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Jueves 25 de Abril de 2024
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Matrimonio entre personas del mismo sexo: “No se puede plebiscitar un derecho”

A menos de quince días de haberse casado, Verónica Dessio y Carolina Pérez sostuvieron que lo más ridículo que han escuchado en relación al debate sobre el matrimonio gay fue que “había que someterlo a plebiscito”. Distendidas en el comedor de su casa, le cuentan a Télam sus historias y el por qué de la lucha para que se apruebe la ley.

(DIARIOC, 07/07/2010) “La idea del plebiscito no resiste el mayor análisis, en el único lugar del mundo donde los derechos humanos se plebiscitaron fue en la Alemania nazi. ¿Queremos parecernos a eso?”, dispara Verónica, de 38 años, una de las dos mujeres de la pareja que contrajo matrimonio el 25 de junio pasado en La Plata.

Su compañera y actual esposa, Carolina (37), coincide plenamente en el planteo. “Que hay que plebiscitar es lo más ridículo que escuché estos días en el debate – sostiene – y hay un razonamiento falaz en esto, porque se quiere hacer un plebiscito para excluir a los diferentes. Es como si quisiera llamar a plebiscito para ver si se ponen rampas o no en las esquinas. Va a haber una masa de gente que no se va a expresar, simplemente porque no es paralítica. También puede haber quienes se opongan porque les saca lugar para estacionar”

Verónica y Carolina se conocieron hace nueve años a través del chat. “Todavía no estaba tan instalado el tema de chatear, y nosotras nos encontramos en uno de los primeros salones que hubo. Después de chatear un mes acordamos una cita en una esquina y Vero no fue”, recuerda Carolina.

Días después de aquel intento fallido retomaron contacto vía chat y después de unas semanas decidieron un nuevo encuentro, pero esta vez en la casa de Carolina. “Esos nueve pisos por ascensor hasta el departamento fueron eternos, porque nosotras veníamos con charlas muy profundas por Internet, pero cuando te encontrás con alguien personalmente es como comenzar de cero”, asegura Verónica entre risas.

Al momento de conocerse, Carolina ya le había dicho a sus padres que era homosexual. “Nací y me crié en Bahía Blanca, una ciudad muy conservadora para estas cosas”, cuenta Carolina, quien asegura que desde los 14 años que sabe que es homosexual.

Y agrega: “Después hay otro proceso que es el de hacerle lugar en la cabeza, aceptarlo. Eso lleva un tiempo, pero es porque esta sociedad te impone un modelo como el único. Hasta los 20 que lo conté sufrí mucho y en soledad, todo por cumplir con un mandato”.

Verónica, en cambio, no había contado que era lesbiana a su familia hasta que comenzó la relación con Carolina. “Hoy siento que hay un camino más allanado para hablar con la familia, pero hace diez o veinte años atrás era más difícil. Cuando finalmente me decidí a decirlo pensé que para mi familia iba a ser una bomba, y resultó que una vez superado el impacto, lo aceptaron con naturalidad. Es más, tengo una abuela de 94 años que es la primera en defender el matrimonio gay”, asegura.

Al poco tiempo de estar juntas Carolina tuvo un delicado problema de salud, la operaron de urgencia y tuvo que hacer unas semanas de reposo, lo que ocasionó que la despidieran de su trabajo. Fue entonces cuando decidió retomar los estudios de psicología, carrera de la cual se graduó hace poco más de un mes.

“Nuestra vida fue de muchos libros dando vueltas”, bromean mientras cuentan que a los dos años de conocerse decidieron comprar un departamento en un PH para irse a vivir juntas.

“Siempre soñamos con casarnos, pero al principio no lo pensábamos como una posibilidad real. De hecho tenemos unas amigas que también son pareja y habíamos dicho que la más grande sea nuestra “jueza de paz” en un casamiento simbólico que pensábamos hacer”, comenta Carolina.

Y Verónica agrega: “En un momento nos empezó a caer la ficha de que esto se estaba instalando y no tardamos mucho. Fuimos al registro civil con otra pareja, y nos atendió una señora. Cuando le dijimos que nos queríamos casar nos dijo que no tenía turnos para ese momento pero sí para dentro de quince días. Inmediatamente nos pregunta quién se anota. ‘Las cuatro’, le respondemos, o sea son dos casamientos. La señora se bajó los anteojos y nos replicó: ‘me están jodiendo?’”.

Ante la respuesta de que no se trataba de una broma, la señora llamó a un superior y le pidió que “se hiciera cargo del asunto”. Finalmente se presentó ante ellas el delegado quien les pidió que presentaran el pedido por escrito. La solicitud vino rechazada y con eso se armó el expediente.

Verónica, que es abogada, tomó el amparo modelo de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGBT) y junto a Karina Duranti (también abogada y militante de la causa) lo adaptaron a los procedimientos de la provincia durante la Semana Santa.

“La diferencia de derechos entre las parejas homosexuales y las heterosexuales es infinita – explica la abogaba - cualquier pareja heterosexual que decide no casarse tiene igualmente protección, puede solicitar un préstamo en forma conjunta, anotar a su conviviente en la obra social, pedirse el día cuando el otro se enferma, y si tiene un hijo lo puede inscribir a nombre de los dos integrantes de la pareja.”

Carolina agrega: “Más allá de las cuestiones utilitarias, nosotras fantaseábamos con esta fecha simbólica en nuestras vidas. Esta es una historia de amor, y eso es lo que más nos movilizó. Nos amamos y nos sentíamos al margen en no poder compartirlo socialmente y plenamente. Yo desde que nos casamos siento más contención porque hay un marco que contempla nuestra relación”.

Y ambas coinciden en otro objetivo no menor para lograr el matrimonio: “la igualdad de derechos”. “Hay muchas parejas que se quieren casar y no tienen medios para pagar un abogado. Entonces, si se logra la ley se protege a todos”, aseguran.

“Agrandar la familia”

El tema de tener un hijo se instaló en la pareja de Verónica y Carolina a partir de un sueño de esta última: “Soñé que tenía en mis brazos una beba igual a Verónica, con ojos grandes. Y cuando me levanté se lo conté y a partir de ahí comenzamos a soñar con agrandar la familia”.

Sus recorridos individuales en relación a la maternidad habían sido diferentes.

“Cuando asumí mi homosexualidad pensé que iba a ser un impedimento para la maternidad porque pensaba en función de los mandatos. Al principio uno es pasivo en relación a los mandatos. Entonces fui haciendo un trabajo interno para aceptar que no era compatible ser homosexual con ser madre, y lo vivía con dolor. Después tuve un problema de salud y biológicamente no puedo tener hijos, entonces había renunciado a esa idea”, cuenta Carolina.

A Verónica le había pasado algo distinto: “Yo no tenía instalado el deseo de ser madre, no es que me planteaba que siendo gay no podía serlo, sino que no tenía ganas. Cuando comenzamos a hablar de agrandar la familia con Caro no vi ningún tipo de imposibilidad en eso. Creo que hay mucha hipocresía en relación a este tema y que se está usando a los chicos como caballito de batalla porque es un tema sensible”.

Desde la perspectiva profesional, Carolina ratifica esta opinión de su compañera: “Hay una seria imposición del mundo adulto hacia la infancia. Esta certeza de que un chico necesita para desarrollarse mamá y papá, aunque haya sido siempre así, no es real; la perfección no existe. Hay hijos de padres perfectos que terminan en neuropsiquiátricos. Los padres cometen errores y esos errores son fecundos para el crecimiento de los chicos. Nadie puede decir: “yo crié a mi hijo perfecto y el resto se equivoca”.

Ambas refutan la teoría de la necesidad imperiosa de “mamá y papá” al sostener que, bajo este criterio, “una persona que pierde a su pareja heterosexual tendría entonces que dar a sus hijos en adopción, y esto es un disparate”.

“Lo fundamental para una persona en sus primeros años de vida es recibir amor, haber sido deseado como hijo, ser cuidado física y psicológicamente, y no existe la idea de confusión en su sexualidad por tener padres del mismo sexo. El desarrollo sexual del ser humano es un abanico de colores”, reafirma la psicóloga.

En relación a cómo recibe la sociedad a los hijos de parejas gays, cuentan que en los casos que conocen “los colegios han ido aprendiendo a medida que los chicos fueron creciendo. Y se fueron adaptando sin inconvenientes a que, por ejemplo, a una reunión de padres vayan los dos padres o las dos madres”.

Además, agregan un dato que consideran clave: “Es una pavada no regular porque estos chicos existen y van a seguir viniendo, sea por inseminación artificial o por adopción monoparental. Lo único que pasa es que si no sale la ley estos chicos van a estar desprotegidos. Si realmente les interesan tanto los chicos, hay que hacer algo por los que están. Lo mismo sucedió en otra época con los chicos extramatrimoniales, que estaban estigmatizados, o los hijos de padres separados”.

“Además – sostiene Carolina – ninguno de los que opone propone qué hacer con los chicos que ya existen, ¿se los va a expropiar a la pareja homosexual y a ponerlo en una institución? No puedo creer que no puedan dar una respuesta a esto”.

Y concluyen: “La sociedad quiere hacer de cuenta que no están, pero estos chicos ya existen, con nombre y apellido, y con menos derechos”.

Fuente: Telam


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