Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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Multitudinaria manifestación de fe en honor a la Virgen del Valle

El Valle de Catamarca se dio desbordado por los miles de peregrinos que llegaron desde distintos puntos del país, para rendirle tributo a la Morenita Virgen del Valle, en el Día de la Inmaculada Concepción. Las festividades marianas culminaron con la tradicional Procesión por las calles de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca.
(DIARIOC, 09/12/2008) Cientos de delegaciones, particularmente de diócesis vecinas y del interior de Catamarca, colegios educativos, instituciones eclesiales y de la sociedad civil saludaron a su paso a la Sagrada Imagen apostada frente a la Universidad Nacional de Catamarca, desde donde se inició la Solemne Procesión, presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, acompañado por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, y el Delegado Episcopal del Santuario y Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, Pbro. Domingo Chaves; además del clero diocesano y religioso de Catamarca.

Las autoridades civiles participaron encabezadas por el gobernador de la provincia, Ing. Eduardo Brizuela del Moral; el intendente de la Capital, Dr. Ricardo Gaspar Guzmán; además de legisladores, y autoridades de las fuerzas de Seguridad.

La procesión partió desde la universidad local, donde la Imagen Sagrada fue recibida para su veneración desde las 14.00 y hasta las 18.30, horario previsto para el inicio de la Procesión. La elección de este lugar se debió a que este año, uno de los sectores que se preparó de manera especial en el camino hacia la celebración del Centenario de la Diócesis de Catamarca, en el 2010, fue el de la Educación, además de la Catequesis y la Misión.

La urna con la Imagen centenaria fue portada por los empleados de Vialidad Provincial, quienes ensayaron previamente cada uno de los pasos que debían dar portando el habitáculo que guarda a la Madre de Cristo, en su advocación del Valle.

En el transcurso de la peregrinación se elevaron oraciones, cantos; se compartieron reflexiones; y miles de voces vivaron a la Virgen Morena, que durante nueve días inundó de gracia especial este valle catamarqueño, poblado por miles de sus hijos, a quienes acogió con sus maternales manos.

Una vez finalizada la marcha, Mons. Luis Urbanč presidió la Santa Misa e impartió la bendición final; agradeciendo a todos los que colaboraron y participaron de distintas maneras en las fiestas patronales; especialmente a los internos del Servicio Penitenciario, quienes confeccionaron una urna que albergó la Sagrada Imagen en su salida desde el templo al atrio de la Catedral, durante las celebraciones de las 21.00, presididas por el Señor Obispo; como así también a los empleados de Vialidad Provincial, que llevaron en andas la urna con la Imagen en todo el trayecto, que duró casi 3 horas.

Homenajes

A lo largo del novenario desfilaron por la Casa de María sus fieles hijos para rendirle homenaje. La honoraron todos los sectores de la sociedad como también instituciones, movimientos eclesiales, las distintas Pastorales, colegios católicos; organismos públicos, entre otros.

Un colorido especial y protagonistas de escenas conmovedoras de fe y devoción entrañable fueron los peregrinos, que llegaron recorriendo cientos de kilómetros a pie, en bicicletas, motocicletas, automóviles, camionetas, además de transporte público de pasajeros.

Los misachicos, expresiones de fe popular del Noroeste Argentino, homenajearon a la Madre Morenita con la característica música con instrumentos típicos y banderas argentinas flameando al viento.

Las parroquias realizaron sus honras antes del inicio oficial de las festividades, con peregrinaciones, que culminaron con la celebración eucarística.

Homilía de la misa posterior a la procesión

Queridos Peregrinos y fieles hijos de la Virgen del Valle, gracias por estar aquí, en su casa; gracias por enriquecernos con su fe que manifiesta el amor que tienen a Dios y a su criatura predilecta: la Inmaculada Concepción. Que hoy reciban abundantes bendiciones para regresar a sus hogares llevando paz, alegría, esperanza, amor y fuerza para ser santos.

Para vivir el amor hace falta fundar toda la existencia en una profunda experiencia de Cristo, en la vida de la Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos.

Ante la presencia de nuestra Madre del Valle quiero reflexionar especialmente sobre la responsabilidad que tienen los padres en el cultivo de la fe en la propia familia. No sólo respecto de los hijos, sino como pareja, pueden ayudarse cada día a conocer, vivir y transmitir la fe que madura en el amor y lleva a la esperanza.

Los hijos también, conforme crecen, se convierten en protagonistas: pueden ayudar y motivar a los padres y a los hermanos para ser cada día más fieles a sus compromisos bautismales.

Entre los muchos caminos que existen para cultivar la fe en familia, me ceñiré a tres: la oración en familia, el estudio de la doctrina católica y la vida según el ejemplo de Cristo.

Antes que nada debe quedar en claro que el amor verdaderamente cristiano, da el sentido adecuado a cada una de las acciones que se lleven a la práctica. Un gesto realizado sin profundidad puede secar el alma. Es posible, sin embargo, iniciar algunos actos sin comprenderlos del todo, pero con el deseo de que nos conduzcan a una actitud profundamente evangélica, a un modo de pensar y de vivir que corresponda plenamente con lo propio de nuestra vocación cristiana.

1. La oración en familia

La oración es para cualquier bautizado lo que es el aire para los seres humanos: algo imprescindible.

Aprender a rezar toca a todos: a los padres, en las distintas etapas de su maduración interior; a los hijos, desde pequeños y cuando poco a poco entran en el mundo de los adultos.

La oración en la vida familiar tiene diversas formas. El día inicia con breves oraciones por la mañana. Por ejemplo, los padres pueden levantar a sus hijos con una pequeña jaculatoria; o, después de asearse o antes del desayuno, todos rezan juntos una pequeña oración (el Padrenuestro, el Ave María, parte de un Salmo o del Magnificat, etc.).

Otras plegarias surgen de modo espontáneo, según las necesidades de cada día: por la situación de la fábrica donde trabaja papá o mamá, por las lluvias, por el eterno descanso del abuelo, por un enfermo.

Son muy hermosas aquellas oraciones que recogen la gratitud de todos y de cada uno: el amor entre papá y mamá ha sido bendecido con un nuevo embarazo, acaba de nacer un nuevo sobrino, el abuelo ha superado la pulmonía, un amigo ha ido a encontrarse con Dios...etc.

Es muy importante prolongar el clima de oración. Para ello, ayuda mucho crear un hábito de “jaculatorias”, pequeñas oraciones espontáneas que dan un toque religioso a la jornada. “Señor, confío en Ti”. “Creo, Señor, ayúdame a creer”. “Te alabamos, Señor, porque eres bueno”. “Gracias, Señor, por esto y por esto”. “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”...

La hora de comer permite un momento de gratitud y de unión en la familia. ¡Qué hermoso es ver que todos, junto a la mesa, rezan! Algunos hogares recitan el Padrenuestro; en otros, los padres y los hijos se turnan para dirigir una oración espontánea antes de tomar los alimentos.

Para los niños (y para algunos adultos también), a veces el Rosario resulta un poco aburrido. Los padres pueden ayudar a los hijos a descubrir la belleza de esta sencilla oración, quizá enseñándoles a rezar primero un solo misterio, luego dos, etc., y explicando el sentido de esta hermosa plegaria dirigida a la Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Cuando llega la noche, la familia busca un momento para dar gracias por el día transcurrido, para pedir perdón por las posibles faltas, para suplicar la ayuda que necesitan los de casa y los de fuera, los cercanos y los lejanos. Es muy hermoso, en ese sentido, aprender a rezar por las víctimas de las guerras, por las personas que pasan hambre, por los que viven sin esperanza y sin Dios.

La oración constante ha permitido a la familia, chicos y grandes, descubrir que la jornada, desde que amanece hasta la hora de dormir, tiene sentido desde Dios y hacia Dios. Todo ello prepara a vivir a fondo los momentos más importantes para todo católico: los Sacramentos.

Si el Sacramento de la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, también debe serlo en el hogar. La familia necesita descubrir la belleza del domingo, la maravilla de la Misa, la importancia de la escucha de la Palabra, la participación consciente y activa en los ritos.

Participar juntos, como familia, en la misa del domingo es una tradición que vale la pena conservar. También cuando los hijos son pequeños. Los padres pueden enseñarles, poco a poco, el sentido de cada rito, las posturas que hay que adoptar, el respeto que merece la Casa de Dios. Son cosas que luego quedan grabadas en los corazones para toda la vida.

La semana se vive de un modo distinto si arranca del domingo y desemboca en el domingo. Durante la semana, la familia busca vivir aquello que ha escuchado, que ha vivido en la celebración eucarística dominical. A la vez, se prepara con el pasar de los días para el encuentro íntimo y personal con Cristo que tendrá lugar, Dios mediante, el domingo siguiente. También es muy provechoso, entre semana, recordar en casa cuál fue el evangelio del domingo anterior, o dar pistas para abrirse a los textos sagrados que serán leídos el domingo siguiente.

Además de buscar maneras para vivir mejor la Eucaristía, también es hermoso recordar el aniversario del bautismo de cada miembro de la familia. Si celebramos el nacimiento, ¿por qué no celebrar también el día en que empezamos a ser hijos de Dios y miembros de la Iglesia? Algo parecido podría hacerse con la confirmación, un sacramento que debemos valorar en toda su riqueza y que debemos tener muy presente en un mundo hostil al Evangelio.

En cuanto al matrimonio, el aniversario de bodas suele ser recordado por muchas familias católicas, incluso con la ayuda de algún día de retiro espiritual. En ese día, los esposos pueden renovar sus promesas matrimoniales, o hacer un momento de oración familiar con los hijos, quizá con la lectura en común de algún texto bíblico (por ejemplo, Tb 8,5-10, o Ef 5,21-33).

Un sacramento que merece ser vivido por todos los miembros de la familia es el de la Reconciliación. Los niños quedan muy impresionados cuando ven a sus padres pedir perdón, de rodillas, en un confesionario. No es correcto, desde luego, recurrir a presiones para que se confiesen. Pero sí es hermoso enseñarles lo que es el pecado, lo grande que es la misericordia divina, y cómo la Iglesia pide que nos confesemos con frecuencia.

Un ámbito de la oración familiar se construye con la ayuda de imágenes de devoción. No basta con colocar aquí o allá un crucifijo, una imagen de la Virgen o el dibujo de algún santo. La imagen tiene sentido sólo si evoca y eleva los corazones a la oración y a la confianza en un Dios que está muy presente en la historia humana.

En algunos hogares existe un cuartito en el que se encuentra una especie de “altar de la familia”, donde todos se reúnen algún momento del día para rezar juntos, o donde cada uno puede dedicar un rato durante el día para meditar el Evangelio y dialogar de modo personal con Cristo.

Existen otros modos para fomentar la oración en familia que se refieren a los tiempos litúrgicos. Por ejemplo, preparar un Belén en casa y tener ante el mismo momentos de oración y de cantos; ayudarse de la “Corona de Adviento” o de otras iniciativas parecidas para prepararse a la Navidad; dar un especial relieve a la Cuaresma como tiempo de oración, limosna y sacrificio; participar intensamente en la Semana Santa, de forma que permita a todos unirse íntimamente a Cristo; descubrir en familia el sentido gozoso de la Pascua y de Pentecostés, que ayude a participar del triunfo de Cristo y a descubrir la presencia del Espíritu Santo en lo más íntimo del corazón cristiano.

2. Aprender la fe en familia

Vivir en un clima continuo de oración abre los corazones al mundo divino. Esa apertura necesita ir acompañada por el estudio de todos, tanto de los padres como de los hijos, para conocer a fondo el gran regalo de la fe católica.

Los modos para lograrlo son muchos. La lectura y el estudio de la Biblia, especialmente de los Evangelios, resultan un momento esencial para conocer la propia fe. Para ello, hace falta recibir una buena introducción, sea a través de cursos en la parroquia, sea a través de la lectura de libros adecuados.

Concretamente, la familia en su conjunto o cada uno según la propia edad puede encontrar un momento al día para leer una parte del Evangelio. No se trata de una lectura simplemente informativa. Se trata de preguntarse en un clima de oración: ¿qué quiere decirme Cristo con este texto? ¿Cómo ilumina mi vida?

Junto a la lectura de la Biblia, es necesario estudiar y conocer el “Catecismo de la Iglesia Católica” y el “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia” que ayudan a ir más a fondo sobre temas importantes o ante dudas que puedan surgir. Además, une a la familia con toda la Iglesia, al acercarse todos y cada uno a aquellas enseñanzas que nos permiten tener vivos y actualizados contenidos que no son simple “doctrina”, sino que nos ponen en contacto con Cristo y con su Cuerpo Místico: con el Papa, los obispos, los sacerdotes y los demás creyentes. A través de estas lecturas, los padres estarán preparados para enseñar la doctrina católica en casa. Si los hijos van al catecismo en la parroquia o reciben clases de religión en la escuela, los padres ayudarán mucho a sus hijos para ver si han entendido bien, si tienen dudas. Les preguntarán los temas que están aprendiendo, no para “controlar”, sino para saber por dónde van en la catequesis y así ayudarles a vivir lo que les explicaron.

Dos particulares ámbitos formativos se encuentran en los modernos medios de comunicación. Tenemos, en primer lugar, a los medios “clásicos” de noticias (televisión, radio, prensa). La familia no puede olvidar que en los mismos se ofrecen valoraciones sobre los hechos religiosos llenas de distorsiones o, incluso, de mentiras solapadas. Otras veces se escogen unos temas y se ocultan otros que tienen gran importancia para la vida de la Iglesia. Los padres deben conocer estos peligros y hacerlos presentes a sus hijos. En segundo lugar, tenemos el mundo informático, especialmente internet. También aquí reina un enorme caos, y los temas religiosos son tratados en algunas páginas con mucha superficialidad, si es que no se cae en manipulaciones grotescas.

Los padres están llamados a educar a los hijos para tener un sano espíritu crítico. No se trata de aislarlos, pero sí de guiarlos para saber que no todo lo que se dice por ahí es verdad, y para comprender que los medios de comunicación no permiten alcanzar una imagen exacta de la Iglesia y de la vida ejemplar de miles y miles de buenos católicos. Hay que estar formados para poder ejercer el discernimiento a la luz del Espíritu Santo.

3- Vivir el Evangelio en familia

Una fe sin obras, nos recuerda la Carta de Santiago, es estéril (cf. Sant 2,20). No entra en el Reino de los cielos el que dice “Señor, Señor”, sino el que cumple la Voluntad del Padre (cf. Mt 7,21).

La familia que reza, la familia que estudia su fe, también sabe vivir aquello que ha llevado a la oración, busca aplicar lo que ha conocido gracias a la bondad del Padre que nos ha hablado en su Hijo.

La mejor escuela para vivir como cristianos es la familia. Por eso enumeraré algunos ámbitos en los que la familia se hace educadora en el arte de actuar como cristianos auténticos.

a) La propia familia. El amor debe ser el criterio para todo y para todos. Este amor se aprende, se hace vida, cuando los hijos ven cómo se tratan sus padres. Si los padres se aman profundamente, si saben darse el uno al otro como Cristo se dio por la Iglesia (cf. Ef 5,21-33), si saben perdonar hasta 70 veces 7 (cf. Mt 18,22), si confían en la Providencia más que en las cuentas del banco (cf. Mt 6,24-34), si ayudan al peregrino, al hambriento, al sediento, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,33-40)... los hijos habrán encontrado en la familia un auténtico “Evangelio vivo”.

Aprenderán entonces a dar gracias, a ayudar al necesitado, a compartir sus objetos personales, a escuchar a quien desea hablar, a dar un consejo a quien tenga dudas, etc.

La caridad debe ser el criterio para lo que uno hace y para lo que uno deja de hacer. Por ello, la misma caridad lleva al católico a mortificar los apetitos de la carne, a controlar las propias pasiones, a huir de aquellos estilos de vida que nos atan al mundo, que nos llevan al egoísmo y a alejarnos de Dios y del prójimo. No hay verdadera vida cristiana donde no hay renuncia al propio “yo”.

¿De qué manera puede conocer un hijo cómo se vive el Evangelio si ve en sus padres rencillas, malas palabras, afición por el dinero, críticas continuas a otros familiares o conocidos?

Un “capítulo” que resulta no fácil se refiere a modos de comportarse y de vestir, a diversiones, a objetos de uso. La sociedad crea necesidades y los hijos sienten una presión enorme que les hace desear lo que tienen otros y hacer lo que “todos hacen”. Los padres de familia sabrán discernir entre cosas sanas (como deportes no peligrosos y capaces de promover un buen espíritu de equipo) y “necesidades” que son falsas y que pueden llevar a los hijos a la ruina personal, incluso a la triste desgracia del pecado. Luchar contra corriente puede parecer duro, pero vale la pena si tenemos ante los ojos el premio que nos espera: la amistad con Cristo.

b) El trato con los demás: Tratamos con personas muy distintas en las mil encrucijadas de la vida. El corazón que aprende a vivir como cristiano descubre en cada uno la presencia del Amor del Padre, el deseo de Cristo de acogerlo en el número de los amigos, la acción del Espíritu Santo que susurra en los corazones y que los guía hacia la Verdad completa.

Un cristiano necesita ver a todos “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica “Deus caritas est” n. 18). Porque lo que se hace al hermano más pequeño es hecho al mismo Cristo (cf. Mt 25,40). Porque todos estamos invitados a ofrecer y a recibir cariño. Porque no hay amor más grande que el de dar la vida los unos por los otros (cf. 1Jn 3,16).

Esta actitud se plasma en actos concretos, que van desde el “enseñar al que no sabe”, hasta el “visitar y cuidar a los enfermos” (obras de misericordia espirituales y corporales).

Es importante lo que uno hace por el necesitado, y es importante la actitud con la que se hace. Sirve de muy poco una limosna hecha con un rostro apático. En cambio, muchas veces llega más al corazón necesitado una mirada llena de afecto que la medicina regalada. Los hijos que ven en sus padres actitudes profundas y gestos sinceros de amor al prójimo aprenden, más allá de las palabras, lo que significa ver a Cristo en los hermanos.

Vivir el Evangelio llega hasta el heroísmo de amar al propio enemigo (cf. Mt 5,43-48). Hay hogares en los que nunca se escucha una palabra de odio o de amargura hacia quienes ofendieron en el pasado a alguno de los miembros de la familia. Incluso hay hogares en los que los hijos admiran a sus padres cuando saben acoger, con los brazos abiertos, a alguien que les hizo daño, mucho daño...

La actitud profunda de amor a los otros lleva al apostolado, al compromiso continuo por conseguir que muchos hombres y mujeres lleguen a conocer a Cristo.

Es muy hermoso, en este sentido, descubrir a familias que se convierten en “misioneras”. Saben comunicar, con su testimonio y con palabras oportunas, que Dios ama a todos, que Cristo ofrece la Salvación, que la Iglesia es la gran familia que peregrina a la Patria eterna.

4. A modo de conclusión

En el V Encuentro Mundial de las Familias que tuvo lugar en Valencia (España), el Papa Benedicto XVI recordaba que “transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente” (Benedicto XVI, 8 de julio de 2006).

El Papa añadía, de un modo muy hermoso y comprometedor, que “la criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas”.

Cuando un hijo pequeño empieza a preguntar a sus padres cómo es Dios, surge en algunos hogares una cierta inquietud: ¿estaremos preparados para introducir al hijo en el mundo del Evangelio? ¿Seremos capaces de ofrecer a los hijos un hogar semejante al de Nazaret?

Las preguntas inocentes del niño pueden convertirse en una ayuda providencial por la que Dios se vale para mover a los padres a elevar una oración confiada, para abrirse a la ayuda divina a la hora de afrontar con mayor entusiasmo sus compromisos como esposos llamados a la tarea de educar a los hijos en la fe.

Por eso, vueltos hacia ti, Oh Virgen del Valle, queremos que siempre digas, ante el Padre Celestial, esta súplica con nosotros y por nosotros:

“Padre Santo, los hijos que han nacido de nuestro amor existen porque Tú los amas desde toda la eternidad. Enséñanos a cuidarlos siempre con cariño exigente y con exigencia cariñosa. Danos luz y consejo para que podamos transmitirles las palabras de tu Hijo. Ayúdales a vivir según tu Amor. Protégelos de los peligros del mundo. Sobre todo, permítenos ser, como esposos y como padres, ejemplos limpios y alegres de tu bondad y de tu misericordia. Para que así, algún día, podamos cantar tu gloria, todos juntos, como familia, en el lugar que Cristo nos ha preparado en el cielo. Amén”.

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