Catamarca
Miercoles 24 de Abril de 2024
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Martin Virgili: uno que se quedo

Martín Virgili es compositor y dibujante, estudioso de John Cage y de Anthony Braxton. Estudió en París y se volvió y así como se volvió de París, se quedó en Mar del Plata empujando distintas iniciativas: el Club del Dibujo, conciertos en Villa Victoria, emprendimientos fílmicos sobre la genealogía de la ciudad, obsesionado como está por el arte de escuchar, por el sonido de esta ciudad que cumple ciento cuarenta y un años.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Cómo decidiste venir a vivir a Mar del Plata? ¿Qué encostraste acá que no había en otro lado?
V : Más que decidir venir a vivir, elegí acompañar a una ex-pareja (bióloga) a quien le ofrecieron trabajar en el mar. Luego (una vez que lo dejamos), llegó el momento de saber si a mí me gustaba la ciudad, es decir: si quedarme o irme a otro lado. El mar y el cielo ganaron la partida. Y mis amigos también. Todo lo demás es bastante duro en Mar del Plata. Así que pude ver a mi familia local, la modesta red de amor que había armado, y la sensación que tenía algo que ofrecer a la comunidad. La ciudad me ofreció y me ofrece precisamente eso, la posibilidad de ponerme en relación con un grupo de amigos que de alguna manera padecen esas mismas incomodidades históricas que se dan en Mar del Plata (sobre todo si uno parte de la riqueza en tantos sentidos que la ciudad tiene para ofrecer), y en ese encuentro, en el intercambio de esperanzas y padecimientos, encuentro algo que es muy nutritivo para mi trabajo (como compositor) y mi crecimiento personal.

T : Músico, docente, dibujante. ¿Cuál es el sonido de fondo de Mar del Plata? ¿Cómo intervenir en ese campo entonces?
V : Las ciudades suenan. Cada geografía imprime a su vez un diseño sonoro particular. Sus habitantes y sus animales, también. Toda actividad y actitud humana suena: viene acompañada por un sonido: es el murmullo del sentido. Así, los sonidos del trabajo, del ocio, de sus estudiantes; los sonidos del arte, de las muestras, de los conciertos, de las armas, de las demoliciones, de las escuelas, de los deportistas, de las muertes… Todo suena, cada actividad encuentra asidero en la trama de sonora de un lugar. Hay mucho que estudiar y abordar ahí. Incluso, si se espera encontrar nuevas respuestas para salir de repetidos problemas. El estudio del diseño sonoro de una ciudad, o de una región (que puede ser también un barrio, o una escuela, o un teatro) nos informa sobre cómo se escucha precisamente, en esos lugares. Una ciudad musical, por decirlo de algún modo, es una ciudad que ante todo escucha. En música, incluso las experiencias más radicales del noise -del ruidismo- serían impensables si sus autores e intérpretes no tuvieran una meditada relación con la escucha. En Mar del Plata me doy cuenta que no hay un interés en escuchar en general. Es curioso ver en la costanera, de Playa Grande a Varese, como se yuxtaponen grupos de amigos que delimitan un espacio particular, a través de una música que es emitida desde los estéreos de sus autos, a un volumen alto. Música contra música, auto contra auto. El mar del fondo. Una máscara, un casi silencio. Las confiterías y bares que dan al mar, tienen que modelar con música ambiente por miedo de que el sonido del mar aburra a sus clientes. Así, creo que hay una dificultad en escuchar, que se está perdiendo el arte de escuchar (de verdad) al otro. Un escuchar sin rédito, sin esperar ganar o perder. No se trata del escuchemos al pueblo o a los vecinos, sus problemas sus inquietudes, sino más bien de que haya una actitud hacia la escucha… Está claro que escuchar activa de inmediato la humildad como virtud. Escuchar al otro (escucharlo, no oírlo) produce un desplazamiento interior que nos obliga a revisar nuestras certezas, nuestros puntos de vista. Cuando escucho, desarmo mi mundo y comienzo a comprender el mundo del otro. Los músicos que se dedican a improvisar (sobre todo los que no provienen del jazz), manejan una interpenetración de ideas que no le son propias. Es cuando nos encontramos frente a un arte musical experimental: precisamente porque los sonidos se nos ofrecen por fuera de las formas fijas y las convenciones. Creo que si en Mar del Plata se produjese una renovación o revalorización del arte de escuchar, se abrirían posibilidades insólitas que modificarían el diseño y las relaciones sociales.

T : ¿Qué libro es Mar del Plata a tu criterio?
V : Se me viene a la cabeza, así de golpe, El extranjero, de Albert Camus. Muchas veces me he sentido viviendo en ella en medio de ese libro. Con un sentimiento mórbido pero enfrentado a la belleza visual y sonora del mar, de las sierras y de la luna reflejada en sus pequeñas bahías. Hay una adoración hacia el turista, hacia el extranjero, en detrimento de sus habitantes. La historia simbólica de Mar del Plata es la historia que el turista necesita. Sobre esa base, los que vivimos en ella, nos encontramos perdidos, extrañados. ¿Qué vale en mi ciudad? ¿Qué pasó en este edificio tan bello y a punto del derrumbe? ¿Dónde comenzó? ¿Hacia dónde se dirige…? Este problema identitario es un fenómeno que sufren muchas ciudades turísticas. En Barcelona, por ejemplo, el turismo masivo, estuvo complicando seriamente los sutiles lazos simbólicos que esa ciudad fue construyendo a lo largo de tres siglos. Salvando las distancias, Mar del Plata, está de alguna manera yendo hacia esa dirección.

Fuente: Télam

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