Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Para Freud, el neurótico es un cobarde

En La libertad en psicoanálisis, el psicoanalista Gabriel Lombardi compone un texto fundado sobre el concepto de momento electivo -distinto de la elección por alternativa- que deja un espacio de libertad subjetiva no totalmente liberado del determinismo inconsciente pero de valor clave para volver a pensar la experiencia analítica.
El libro, publicado por la editorial Paidós, lleva un prefacio del también psicoanalista Luciano Lutereau, y está separado en secciones, una de ellas dedicada al estatuto actual de la perversión.

Lombardi es miembro fundador del Foro Analítico del Río de la Plata (FARP) y de la Escuela del Campo Lacaniano. Graduado en Medicina, y doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es titular de Clínica de Adultos en esa casa de estudios.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : En principio, la libertad pareciera un tema filosófico (y metafísico), ¿de qué modo puede abordarse en el psicoanálisis sin recaer en especulaciones?
L : Freud sitúa la insinceridad (Verleugnung) como una posición que precede a los mecanismos del inconsciente. ¡Nadie parece darse cuenta de esto en psicoanálisis! Para Freud basta con que omitamos algo que quisiéramos decir y no decimos, para resultar deudores en nuestro juicio íntimo, y constituir así, con el lenguaje, el inconsciente contador. Literalmente, el inconsciente lleva las cuentas de nuestras promesas no cumplidas, de nuestros silencios cobardes, de nuestras agachadas éticas en el amor, en el deseo, en la vocación, en los desencuentros programados, aparentemente involuntarios. El neurótico es para Freud un cobarde, que por eso debe luchar toda su vida contra sus propios deseos. Si después especula, filosofa, implora la gracia divina para tiempos futuros y vidas ulteriores, no hace más que alimentar su propia traición. Mientras tanto, se satisface en sus fantasías. La libertad de la que hablo, se refiere a actos mínimos o a actos supremos, en cualquier caso es algo bastante concreto, que justifica que a veces alguien se decida a pagar de una vez el precio y la comodidad que implica salir de su posición camuflada, cobarde o indecisa. El análisis es eso. Freud no era un neurótico ni un filósofo, era un hombre de acción, de esa acción eminente del ser hablante que es el ejercicio de la palabra y de la pluma.

T : ¿De qué modo, entonces, puede reformularse la noción de elección a partir del psicoanálisis? ¿No nos lleva eso a una idea de "voluntad inconsciente", lo que parecería una contradicción?
L : El psicoanálisis muestra que la conciencia es un pequeño residuo de la vida libidinal del ser hablante. Respecto del deseo, es un pequeño espejo que justo refracta mal, que refleja una vida lavada para acomodarse al deber ser y al sentido común, afuera del lugar íntimo donde las decisiones verdaderamente se cocinan: esos bordes pulsionantes ubicados entre el lenguaje y las tripas. Basta con leer a Shakespeare para advertirlo: la mirada de Iago, los gritos de las Erinnias, la voz del Padre que responde por el veneno en los oídos, la escena sobre la escena, la sangre en las manos de los Macbeth.

La idea de los psicólogos de que la voluntad es algo consciente es una mentira sin utilidad más que para las cosas de poca importancia, ¿Coca o Pepsi? Necesitamos dialogar con un analista para volver a aquellos momentos, traumáticos y milagrosos, en que las cosas se definen como por azar, pero con una fuerte intervención de nuestras preferencias, de esos deseos que usualmente camuflamos. El análisis (sin psico, sin ficción) implica que se puede elegir de otro modo, porque al lenguaje podemos desanudarnos de cualquier necesidad, absolutamente, incluso de la de continuar una existencia detestable. El deseo es una condición absoluta que algunos hacen valer, y puede imponer su ley precisamente cuando emerge lo real, que es sin ley.

T : Otro de los temas de su libro es la autorización del psicoanalista, ¿cómo entiende la articulación entre la formación de una Escuela y la enseñanza universitaria?
L : Para un psicoterapeuta no es estrictamente imprescindible haber pasado personalmente por la terapia que ofrece, para el analista sí. Aun cuando se acomode a los requerimientos legales para ejercer como terapeuta, estudiar psicología por ejemplo, la fuente decisiva de su autorización está en su propio análisis, en lo que extrajo de él. El sentido de una Escuela de psicoanálisis es el de dar toda su importancia a ese proceso de autorización a partir del propio análisis, que puede pasar inadvertido, para darle todo su peso clínico, vocacional, práctico, ético. Es algo que parece complejo y al mismo tiempo es extremadamente concreto. El deseo del analista emerge del encuentro de las tripas con el deseo del Otro. Puede ser algo muy fuerte, o bien confundirse con las otras terapias. La enseñanza universitaria no es en la Argentina un terreno prohibido al psicoanálisis, como es en España o en tantos otros países; eso permite que algo del psicoanálisis se estudie en edad temprana, y que los docentes que son analistas puedan tener una incidencia en el llamado vocacional de los 20 años.

T : Para concluir, nos ha dicho que está preparando un próximo libro sobre las perversiones, ¿cuáles son sus ideas centrales sobre esta cuestión?
L : Todas aquellas pequeñas performances que en Sade, Kraft-Ebbing o en Freud son catalogadas como perversiones constituyen un campo bastante heterogéneo. Hoy en día la mayoría de ellas han resultado legalizadas y desmedicalizadas, lo cual ha tenido un fuerte impacto sobre sus cultores. Normalmente, el ejercicio de la fantasía del perverso requería las condiciones de la transgresión y del secreto para que el deseo así encorsetado se desarrolle como voluntad de goce en algún escenario bastante bien delimitado. La perversión permitida - por ley, por el discurso médico o por el psicoanálisis - ha tenido un evidente efecto clínico: la fantasía del perverso ya no divide mucho al partenaire, y entonces es el propio perverso el que se divide, se angustia o hace síntomas. Consulta con mucha frecuencia al psicoanalista y no por su fantasía, sino por su síntoma, su propia división subjetiva. En la perversión el síntoma también resulta analizable, si alcanza a revelarse como ese real imposible de soportar, cuyo fundamento es el desacuerdo consigo mismo en cuanto al deseo. Tener en cuenta la especificidad clínica de la perversión es para el analista orientador en el manejo de la transferencia. En un próximo texto tengo la intención de explicar la importancia práctica de ese hiato nosográfico que Lacan mantuvo a rajatablas entre neurosis y psicosis.


Fuente: Télam

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