Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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Memoria de Leopoldo Marechal

No recuerdo bien si en Hoy en la Cultura o en El escarabajo de oro, una de las primeras notas que escribí y publiqué en mi tal vez remota juventud (además de un comentario sobre la obra de Javier Heraud, a quien acababa de descubrir, el poeta peruano asesinado en el río Madre de Dios con balas de las que se usaban para matar fieras en la selva), fue sobre Leopoldo Marechal, titulada "A treinta años de poemas australes".
El título sería este o algo muy parecido, quiere decir que habría de ser hacia 1968, días más días menos. Una nota que, sin duda, no vale la pena buscar ni recuperar, muy primeriza, poco centrada desde un punto de vista crítico o académico, aunque entusiasta y llena de la admiración y del cariño que, ya entonces, profesaba por el Maestro. Lo admiraba a don Leopoldo desde antes, desde mi paso por el Colegio Nacional de Carlos Casares, donde el muy joven y gran profesor Eitel Orbith Negri nos hablaba de Antígona Vélez (1951), que él había representado en La Plata, y nos leía, sin privarse de emociones, algunos de sus versos, en los que yo había aprendido, con esa buena costumbre que heredaba de mi madre (y que tanto sostiene George Steiner), de memoria, y guardándolos por eso toda mi vida, varios de sus más bellos poemas. Siempre quise, hasta hoy, su poesía.

Aquellos tempranos contactos literarios anteriores se sumaron a amistades sobrevinientes, puesto que en la época de El escarabajo de oro lo tratamos a menudo. Fui, efectivamente, cuando joven, regular visitante de su departamento de la calle Rivadavia, en Once, a veces acompañando a los amigos de la revista, en más de una ocasión solo. Era un placer tratar a esa persona fina, solícita, elegante en su sabiduría, sensible, campechana y muy cordial. Todo ello nos llevó a pedirle, con Vicente Battista y Edgardo Trilnick, cuando fundamos una nueva revista de ficción y pensamiento crítico, que nos autorizara el uso del nombre de su magnífica novela, Adán Buenosayres, para titularla. Modesto, o en la época algo cansado de hacerse de enemigos, delicadamente declinó el ofrecimiento.

Nació entonces, por homofonía o semejanza, aquella Nuevos Aires que sacamos y mantuvimos con un grupo de buenos amigos durante cuatro aciagos años (entre el 70 y el 74), y en su primer número hubo una generosa nota de don Leopoldo, muy de actualidad en aquel momento (y, para los que tengan algo presente la historia del país, por siempre), llamada "El poeta depuesto". Lamentablemente, muy poco tiempo después debió aparecer otra nota, en el nº 2 de Nuevos Aires (set. oct. nov. 1970), deplorando su fallecimiento, escrita a cuatro manos con Vicente, con quien Marechal había mantenido interminables e inútiles polémicas sobre la mejor manera de hacer una pasta con salsas sicilianas o napolitanas o calabresas.



Vale la pena reproducir algunas líneas de dicha nota: "Mucha gente se preguntó el por qué de tanta ausencia en el velatorio de la SADE. Pero lo que para unos fue pregunta no hubiera sido sorpresa para Leopoldo Marechal. Estaba acostumbrado a ciertas espaldas. Alguna vez había elegido el destierro en medio de su patria: "Elbia y yo tomamos una decisión tan heroica como alegre; encerrarnos en nuestra casa y practicar un «robinsonismo» amoroso, literario y metafísico". Por esa determinación muchos lo creyeron muerto o viviendo en Europa. El exilio, motivado por su peronismo, lo sufría en Buenos Aires, en Rivadavia al 2300, más exactamente".


Fuente: Télam

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