Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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Sara Rosenberg asume distintos ritmos en "durmientes"

Con una respiración semejante al traqueteo del tren, el libro Durmientes (Apuntes de viaje) de la escritora tucumana Sara Rosenberg, asume marchas diferentes con ritmos de relato, crónica, guion cinematográfico, poesía, apunte histórico, fotografía y diario íntimo, en un ejercicio que parte de lo fragmentario para confluir en una mirada crítica del entorno.
Rosenberg, presa política durante la dictadura militar, exiliada luego en México y Canadá, y residente en Madrid desde 1982, acaba de presentar en Tucumán Durmientes, a cargo de la Editorial El Cruce Cartonero (libros artesanales de gran calidad de impresión y encuadernación) una de las actividades desarrolladas por la Asociación Civil Crecer Juntos.

Escritora, fotógrafa y artista plástica, Rosenberg publicó, entre otros libros, las novelas Cuaderno de invierno, La edad de barro, Contraluz y La isla celeste. Además, su obra de teatro "Tripalio" obtuvo en Italia el premio "La Escritura de las diferencias" en 2006.

Durmientes muestra la libertad expresiva de Rosenberg en el despliegue de los diferentes géneros que convoca, a partir del eje -un viaje a Tucumán en el tren Estrella del Norte- que asume el formato de guion literario, y que apela también al relato breve y a la reflexión política.

- Télam: Durmientes es, por la orquestación de géneros, muchos libros a la vez, con la historia del viaje en el centro. La frase "siempre estoy en algún punto de partida" da cuenta de ese tránsito. ¿Qué representa para usted el viaje?
- Rosenberg: El viaje es una manera de ver y quizás ayuda a no naturalizar ciertas cosas, a observarlas con la curiosidad y la inocencia que Felisberto Hernández le otorgaba al amor. Me siento bien en esa situación de ser un ojo y un oído atento a lo que encuentro y a los que me acompañan en el camino. Además, paso mucho tiempo cultivando lo que recolecto.

Estar en algún punto de partida se refiere a la capacidad de interrogarme y de interrogar lo que sucede. No me interesa producir y acumular, sino trabajar con sentido de aprendizaje, de investigación y de crítica. La escritura -o el arte- en este sentido es un campo de pruebas, una zona abierta a las dudas y al conocimiento.

Y sobre los géneros, nunca me han preocupado, siempre los mezclé de modo natural. Las palabras y las imágenes cohabitan bien. Creo que la cultura hegemónica, necesita separar y crear productos y categorías que son funcionales sólo al mercado; esa separación afecta el aprendizaje y la transmisión de la experiencia.

- T: Usted confronta sueños y realidades, avances y retrocesos en el paisaje de un país hasta no hace mucho modelado por el despojo. ¿Cómo se da este regreso al país y como es, según sus propias palabras, recuperar la música de la lengua?
- R: Desde que pude regresar, lo hago casi todos los años. El país es en cierta forma la infancia, la adolescencia y una memoria compartida; retornar a la memoria de los otros cuando has pasado mucho tiempo siendo "nadie", como le dice Ulises a Polifemo. Están los afectos, las ausencias.

La lengua como la mirada es una manera de estar con el otro; es también una música. Mi acento y mi léxico norteño están mezclados con otros de América Latina y también de España. Cuando vuelvo recupero viejas palabras y hasta un modo del silencio que es significativo, y que ignoro de qué manera, influye en mi escritura.

- T: Llama la atención la descripción del tren y sus vagones -el de carga, el comedor, el de pasajeros- como habitaciones de una casa, y las estaciones como salas de teatro. ¿Hay un homenaje implícito a "La Estrella del Norte" y a los trabajadores de Tafí Viejo?
- R: El libro, resultado de varios viajes entre 2002-2003, está dedicado, sí, a los trabajadores, a los que construyen vías, piezas mecánicas, puentes, señales y palabras. A los invisibilizados, a los creadores de lo que existe.

Los talleres de Tafí son y siguen siendo una ruina y por lo tanto un tema pendiente; la destrucción del tren y el cierre de los ingenios en Tucumán son parte del proyecto neoliberal que produjo tanta miseria y sufrimiento; hay que enfocarlo como un tema que hoy tiene que ver con recuperar la soberanía económica, política y social.

Me gusta la lentitud. El viaje en ese tren tardaba más de treinta horas y me permitió conocerlo al ritmo de mi ojo, de mi corazón, de mi respiración y de mis pasos. Hablar con la gente, recolectar voces. Nada que ver con un avión. En los aviones no puedo pensar, son demasiado rápidos y sólo me dan ganas de no estar, viajo ausente.

- T: Volviendo al viaje como desplazamiento en libertad, una línea del libro advierte sobre un deseo que es a veces visto como enfermedad; un modo de cercenar que va de la mano de la postergación de los excluidos que usted enumera: indios, negros, "cabecitas"…

- R: En la sociedad capitalista, el deseo se mata y se alimenta consumiendo. Yo hablo del otro deseo, el que mueve lo propiamente humano: crear con los otros, preguntar, descubrir, transformar las situaciones. El deseo que no se inscribe dentro de las lógicas del mercado es visto como enfermo porque no se sacia de manera individual, ni entra en el circuito de la adicción que el mercado requiere.

El sistema excluye, explota, deshumaniza, responde sólo a la ley de la máxima ganancia. En América Latina hubo una larga resistencia que hoy está dando frutos en movimientos sociales cada vez más organizados y activos. Otro mundo está siendo posible porque grandes masas que sólo tenían el derecho a morirse de hambre, hoy tienen voz y son cada día más conscientes y más dueñas de su destino.

Fuente: Télam

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