Catamarca
Viernes 29 de Marzo de 2024
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Sergio del Molino y la necesidad de nombrar más allá del dolor

En "La hora violeta" el escritor español compone una impactante novela sobre la enfermedad de su hijo Pablo, quien murió de leucemia antes de cumplir dos años, configurando una narración que sobrevuela el dolor para encontrar una palabra precisa que pueda definir esa experiencia inconcebible.
"Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos", apunta Del Molino en el comienzo del libro, publicado por Random House.

Y más adelante sostiene: "Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir siempre en una hora violeta. Nuestros relojes no están parados, pero marcan la misma hora una y otra vez".

Sergio del Molino (Madrid, 1979) trabajó durante más de diez años en medios gráficos de España y publicó el libro de relatos "Malas influencias" (2009); el ensayo literario "Soldados en el jardín de la paz" (2009); la antología de textos periodísticos "El restaurante favorito de Nina Hagen" (2011) y la novela "No habrá más enemigo" (2012).

- Télam: ¿Cómo fue el trabajo de traducir esa experiencia demoledora a un proyecto literario?
- Del Molino: Me salió de forma bastante natural, debe ser porque tengo un problema psiquiátrico relacionado con la literatura; todas mis vivencias se expresan siempre a través de la escritura. No sé poner en orden mis ideas y no me atrevía a escribir esa experiencia. Fue mi mujer, que me conoce mejor que yo, la que me obligó a sentarme.


- T: ¿Cómo llegaste a obtener el tono directo y contundente del narrador?
- DM: Llegué con un esfuerzo muy consciente; al trabajar con algo tan doloroso e impactante, corría un grave riesgo de que la prosa se me fuera de las manos, se desbordara, y se fuera a un tono melodramático, un tono ridículo y grotesco que hubiera pervertido el propósito del libro: una transmisión fiel del dolor y la estupefacción de un padre ante la muerte de su hijo. No quería que la peor experiencia de mi vida se convirtiera en una caricatura.


- T: En el libro se percibe todo el tiempo una necesidad imperiosa por decir, por contar, por nombrar las cosas como son...
- DM: Alguien dijo, en tono elogioso, que este era un libro escrito contra la literatura. En realidad está escrito contra una imagen esquemática de la literatura; su razón estética lucha contra una barrera de lugares comunes, silencios y tabúes que me rodeaban y que yo quería vencer, el eufemismo era mi mayor enemigo. Desde la primera página hay una voluntad nominalista radical: quiero que mi hijo y todas las cosas aparezcan con su nombre y que el uso de la metáfora recupere su función primordial: penetrar aún más en el significado de las cosas, y no el de ocultar. Eso no quiere decir que lo muestre todo, no es un libro exhibicionista, pero no dice cosas sin decirlas.


- T: En un momento de la novela decís que antes de esa experiencia tu relación con la literatura era más bien lúdica, en broma, ¿eso cambió para siempre después de este libro?
- DM: En la vida no se pueden hacer planes ni trazar estrategias artísticas ni profesionales, porque la vida luego te las impone, lo que haces es adaptarte a ellas, eso no es una enseñanza pero sí una convicción a la que he llegado. Cuando empecé a escribir tenía una vocación muy traviesa, me gustaba la literatura como juego, como provocación, una literatura contra la solemnidad. Eso me obligaba a evitar los grandes temas, como la muerte, que no me había planteado tratar. Pero la vida te pone ahí y no sólo te ves capaz sino que es lo único que puedes hacer razonablemente bien. Tu compromiso como escritor empieza ahí.


- T: ¿Cuáles fueron los cambios fundamentales en tu literatura?
- DM: Esta novela me cambió la forma de concebir la escritura en muchos sentidos: le perdí miedo a la primera persona, tengo otra relación con el pudor, con los narradores, también con las formas de seducción al lector. Creo que mis libros posteriores van a remitir siempre a este, es un libro del que no me voy a desligar nunca, pero tampoco quiero, forma parte de mí. Suena mal decir que me he vuelto un escritor más solemne o más grave, porque tampoco es eso, pero me siento situado en otro lugar, en un terreno donde al principio no me sentía muy cómodo y voy a tener que esforzarme para sentirme bien.


- T: ¿Qué lecturas y autores fueron parte de tu formación como escritor?
- DM: La relación entre lectura y escritura me resulta complicada; en mi caso, desde chico me recuerdo queriendo ser escritor y leyendo mucho, por eso digo que es un problema psiquiátrico. Recuerdo que leía "La isla del tesoro" y en lugar de querer vivir esa aventura, buscaba información sobre Stevenson y de cómo había construido la novela. Después llegó Cortázar, que ha sido un autor fundamental para mí, como también lo ha sido para muchos otros, no es nada original. Finalmente, los escritores seminales son muy poquitos, es limitado el repertorio de autores capaces de despertar vocaciones. Cortázar fue clave a la hora de concebir la literatura como juego, pero también es verdad que me he distanciado mucho de él. Eso es algo importante para escribir: asimilar una lectura y luego alejarte.

Fuente: Télam

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