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Martes 23 de Abril de 2024
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Todavía goza de excelente salud la heterosexualidad obligatoria

En Moralidades y comportamientos sexuales, Argentina 1880-2011, la socióloga, historiadora, ensayista y ex legisladora Dora Barrancos compila -junto a un grupo de colaboradores- los elementos para componer una historia de las variantes e invariantes que forman ese archipiélago teórico, siempre bajo estado de sospecha o intimidación.
El libro, publicado por la editorial Biblos, además de la nombrada, cuenta con otras dos editoras, Adriana Valobra y la estadounidense Donna J. Guy, autora de El sexo peligroso.

Barrancos es socióloga egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctora en Historia por la Universidad Estadual de Campinas (Brasil). Además, es directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y de la maestría de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional de Quilmes.

Este es el diálogo que sostuvo con Télam.

T : ¿Por qué usted y sus colaboradores eligieron un período tan amplio, desde 1880 a 2011?
B : El periodo tan largo tiene que ver con la naturaleza del problema. La sexualidad ha estado bajo censura, ha sido intimidada, y por lo tanto no es una dimensión fácilmente reconocible y mucho menos abordable pues la historiografía hace muy pocas décadas que la constituyó como objeto de análisis. Llegar a inicios de nuestro siglo significa arribar a los umbrales de cambios singulares en nuestra sociedad y sobre todo en nuestro ordenamiento jurídico.

T : ¿Existe un patrón de conducta, digámoslo así, que podría unir esos extremos o lo que justamente sucede es que los patrones han ido basculando? ¿Cómo? ¿De qué manera?
B : Los patrones de la conducta sexual podrían dividirse al menos en dos grandes galerías: las conductas que pudieron tener las gentes de carne y hueso, y las conductas ordenadas por los códigos de moralidad. Estos últimos exigieron heterosexualidad, amplia prerrogativa del doble rasero moral de los varones -permitiendo a gusto relaciones extramatrimoniales-, sanción a los desajustes morales de las mujeres, repudio a las prostitutas al mismo tiempo que se sostenía su contribución a la virilidad -y a la propia estabilidad del matrimonio-, para señalar algunos puntos cardinales de las convenciones. Pero en el periodo en foco (y mucho antes), lo cierto es que había mucho/as que se enamoraban de personas de su mismo sexo, que no pocas mujeres quebraron los mandatos y pudieron tener vínculos amatorios extra matrimoniales, que algunas parejas se divorciaban de hecho y que conseguían volver a casarse legalmente aunque eso comportara bigamia. En suma, los patrones morales han sido retados por las formas amatorias y sexuales que deseaban anatematizar.

T : ¿Algún elemento que haya persistido? Digo: en el orden de la moralidad.
B : Desde luego, hay fórmulas sobrevivientes y muy encarnadas en el imaginario social. Todavía goza de excelente salud la heterosexualidad obligatoria. La verdad es que la ley avanzó de modo muy significativo en nuestro país, que hacía gala de trazos homofóbicos: la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género ponen en evidencia que no siempre se consagra lo que primero se ha establecido socialmente. Estoy segura de que ambas leyes avanzaron sobre los conceptos morales promedio de nuestro país.

T : Usted sabe que la Argentina es un país atravesado por los discursos psi: psicoanálisis, psicología, psicoterapia, pedagogía, etc. ¿Cómo funciona esa variable en el estudio? ¿Alguna hace diferencia o diversidad?
B : En el pasado, y me refiero apenas a lo que ocurrió durante la segunda mitad del siglo XX, todas esas disciplinas se empeñaron en mantener la moralidad canónica. Aunque pudieron manifestarse vertederos libertarios -especialmente en el psicoanálisis-, esos saberes reforzaban las conductas ajustadas a la moral sexual dominante. Esto no significa que no hubiera excepciones, que en la práctica psicoanalítica no hubiera condiciones para la aceptación de una opción diversa. Pero debe pensarse que la homosexualidad era catalogada como perversión y que la normativa de salud internacional la indiciaba como enfermedad. En general, para la pedagogía, aún de la segunda mitad del XX, la masturbación era un grave problema, y las identidades disímiles de género una cuestión tan severa como inabordable.

T : Cuando se habla de moralidad y comportamientos sexuales, ¿supongo no se habla sólo de mujeres? ¿Qué se puede decir de la posición masculina?
B : No sólo se habla de varones y mujeres, sino que en nuestro libro se historizan circunstantes que huyen de esa polaridad antojadiza. Las manifestaciones múltiples, las diversidades de género, son objeto de algunos análisis. La posición masculina dominante fue una notable creación - originó el patriarcado en algún momento de nuestro pasado remoto-, que dio como resultado patrones viriles, con escasa manifestación de los sentimientos, rudos en la condena a las formas femeniles de los propios congéneres. Debe pensarse que la masculinidad también fue un sistema de opresión de muchos varones, forzados a sentir como no querían y a actuar como no deseaban.

T : ¿Cómo está el país en este nivel luego de treinta años de democracia ininterrumpida?
B : Tengo la convicción de que en estos treinta años nuestra sociedad cambió mucho, aunque desde luego no lo suficiente como para consagrar el más completo reconocimiento en materia de opciones sexuales. No hay duda de que han inflexionado los parámetros homofóbicos, y que ya no se condena con la contundencia de antes la libertad sexual de las mujeres. Pero nuestra sociedad debe todavía realizar muchas más transformaciones y vamos a seguir apostando a que cada vida sea digna de ser vivida.

Fuente: Télam

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