Al día siguiente salían temprano, Andrea para el colegio y su padre a dar clases en la universidad". Mientras tanto, pero a contra-turno, vivían bajo el mismo techo Juana y su madre. Ciella era una actriz que pasaba más tiempo ocupándose de su hija menor y de su propio oficio que de su marido y de Andrea. Del mismo modo, Juana pasaba más tiempo en el camarín esperando hasta que terminaran los ensayos sintiendo que su verdadera familia eran los actores con los que su madre trabajaba y no en su propia casa compartiendo tiempo con su padre o con su hermana mayor.
La rutina era siempre la misma: unas horas después de que en la casa ya sólo quedaban ellas dos, entonces sí bajaban a desayunar y practicaban con absoluta naturalidad los diálogos que Ciella debía interpretar en alguna de las tantas obras de teatro en las que acostumbraba trabajar. "Repetían el mismo párrafo hasta que Ciella se sentía convincente. Finalmente, la acompañaba hasta el colegio, al turno de la tarde".
Y de este modo crecieron: sin saber el motivo real por el cual no podían compartir una vida en común, ambas hermanas fueron construyéndose a sí mismas sin la mirada de la otra y sobre todo como si cada una fuera la hija única de un matrimonio divorciado, distanciándose entre sí, forjando sus propios secretos y sus propias libertades. Pero concibiendo, principalmente, una especie de rencor y de inseguridad por sentirse tan opuestas, sabiendo que ese fue el deseo de sus padres en primer lugar. "Se habían odiado de la manera en que se odian las hermanas.
Fuente: Télam