Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Shakespeare sigue hablándonos al oído

El mundo entero celebra los 450 años del nacimiento de Shakespeare. Porque el genial bardo es patrimonio de la humanidad. Poco importa, entonces, la exactitud de las fechas.
Podemos afirmar que fue bautizado el 26 de abril de 1564 y que murió el 23 de abril de 1616. Pero esos no son más que datos fríos que nada dicen de su obra. Hoy las obras de Shakespeare se representan en todo el mundo y hasta podríamos coincidir con Borges cuando afirma: "Shakespeare es el menos inglés de todos los poetas de Inglaterra". La dificultad que han tenido muchos eruditos de la época isabelina para aceptar al autor de Hamlet es comprensible. Shakespeare desconcierta con sus giros brucos, con sus tonos sublimes y groseros al mismo tiempo, con sus cambios de ritmo en cuestión de segundos y, sobre todo, con su descomunal comprensión de lo humano. No es casual que Harold Bloom haya titulado su libro Shakespeare, la invención de lo humano.

Hoy The Globe, el teatro de Shakespeare ha vuelto a funcionar. Fue reconstruido con los materiales de la época y está situado en el lugar donde estuvo el original. Un ejercicio apasionante es caminar desde el teatro hasta La Torre, el castillo más antiguo de Londres donde Shakespeare sitúa varias de sus tragedias. El recorrido, que puede durar unos diez minutos a paso vivo, nos permite imaginar, sobre todo si es una noche brumosa, lo que habrá sentido Shakespeare cuando buscaba material para sus obras. Porque si bien es cierto que hasta podríamos hablar de un Shakespeare argentino, dado que es tan intensa la productividad de sus textos que grandes directores y dramaturgos los han tomado como materia prima para hablar de lo propio, nadie podría negar que las obras originales se gestaron en esa Inglaterra isabelina en la que la vida no valía la nada y, a la vez, se protegían las artes. Protección que tuvo altibajos, claro, porque fue una época tumultuosa en la que más de una vez se cerraron los teatros por considerarlos inmorales y peligrosos.

Lo cierto es que Shakespeare nos sigue hablando y suele tener palabras que parecen destinadas directamente a cada uno de nosotros. El Julio César, por ejemplo, que montó Jaime Kogan durante la última dictadura militar hablaba de la tragedia que vivíamos los argentinos en esa época. Griselda Gambaro puso en escena La señora Macbeth y el recordado y querido Alfredo Alcón impuso su excepcional talento en Hamlet y en Rey Lear. Rubén Szuchmacher se animó a llevar su versión de Enrique IV nada menos que al teatro de Shakespeare en Londres, y Javier Daulte dirigió en el San Martín una versión moderna de Macbeth. Hay muchos más ejemplos, sin duda, pero no se trata aquí de repasar cada uno de estos valiosos desafíos teatrales, sino de afirmar, una vez más, parafraseando el título de un libro memorable del crítico polaco Jan Kott, que Shakespeare es nuestro contemporáneo.

Los irracionales celos de Leontes en Cuento de invierno, la angustia existencial de Hamlet en la obra homónima o la confusión de roles que viven las criaturas de Sueño de una noche de verano surgen tan reconocibles para el público moderno que cuesta imaginar que Shakespeare perteneció a su época, más bien parece un creador que le habla al oído a distintas generaciones. Por eso nos estremecemos con Otelo y sus celos hacia Desdémona y despreciamos los manejos del poder de Ricardo III, siempre preparado para llevar el mal hasta las últimas consecuencias. En ese sentido Shakespeare es quien mejor ha comprendido el siglo XX. Y no porque haya estado para contarlo, sino porque tanto en el siglo pasado como el que acaba de comenzar, las guerras, las luchas por el poder y las miserias humanas han estado a la orden del día. Quizá la diferencia entre la época de Shakespeare y ésta radique en que antes las guerras eran de sangre y de espada, mientras que ahora se miran por televisión y apenas nos enteramos de los cuerpos despedazados de los que habla el genial bardo en sus textos.

Shakespeare escribía para el pueblo y para la corte, de ahí sus registros tan diferentes entre los distintos personajes. Pero lo más importante, y en lo que nunca fue superado, es en la teatralidad de sus textos. ¿Cómo no recordar la escena en la que Ricardo III se lleva a la cama a Lady Ana después de seducirla frente al cadáver de su suegro y de haber asesinado a su marido? Son 42 réplicas de texto, 3 páginas del folio original, y lo que logra Shakespeare deja con la boca abierta a los espectadores y a los lectores. Aunque a esta altura conviene aclarar que Shakespeare no tiene nada que ver con la literatura: es puro teatro. Y para probarlo basta con recordar escenas que al leerlas exigen el escenario, reclaman un espacio propio, alejado de la lectura, como si las palabras buscaran los cuerpos para encarnarlas. Seguramente Hamlet es más conocido que Shakespeare y Otelo refleja el paradigma de la celotipia por encima de su autor. Pero hay más: en la Argentina se celebra todos los años una semana dedicada al dramaturgo isabelino organizada por Patricio Orozco en la que se encuentran nuevas miradas sobre antiguas obras. Roland Barthes se preguntaba: "¿No deberíamos retomar (que no es lo mismo que repetir) las antiguas imágenes para llenarlas de contenidos nuevos?". Lo que cambian son las formas con las que se abordan esas obras, las miradas y las puestas en escena. Pero todos sabemos que el amor de Romeo y Julieta es tan eterno como el deseo y que la vitalidad de Falstaaf está a la orden del día en el mundo actual. Lo que desconocemos es cómo hizo ese dramaturgo, actor y empresario que fue Shakespeare para construir semejante obra. El talento desmedido para intuir lo que es teatral quizá nació de la necesidad de que su compañía funcionara. De hecho los textos que hoy leemos fueron corregidos por los actores de la época. Al leer a Shakespeare tenemos la sensación de que fue un teatro que se construyó sobre las tablas y de acuerdo a las circunstancias de la época. Si el público quería sangre ahí estaba la compañía de Shakespeare para ofrecerla. Lo que pertenece a la esfera de lo inefable es la matriz poética de sus textos. Hay momentos en los que se tiene la sensación de que los personajes van a salir del escenario y conversar con nosotros, como si no pertenecieran al universo de la ficción. Es esa la genialidad que hace que hoy, a 450 años de su nacimiento, Shakespeare siga acompañándonos en el camino de la vida.







Fuente: Télam

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