Alrededor del cajoncito de El Gringo se esparcen botes de tinta y varios cepillos. El lustrador se levanta y un apretón de manos inicia la charla con el periodista de LA GACETA. "En 1956 comencé a lustrar y ya tengo 65 años de edad", dice este trabajador, que asegura conocer el oficio como la palma de su mano. "Antes había lustradores por todas partes. No sólo en la calle, sino en salones cerrados. Aunque yo jamás trabajé adentro, porque mi lugar siempre fue la calle. En ella me di varios golpes desde muy chico", confiesa con orgullo. "Con este trabajo crié a mis cuatro hijos y dentro de mi pobreza, siempre traté de darles lo mejor, pero más que nada, luché por educarlos bien", concluye. Luego llega un cliente que mira su reloj con gesto de apurado y El Gringo no duda en atenderlo rápidamente.
Al lado de un quiosco de revistas, Miguel, al que todos conocen como Micky, de 75 años, acaba de despedir a un señor que se marcha satisfecho por el brillo que ahora lucen sus zapatos marrones. "El 10 de noviembre de 1952 llegué por primera vez a esta esquina. Me vine de Taco Ralo, donde vivía con mis abuelos", cuenta "Micky" al mismo tiempo que cierra el bote de tinta. "Amo mi profesión. Pero en cualquier momento tendré que dejarla. Sólo me faltan 16 cuotas para terminar de pagar mi casa. Cuando salde las cuentas y si Dios me da vida y salud. me dedicaré a descansar. Aunque voy a extrañar a mis clientes", agrega "Micky", mientras devuelve saludos y sonrisas a los que pasan por la vereda del ex cine Plaza.
José y Mario Ávila son hermanos y ambos trabajan como lustrabotas hace 40 años en la misma esquina de la plaza Independencia, cerca del puesto de Varela. José recuerda que lustró los zapatos y las botas de varios gobernadores de Tucumán y que alguna vez recibió el impacto de un gas lacrimógeno en su pantorrilla derecha. "En los 90 conocí a Tinelli. Venía a organizar un partido de fútbol solidario. Cuando bajó del auto me pidió que le lustrara los zapatos", agrega. Rememora los años cuando la plaza Independencia estaban llena de lustradores. "Ya se fueron muchos, yo me quedé porque me gusta el oficio, tanto como jugar al fútbol. Siento que este es mi salón de lustrar, un verdadero salón, pero sin techo", define.
Fuente: lagaceta.com.ar