es el del anuncio publicitario ni el del censor ideológico. Es un teatro de personajes arrojados a un mundo hostil que no siempre comprenden. Algunas de sus criaturas parecen escapadas de un relato de Roberto Arlt, pero otras recogen la tradición de perdedores anclada en algunas páginas de nuestra mejor literatura.

Resta decir algo central: la poética en el teatro no es sólo una poética de los textos. Las puestas en escena de Claudio Tolcachir son la sustancia de su manera de construir formas teatrales. De hecho La omisión de la familia Coleman surgió del trabajo con los actores. En el caso de Emilia, el director arrojó a sus intérpretes a una zona despojada rodeada de almohadones y telas. Los espectadores siguen la acción como si se tratase de un combate que se realiza en una suerte de picadero donde no están ausentes ni la violencia ni la piedad. Violencia y piedad, palabras que parecen tener sentidos opuestos y que gracias al talento de este hombre de teatro y al equipo que lo acompaña en Timbre 4, alcanzan una dimensión poética de admirable impacto teatral.

Fuente: Télam

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