Catamarca
Jueves 28 de Marzo de 2024
Buscar:

Sobre editores y libros

En un reciente artículo publicado en Página 12, Martín Granovsky informaba cuál era la función del Editor en la Roma Imperial. Se trataba de un funcionario que solía estar junto al César en las tardes de circo.
Las películas de Cecil B. De Mille, replicadas con idéntico fervor por sus admiradores y detractores, mostraban al gladiador caído sobre la arena, aguardando la decisión del César o de su favorita de turno: el pulgar hacia arriba significaba que el derrotado había perdido la lucha pero no perdería la vida; el pulgar hacia abajo simplemente significaba muerte. Esa sentencia, sostiene Granovsky, no la pronunciaba el César, quedaba en manos (nunca mejor dicho) de un funcionario con poder de vida o muerte. Era el Editor quien con su pulgar decidía el destino del infeliz humillado sobre la arena.

Con la caída del imperio romano desaparecieron los editores, y hubo que esperar hasta el año 1553 para oficializar el término, aunque en este caso se trató de "Edición", voz que deriva del latín: editiones=parto y de la cual descenderían "editor" y "editorial". Sin embargo, antes de la instauración del imperio romano, en la antigua Grecia hubo un tirano que, acaso sin saberlo, ejerció el oficio de editor y no lo hizo como posteriormente lo harían los funcionarios de la Roma imperial, sino de la manera en que lo hacen los editores actuales. Pisístrato, se llamó ese hombre, gobernó Atenas a mediados del siglo IV a.C., y su especial apego por los libros lo llevó a convocar a los mejores letrados atenienses con el fin de que se ocuparan de agrupar y poner por escrito los versos homéricos que desde hacía más de dos siglos se repetían de boca en boca por las calles de Grecia.

¿Cuántas modificaciones habrán recibido esos versos desde que fueron pronunciados por primera vez hasta que los pacientes escribas de Atenas lo llevaron al papel y cuántas modificaciones habrán hecho esos escribas a la hora de escribirlos? Un par de preguntas que no tienen respuesta y que no se limitan a los versos homéricos. John Heminges y Henry Condell fueron dos actores del teatro "El Globo" que, ocho años después de la muerte de William Shakespeare, se ocuparon de reagrupar la producción dramática del poeta ya que, según anunciaron, "éste no había establecido ni supervisado sus propios escritos". Así, en 1623, se publicó el First Folio, un volumen que incluye once comedias, quince tragedias y diez obras históricas de Shakespeare. Gracias a la buena memoria de estos dos actores, asumidos editores, hoy conocemos una de las mayores obras de la literatura de todos los tiempos. No obstante, ante la certeza de que Shakespeare "no supervisaba sus propios escritos", persiste la duda acerca de cuánto de esos escritos pudieron haber modificados Heminges y Condell. El First Folio no incluía "Pericles", "Los dos nobles parientes" y "Eduardo III", piezas que hoy se le atribuyen a Shakespeare.

Un cuarto de siglo después de que en Inglaterra se editara el First Folio, Gonzalo de Salas, en España, reunía por primera vez en un volumen los poemas de Francisco de Quevedo, que había muerto cuatro años antes, sin haber visto publicado uno solo de ellos. Mucho tiempo después, se comprobó que aquella primera edición incluía más de veinte poemas que no correspondían a Quevedo.

El cristianismo a la hora de contar la historia del Mesías evitó esos malos entendidos: en el año 110, un grupo de anónimos editores ya habían elegido como únicos y verdaderos los relatos de Marcos, de Mateo, de Lucas y de Juan; el resto de las crónicas, más de setenta, fueron consideradas apócrifas. A fines del siglo IV se confirmó esa sentencia y en 1546, durante el Concilio de Trento, obtuvo fuerza de ley. Claro que en este caso se trataba de textos sagrados, entre los escritos paganos continuaron deslizándose algunos descuidos. Los estudiosos de la obra de James Joyce tomaron como juegos idiomáticos ciertos errores cometidos por el editor de la primera edición de "Ulises". Un disparate que no es menor al que, entre otros, sufrieron Antonio Machado y Jorge Luis Borges. Un verso que Machado escribió con estas palabras: "La cucaña seca de tus ojos verdes", apareció publicado con estas: "La cucaña seca de tus hojas verdes". Borges comienza la sexta estrofa de su poema "Sherlock Holmes" de este modo: "No va jamás al baño. Tampoco visitaba ese retiro Hamlet…" En la primera edición argentina y en la primera española aparecen de esta manera: "No baja más al baño. Tampoco visitaba ese retiro Hamlet…" Lo que lleva a pensar que tanto el detective de Baker Street como el príncipe de Dinamarca tenían su propio retrete en el primer piso.

Los editores, que durante la Roma Imperial tuvieron poder de vida o muerte sobre los desdichados gladiadores, habrían nacido, tal como hoy se los conoce, en tiempos de Pisístrato. Más allá de algunos desaciertos, hay que celebrar su presencia, no sólo controlan la edición, también reciben las cachetadas: la calidad del texto suele atribuírsele al autor; los desvíos o excesos, al editor.

Fuente: Télam

(Se ha leido 147 veces.)

Se permite la reproducción de esta noticia, citando la fuente http://www.diarioc.com.ar

Compartir en Facebook

Sitemap | Cartas al Director | Turismo Catamarca | Contacto | Tel. (03833) 15 697034 | www.diarioc.com.ar 2002-2024