Catamarca
Jueves 18 de Abril de 2024
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Perseguidores

"Y desde ese lugar, que es el de la belleza y la desmesura, nombra lo real siempre por primera vez", escribió Jorge Consiglio, en su comentario a la presentación que Liliana Herrero hizo de su disco Maldigo, hace no mucho, en el N/D Ateneo.
Y es cierto: lo real nombrado por primera vez, como nunca antes se lo nombró. Ya lo venía intuyendo al escuchar sus discos, pero fue al verla y oírla a Liliana en recitales que tuve fuerte esa sensación: no solamente estaba cantando esa mujer, ahí, ante nosotros. Pasaba otra cosa, en otro nivel, que a uno le concierne de otro modo, o lo compromete más. O, para ser más exacto: sí, Liliana Herrero cantaba, antes que nada cantaba, pero algo más había en ese acto de exponer la voz al canto, como si algo irrumpiera, fuera de lo que parece posible, o como si a través de la voz y de la mujer se hiciera presente un ángel, por decirlo así, o un demonio, para nada sobrenaturales, y con esa aparición el mundo se transformara ante los que la estábamos viendo y escuchando, o se transformara nuestra manera de ver y sentir el mundo, al menos mientras duraba esa ceremonia en la que estábamos participando, no sólo con los oídos y los ojos.

No pude no recordar esa experiencia al leer la entrevista que la Agencia Paco Urondo le hizo a Liliana unos días antes de la presentación: "Yo no sé qué significa cantar, pero esa pregunta me conmueve", dijo, y volvió a preguntarse: "¿qué significa cantar?" Y esbozó una respuesta: "es como cuando cantás, y vas inventando en el mismo momento de cantar. Eso es magnífico, si te pasa. Tal vez sean cinco minutos en un concierto, pero es magnífico porque salís del marcar tarjeta, salís de la forma administrativa del canto, que la hay." ¿Qué sería "salir de la forma administrativa del canto"? Tal vez lo que agregó un poco después: "cuando entras a un escenario dispuesta a ver qué aparece, estar alerta a ver qué otro diseño melódico surge".

Según parece -pensé entonces, como celebrando, y lo comenté con amigos- hay todavía quienes no renuncian a entender la música, el arte o la literatura como "perseguidores", para decirlo con el término cortazariano. No se trata solamente de cantar o de escribir, aunque ante todo se trata de cantar y escribir. Hay que hacer que sobrevenga algo, que se manifieste, convocarlo, acceder por el canto o la escritura o algún otro medio a otra zona de la realidad, o a otra relación con la realidad, como el protagonista del cuento de Julio Cortázar. "Creo que me di cuenta en seguida", dice, en "El perseguidor", el saxofonista Johnny Carter. "La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo. Pero entonces hay que creer que este tiempo no tiene nada que ver con… bueno, con nosotros, por decirlo así." Su interlocutor, Bruno, puesto por Cortázar en la función de narrador, percibe ahí un deseo que se impone a todo: "buscar, negando por adelantado los encuentros fáciles del jazz tradicional. […] Johnny parece contar con ella [su música] para explorarse, para morder en la realidad que se le escapa todos los días." Y no se trata de escapar de nada: "Ir a un encuentro no puede ser nunca escapar". Claro que, aclara Bruno, "nadie puede saber qué es lo que persigue Johnny", y de algún modo el propio Johnny le contesta: "Breno, el jazz no es solamente música, yo no soy solamente Johnny Carter".


Fuente: Télam

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