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Viernes 29 de Marzo de 2024
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Misa Crismal en la Catedral

Mons. Urbanc: “Que el Santo Crisma con el que fuimos ungidos y configurados con Cristo vuelva a brillar en nuestra vida”

El Martes Santo a las 20.00 se celebró, en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle, la Misa Crismal, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por todos los sacerdotes de la diócesis. El templo se encontraba colmado de fieles.
(DIARIOC, 01/04/2015) Durante su homilía, Mons. Urbanc se digirió a los sacerdotes expresando que cuando fueron ordenados “fuimos asociados al sacerdocio mismo de Cristo, hechos ‘alter Christus’ porque obramos en representación de Él… En aquella ocasión se produjo un cambio radical en nuestro ser y dejamos de ser lo que éramos, a pesar de que en lo tangible seguimos siendo uno más en medio de la gente. Separados del mundo fuimos constituidos en “hombres de Dios”, como servidores de Dios, testigos de su Amor y mediadores entre Él y los hombres”. Y agregó que “a la luz de esto nos percatamos de la gran responsabilidad que nos ocupa. No es un ministerio que se lleva fácilmente entre nuestras frágiles manos y débiles corazones. Supone ponernos a la altura del don recibido”.
El activismo, una grave carencia de vida interior

Asimismo, les propuso que “consideremos lo del activismo que pone en grave riesgo nuestra vida, pues algunos de sus nocivos efectos son la pérdida de horizonte, el empobrecimiento de nuestro ministerio, el vaciamiento del espíritu por la falta de esmero en la vida interior, la práctica más bien pobre y rutinaria de la vida de oración y sacramental. Este activismo no necesariamente supone un exceso en las cargas de trabajo pastoral y del quehacer apostólico, sino una grave carencia de vida interior que ha terminado mermando el sentido de toda actividad al punto de vaciarla de su genuino contenido evangélico”, expresó.

“Alguna vez escuché decir a un sacerdote del peligro que corremos al irnos acostumbrando a ingerir las gracias, sin masticarlas, sin saborear siquiera la mitad de su dulzura; ni les sacamos el jugo nutritivo, ni aprovechamos su fuerza santificadora. Comenzamos a obrar demasiado rápido y precipitadamente. Y todo esto nos va jugando en contra, llevándonos al cansancio, la rutina y el desencanto”, afirmó el Obispo.

También dedicó parte de su predicación a reflexionar sobre las tres prioridades de este 2015: el Año Diocesano dedicado a los Laicos, el Año Universal de la Vida Consagrada y el camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional, a realizarse en Tucumán.


Consagración del Santo Crisma y bendición de óleos
Durante la celebración eucarística fue consagrado el Santo Crisma y bendecidos los restantes óleos (aceites) -de los catecúmenos y de los enfermos-, los que al finalizar la celebración fueron entregados a los presbíteros para la administración de los sacramentos en sus respectivas parroquias, cuasi-parroquias, capillas y santuarios. A tal fin fueron llamados, uno por uno, párrocos como también sacerdotes responsables de santuarios y capillas, comenzando por el Decanato Capital, luego el Decano Centro, para continuar con el Este y el Oeste.
La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y un signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
En el Vaticano y en gran parte del mundo entero se celebra el Jueves Santo, pero en nuestra Diócesis, por las distancias de algunas parroquias se la oficia el Martes Santo.
Previamente, durante toda la jornada, los sacerdotes participaron de una asamblea en Emaús y se prepararon para vivir ésta y las demás celebraciones de la Semana Santa.


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos hermanos Sacerdotes, Consagrados y Fieles Laicos:
Hoy, Martes Santo, en nuestra Diócesis, desde hace muchos años, celebramos la Misa Crismal, en la que se bendicen los nuevos óleos que serán utilizados en la administración de distintos sacramentos y, los sacerdotes, que hemos recibido el Orden Sagrado al servicio del Pueblo de Dios, renovaremos nuestras promesas sacerdotales a Aquél, que es la razón de nuestra vida y ministerio.

Dirigiéndome a ustedes mis amados sacerdotes, quiero hacer unas breves y puntuales consideraciones acerca del don del sacerdocio que la Iglesia nos ha confiado y que nos habla del amor de predilección de Dios por nosotros.

Trataré de responder a algunos interrogantes: ¿Cómo podríamos escudriñar un poco más lo que somos? ¿Quién aquí en la tierra sopesaría la magnitud y densidad del sacerdocio? ¿Quién es cada uno de nosotros en cuanto sacerdote de Jesucristo?

San Gregorio Nacianceno siendo un sacerdote joven se preguntaba lo mismo y se respondía: El sacerdote “es el defensor de la verdad, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece en ella la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él: es un hombre divinizado que diviniza”.

¡Ésta es la grandeza del don que recibimos el día de nuestra ordenación! Fuimos asociados al sacerdocio mismo de Cristo, hechos ‘alter Christus’ porque obramos en representación de Él… En aquella ocasión se produjo un cambio radical en nuestro ser y dejamos de ser lo que éramos, a pesar de que en lo tangible seguimos siendo uno más en medio de la gente. Separados del mundo fuimos constituidos en “hombres de Dios”, como servidores de Dios, testigos de su Amor y mediadores entre Él y los hombres.

A la luz de esto nos percatamos de la gran responsabilidad que nos ocupa. No es un ministerio que se lleva fácilmente entre nuestras frágiles manos y débiles corazones. Supone ponernos a la altura del don recibido.

De nuevo San Gregorio nos dice: “Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia”.

Esto nos interpela acerca de nuestra santidad de vida. En efecto, debido al don recibido el sacerdote no puede menos de reproducir en sí mismo los sentimientos, las tendencias e intenciones íntimas, así como el espíritu de oblación al Padre y de servicio a los hermanos que caracterizaron al Sumo y Eterno Sacerdote. El Código de Derecho Canónico, canon 276 /1 afirma que “los sacerdotes, en su propia vida y conducta, están obligados a buscar la santidad por una razón peculiar, ya que consagrados a Dios por un título nuevo en la recepción del orden, son administradores de los misterios del Señor en servicio del Pueblo de Dios”.

Es bueno que nos preguntemos si reflejamos este empeño de santidad en nuestra vida y si realmente queremos alcanzar en Cristo la unidad de vida, por medio de una síntesis entre oración y ministerio, entre contemplación y acción, buscando en todo hacer la voluntad del Padre en la entrega sincera y generosa de nuestra persona al rebaño que ha sido congregado por Cristo. En este terreno no son suficientes las buenas intenciones o propósitos.

Es por eso que les propongo que consideremos lo del activismo que pone en grave riesgo nuestra vida, pues algunos de sus nocivos efectos son la pérdida de horizonte, el empobrecimiento de nuestro ministerio, el vaciamiento del espíritu por la falta de esmero en la vida interior, la práctica más bien pobre y rutinaria de la vida de oración y sacramental. Este activismo no necesariamente supone un exceso en las cargas de trabajo pastoral y del quehacer apostólico, sino una grave carencia de vida interior que ha terminado mermando el sentido de toda actividad al punto de vaciarla de su genuino contenido evangélico.

Alguna vez escuché decir a un sacerdote del peligro que corremos al irnos acostumbrando a ingerir las gracias, sin masticarlas, sin saborear siquiera la mitad de su dulzura; ni les sacamos el jugo nutritivo, ni aprovechamos su fuerza santificadora. Comenzamos a obrar demasiado rápido y precipitadamente. Y todo esto nos va jugando en contra, llevándonos al cansancio, la rutina y el desencanto.

En otro orden de cosas, en este día es muy importante que reflexionemos también sobre tres prioridades que tenemos entre manos: el Año Diocesano dedicado a los Laicos, el Año Universal de la Vida Consagrada y el camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional, a realizarse en Tucumán.

Respecto a lo primero ya les exhorté en la carta pastoral ‘a reconocer, promover, valorar y agradecer las tareas y las funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo, en la Confirmación y, para muchos de ellos, también en el Matrimonio’ (cf. Christifideles laici, n° 23) (n° 9), ya que ‘se comprueba, con bastante frecuencia, que los laicos no son siempre adecuadamente acompañados por los pastores en el descubrimiento y maduración de su propia vocación’ (n° 23), descuidando, por ende, que ‘los carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión. Son riquezas que se complementan entre sí en favor de todos, bajo la guía prudente de los Pastores” (Christifideles laici, 20) (n° 41d). Por su parte, el Documento de Aparecida afirma con mucha fuerza, entre otras cosas, lo que sigue: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Cristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (n° 201). “Pero no basta la entrega generosa del sacerdote y de las comunidades de religiosos. Se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la formación de los discípulos y en la misión. Esto supone que los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad misionera y que dediquen tiempo generosamente al sacramento de la reconciliación” (n° 202). Una parroquia, comunidad de discípulos-misioneros, requiere organismos que superen cualquier clase de burocracia. Los Consejos Pastorales Parroquiales tendrán que estar formados por fieles laicos misioneros, siempre preocupados por llegar a todos. El Consejo de Asuntos Económicos, junto a toda la comunidad parroquial, trabajará para obtener los recursos necesarios, de modo que la misión avance y se haga realidad en todos los ambientes. Éstos y todos los organismos han de estar animados por una espiritualidad de comunión misionera: “Sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (n° 203) (n° 44).

En cuanto a lo segundo el Concilio Vaticano II pide a los Consagrados que “ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó a nosotros primero, y procuren con afán fomentar en todas las ocasiones la vida escondida con Cristo en Dios, de donde brota y cobra vigor el amor del prójimo en orden a la salvación del mundo y a la edificación de la Iglesia. Aun la misma práctica de los consejos evangélicos está animada y regulada por esta caridad. Por esta razón, los consagrados, bebiendo en los manantiales auténticos de la espiritualidad cristiana, han de cultivar con interés constante el espíritu de oración y la oración misma. Recurran cotidianamente a la Sagrada Escritura para adquirir en la lectura y meditación de los sagrados Libros "el sublime conocimiento de Cristo Jesús". Fieles a la mente de la Iglesia, celebren el sacrosanto Misterio de la Eucaristía no sólo con los labios, sino también con el corazón, y sacien su vida espiritual en esta fuente inagotable. Alimentados así en la mesa de la Ley divina y del sagrado Altar, amen fraternalmente a los miembros de Cristo, reverencien y amen con espíritu filial a sus pastores y vivan y sientan más y más con la Iglesia y conságrense totalmente a su misión” (Perfectae Caritatis, n° 6).

“Atañe a los sacerdotes, como educadores en la fe, procurar que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio… Enséñenles a no vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias de la nueva ley de la caridad, ponga cada uno al servicio del otro el don que recibió… No olviden que todos los consagrados, hombres y mujeres, por ser la porción selecta en la casa del Señor, merecen un cuidado especial para su progreso espiritual en bien de toda la Iglesia… Pero el deber del pastor no se limita sólo al cuidado de los fieles de su comunidad, sino que se extiende a toda la Iglesia imbuido por el celo misionero” (Presbiterorum ordinis, n° 6).

Al respecto recordaba en la carta pastoral que “para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración: “La mies es mucha y los obreros pocos. ¡Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!” (Mt 9,37-38) (n° 51).

Y, referido a lo tercero, digo en la carta pastoral, (n° 7), que “me parece oportuno dirigir el espíritu hacia el “XI Congreso Eucarístico Nacional” que se celebrará en San Miguel del Tucumán, del 16 al 19 de junio de 2016, en las vísperas de la celebración de los 200 años de la proclamación de la Independencia de nuestra Patria, con el fin de exhortar a toda la comunidad diocesana, especialmente al laicado, a emprender un camino de conveniente preparación en orden a este acontecimiento eucarístico, para que su participación sea una sincera asunción del lema “Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos”, que rodea el logo del Congreso cuyo fondo es el histórico solar donde se reunieron los fautores de la Independencia”.

Es por eso, queridos hermanos sacerdotes, que, siguiendo la enseñanza del Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis acerca de la Eucaristía, como ministros de los sagrados misterios, renueven su ministerio por medio de una sólida vida de oración y de piedad eucarística. Dense tiempo para el encuentro diario con Jesús, adorándolo presente en el Sagrario. Alimenten su vida cada jornada con la oración pausada y serena de la Liturgia de las Horas, así como del Rosario y de otras manifestaciones de genuina piedad mariana.

Como los sacerdotes no somos autosuficientes, busquen el apoyo en la fraternidad sacerdotal y en la dirección espiritual, instrumento indispensable para un verdadero crecimiento interior.

Posibilitemos que el Santo Crisma con el que fuimos ungidos y configurados con Cristo vuelva a brillar en nuestra vida y ministerio. Que el Espíritu Santo, quien nos consagró, encuentre en nosotros una renovada disposición a dejarnos tocar y transformar por su acción vivificante.

Y que la ayuda de la Gracia que recibiremos y dispensaremos en estos días nos renueve para ser cada vez más sacerdotes según el Corazón de Jesús, Buen Pastor.

Todo esto lo confiamos al auxilio y a la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de los Sacerdotes, para seguir sirviendo al Santo Pueblo de Dios como maestros, padres, pastores y testigos de Cristo Resucitado, quien vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo. Amén.

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