El Reverendo que marcha con su hija atravesando un paisaje desolado en El viento que arrasa, o la agonía de Pajarito Tamai y Marciano Miranda en la primera escena de Ladrilleros, inauguran una sucesión de imágenes donde lo siniestro, aquello extraño y familiar al mismo tiempo, empieza a cobrar fuerza. Ladrilleros es una tragedia. La imagen que acabamos de describir es el corolario del desencuentro de dos familias. La desventura se anuncia desde la primera página de la novela. El viento que arrasa, en cambio, tiene un final que para algunos resulta esperanzador. Porque la autora intuye que aún en circunstancias difíciles, y hasta en un clima irrespirable, el protagonista tiene la posibilidad de dejar una vida y elegir otra. Los márgenes de decisión son escasos cuando pesa el abandono o la desidia. Sin embargo, en El viento que arrasa el Tapioca no termina como Tamai y Miranda, herederos estos últimos de una suerte de guerra entre Montescos y Capuletos en el paisaje entrerriano.
"El perro Bayo se sentó de golpe sobre las patas traseras. Estuvo todo el día echado en un pozo, cavado esa mañana temprano. El hoyo, fresco al principio, se había ido calentando en su letargo". Ese mismo perro, que abre el capítulo dieciséis de El viento que arrasa, es el que en los párrafos siguientes va a anunciar la tormenta. Los animales, la naturaleza y los personajes de la autora comparten la vida con inquietante naturalidad. El lector presiente que en ese universo cerrado, asfixiante y de pocas palabras algo terrible va a ocurrir. Las dos novelas de Selva Almada se leen bajo la amenaza de una desgracia que se avecina. Y aunque esto no ocurra, la sensación que tiene el lector es la misma. En Ladrilleros los perros son parte del botín de guerra de las dos familias enfrentadas: "Esa mañana, cuando Tamai encontró al galgo muerto, con los ojos vidriosos y la cabeza descansando sobre un charco de baba y sangre, sintió tal furia que le pegó una patada en las costillas, como si así pudiese volver a ponerlo de pie". Los perros de Selva Almada forman parte de ese universo de límites difusos tan presente en ambas novelas.
Fuente: Télam