Catamarca
Viernes 29 de Marzo de 2024
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Malandras y punteros en un texto que analiza los usos sociales de la pobreza

Entre las décadas del 80 y 90 se propagaron por el conurbano bonaerense las ocupaciones de tierras, un fenómeno que según analiza el historiador Jorge Ossona en su obra Punteros, malandras y porongas, disparó nuevos liderazgos y condensó los ideales de realización colectiva en un circuito delimitado por el potrero, el delito, la religión y la militancia política.
Allí donde la legalidad se vuelve difusa y la exclusión obliga a repactar los modos de subsistencia, cientos de familias se rearman como pueden y aprenden a moverse con sigilo entre lealtades y negociados que se gestan a espaldas de las estructuras jurídicas y de la política tradicional hasta que un día adquieren visibilidad y empiezan a ser tenidos en cuenta como estratégicos conglomerados de poder.

¿Qué variables dispararon la propagación vertiginosa de las tomas territoriales en los 80 y en los 90? "Son muchas y concurrentes. De hecho el tema de las tomas es de vieja data -destaca Ossona a Télam-. El fenómeno arranca cuando se produce la afluencia masiva de inmigrantes del interior hacia los años 60, un poco a raíz de la crisis del mercado interno con sus consecuencias sobre las economías regionales de corte agroindustrial".

"Esto marca una inflexión que determina la aparición del fenómeno de la pobreza estructural y el surgimiento de las villas miserias. Luego a mediados de los años 70 comienza en la Argentina una reestructuración económica mucho más profunda que coincide con el declive del tercer gobierno peronista", explica el historiador.

"Más tarde, la dictadura militar provoca la expulsión masiva de muchas villas de la ciudad hacia el gran Buenos Aires provocando una saturación en muchos lugares y una suerte de anomia tanto en la convivencia como en la organización social -indica-. Y a partir de los años 80 las ocupaciones compulsivas se extienden como una mancha de aceite sobre Buenos Aires y las grandes ciudades industriales".

Ossona describe las actividades polí­ticas, inmobiliarias y delictivas que transcurren en Campo Unamuno -una parcela ubicada en una de las zonas menos habitables de Villa Fiorito- y analiza la nomenclatura específica que identifica a cada integrante de la pirámide de poder según el grado de proximidad con la dirigencia política tradicional.

En el recorrido por los nuevos actores sociales surgidos al calor de la marginalidad irrumpen entonces los hormigas, los puntas de lanza, los culatas, los escruchadores, los barderos, los guachines, los drogones y los porongas, exponentes de un mundo donde se funden el fútbol, la religión, la piraterí­a del asfalto y el narcotráfico.

"Una ocupación compulsiva es un fenómeno fuera de la ley pero que tiene que ver con procesos históricos concretos. La Argentina empezó a vivir fuera de la ley a mediados de los años 60 con el golpe del 66 y la violencia política que sobrevino luego del Cordobazo. Eso lo convirtió en un país que terminó viviendo al margen de la ley, con prácticas que continuaron aún en democracia", apunta.

"Una ocupación, de ser exitosa, deviene asentamiento y termina siendo una suerte de laboratorio social que procura reorganizar y resocializar de una manera nueva y espontánea -por ensayo y error- todo lo que se había destruido. La gente quiere seguir viviendo y tiene que ensayar nuevas estrategias de supervivencia", define.

Punteros, malandras y porongas, recién publicado por Siglo XXI editores, se concentra en dos períodos de tomas territoriales: las que tuvieron lugar entre los 80 y principios de los 90, y un segundo aluvión ocurrido entre 1997 y 1999.

"El historiador sostiene que mientras las primeras ocupaciones estuvieron alentadas por las fantasías de remisión de la pobreza -acaso por la ilusión del retorno democrático de 1983- en el segundo lapso ya prospera la resignación frente a su condición "irreversible".

"Hasta mediados de los 90 todas las políticas estaban destinadas a erradicar la pobreza en términos de volver a la sociedad inclusiva vigente hasta la culminación del país industrial. Todo apuntaba en ese sentido, desde las políticas asistenciales como el Programa Alimentario Nacional implementado por el gobierno de Raúl Alfonsín hasta las políticas de foco neoliberal de los 90", señala Ossona.

"Con el nuevo siglo, la pobreza ya es considerada como un fenómeno irreversible que genera nuevas identidades y concepciones del mundo -asegura-. Hoy se sabe que los pobres se organizan mucho y no son un sector inerte. Todo lo contrario: tienen una cultura política y saben que hay que negociar respetando ciertas pautas o límites porque si no se «lo devoran los de afuera»".

El ensayo de Ossona se hace fuerte en registro de la convivencia entre fenómenos y actividades de signo antagónico, desde los distintos cultos religiosos paralelos -católico, evangélico y umbanda así como los dedicados a San La Muerte o el Gauchito Gil- hasta la coexistencia entre el mundo del trabajo y las actividades delictivas.

"Un territorio ocupado es un conglomerado de situaciones muy complejas obligadas a coexistir. El asentamiento se monta al principio sobre una suerte de anomia. Luego hay una reoganización que implica una recomposición bajo condiciones sociales y políticas muy distintas de las anteriores", analiza Ossona.

"El componente anómico es parcial. En algún momento hasta las mafias deben volverse previsibles. Un barrio manejado por narcos o delincuentes genera estrategias de astuto disciplinamiento de los vecinos para frenar un colapso posible. Se trata de una minoría que gobierna a unas mil familias que quedan a merced de este negocio y muchas veces terminan indirectamente involucradas", señala.

"En ese sentido, los jóvenes son un segmento crucial. Las políticas de resocialización muchas veces apuntan a contener a esta franja pero son insuficientes y entonces los jóvenes terminan a merced de las bandas", acota Ossona.

¿Qué características tienen los nuevos liderazgos surgidos en los asentamientos? "El puntero suele tener mala prensa pero en definitiva es un tipo que ayuda a la gente, un dirigente de base con fuerte compromiso con su dirigidos y que suele repugnar el narcotráfico. Puede llegar a obedecer a un jefe narco por una cuestión compulsiva pero no lo valora", observa.

"El puntero es un vecino o militante político que hace favores. A la mayoría no le interesa ser funcionarios, aspiran en cambio a ser influyentes -analiza Ossona-. Los dirigentes surgidos en los asentamientos de los últimos años conjugan tareas políticas con otras sociales relativas a la subsistencia. Cuando acceden al poder territorial deben hacerse cargo de los cambios en la urbanización y de garantizar la ayuda social.

Fuente: Télam

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