Catamarca
Viernes 29 de Marzo de 2024
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¿Qué sigue luego del horror del terrorismo de estado?

En Cría terminal, el escritor Germán Maggiori explora una suerte de distopía trufada por complots, operaciones de inteligencia, negocios oscuros con datos personales digitalizados sumados al arsenal de tecnologías de la información, farmacológicas y genéticas sin control alguno por parte de los institutos emplazados para esa función.
El libro, publicado por la editorial Tusquets, plagado de personajes siniestros, milicias de niños, siameses, necrófilos y terroristas, apenas echa un vistazo sobre un mundo posible de acá a pocos años.

Maggiori nació en Lomas de Zamora en 1971, es guionista, odontólogo y docente universitario y publicó, entre otros libros, Entre hombres y Poesía estupefaciente.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Cría terminal, ¿es una distopía o una fantasía apocalíptica? Si lo fuera, ¿qué rasgos de la época estarían llevados al extremo?
M : En principio diría que está escrita pensando en la tradición distópica en la que incursionaron algunos autores clásicos del género de la ciencia ficción que me interesan, digamos Ballard, Dick, Gibson. Son textos donde se exasperan la paranoia, los mitos y los terrores del presente. El género se me fue imponiendo mientras avanzaba en la escritura; me gustaba la idea del complot, del poder real que encarnan los servicios de inteligencia con su acumulación incesante de datos, y el uso perverso de esa información clasificada en la coyuntura política a través de informes, rumores, carpetazos, operaciones de prensa. Ese fue el punto de partida, diría. El contexto actual me fue empujando a desplazar la acción a un escenario futuro y a incursionar en un género que a priori está alejado del realismo, aunque no tanto. Walsh decía que la vanguardia es la forma que adopta el realismo en un contexto histórico de agotamiento, algo que bien podría aplicarse a la ciencia ficción.

T : El año 2051 no está tan lejos. Sin atarnos al verosímil de la novela, ¿pensás que el aparato tecnocientífico estará tan desarrollado? ¿Qué quedaría para la bioética?
M : El avance tecnocientífico de mediados de siglo XXI es difícil de predecir, no era esa mi pretensión tampoco. Me interesó más trabajar sobre algunas cuestiones independientemente de su factibilidad, aunque nunca perdí la perspectiva de cierto rigor científico a la hora de elaborarlas. La literatura, como la historia, se escribe en presente, dice más del contexto del escritor, o del historiador, que de los hechos narrados aun cuando se pretenda postular una realidad futura. Atrás de todo el andamiaje tecnocientífico circula ese otro texto que interpela al presente; un texto, decía Benjamin, como escrito con tinta invisible. Con respecto a la bioética no veo claro los alcances de las regulaciones que prescribe, hay un doble estándar muy evidente en muchos aspectos. En países centrales donde el poder de regulación del Estado es fuerte no hay mucho margen para la experimentación reñida con los comités de bioética; en países laterales esos mismos preceptos se borronean, sobre todo cuando estamos hablando de actores poderosísimos de la industria farmacológica con facturaciones equivalentes al producto bruto de un país pequeño.

T : ¿Qué contradicciones biopolíticas de este momento pone en acto la novela?
M : Más que contradicción habría que hablar de un discurso disociado de los hechos. El Estado tiene una tradición comunicacional que diverge de la realidad, y las voces que se alzan para querer discutir suelen ser acalladas, o tergiversadas. No estoy hablando particularmente de la administración actual, por eso digo tradición. El plan estratégico agroalimentario se ha venido alentando durante décadas y es siniestro, en la praxis derivó en la sojización del campo, la expulsión de las poblaciones rurales y la dependencia de los productores al suministro de semillas y agrotóxicos de empresas como Monsanto y Dow, buenos muchachos que empezaron en Estados Unidos como proveedores del ejército de napalm y agente naranja durante la guerra de Vietnam. La hipocresía de los actores, el ocultamiento de los peligros reales a los que se somete a los individuos, la ausencia de mecanismos de regulación independientes, la explotación descontrolada en la novela, pero es un ejercicio desplazado y estereotipado.

T : La pregunta anterior está relacionada a Entre hombres, donde bajo la anécdota siniestra (si se quiere, graciosa), latía, o late, cierto estado de cosas que comprometen la sociabilidad contemporánea en este país. En cualquier caso, ¿qué de ese estado de cosas late en esta novela?
M : Quizá lo que late en ambas novela es el planteo sobre cómo se sigue después del horror puro y extremo del terrorismo de Estado. Cómo seguir cuando ese horror se perpetúa en la figura de los hijos apropiados. Hay que encontrar una lengua nueva que pueda dar cuenta de eso que parece innombrable y que nos deja anclados en un limbo de horfandad desesperante. Esa es la búsqueda a la que vuelvo una y otra vez aunque no quiera, y que se resume en la cita de Ishiguro que abre la novela, el destino de tener que enfrentar la vida como huérfanos persiguiendo la sombra de padres desaparecidos.

T : La fauna que protagoniza la novela, ¿no te parece menos brutal de lo que puede leerse todos los días en el diario? Excepto la policía, claro, y los curas.
M : Totalmente de acuerdo.

T : ¿A quién estás leyendo que te interese particularmente?
M : Ayer compré el libro de Di Giovanni sobre los años que Borges pasó casado con Elsa Astete; por un lado me parece una mierda de lo más irrespetuosa; por otro, me lleva a preguntarme qué es lo que generaba Borges en su entorno más íntimo, o qué clase de energúmenos conformaban ese círculo, para que no dejen de exhumarse miserias privadas y exhibirlas como trofeos de guerra. La contracara de esa diatriba son dos libros que me gustaron mucho: The bleeding edge, la última de Pynchon y la Antología personal de Piglia, que me parece gloriosa.


Fuente: Télam

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