Hijo de José Antonio Do Rego, un portugués que como tantos otros se había instalado en Buenos Aires en 1766, Manuel era el menor de cinco hijos. De su infancia sabemos poco, dado que las fuentes son escasas. Pero después de las Invasiones Inglesas el espíritu libertario había crecido considerablemente entre los habitantes de estas tierras. Sin embargo, los llamados "fidelistas" querían seguir siendo súbditos del Rey, aun cuando Napoleón lo tenía prisionero. En América circulaban otros aires y eran los que iban a guiar a Manuel Dorrego. Como señala Di Meglio, Dorrego no era un militar de escritorio. Todos sus méritos los ganó combatiendo.
Su lucimiento en la batalla de Tucumán lo ubicó como una de las principales figuras del ejército de la época. Pero el tiempo que le tocó vivir fue muy trágico. La muerte era una compañera cotidiana para cualquier hombre de acción. En el fragor de las luchas todo era sangre y confusión. Todavía no se había consolidado un ejército profesional. Había deserciones al por mayor, repentinos cambios de bando y las distancias que los patriotas tenían que recorrer a caballo y en condiciones precarias eran inmensas. Estaban construyendo un país y muchos de ellos ni siquiera se habían enterado.
Fuente: Télam