Catamarca
Martes 23 de Abril de 2024
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Un libro que teje relaciones impensadas entre el ilusionismo y la neurociencia

En Neuromagia. Qué pueden enseñarnos los magos (y la ciencia) sobre el funcionamiento del cerebro, el físico y mago Andrés Rieznik explica cómo esta novedosa disciplina ha logrado sortear las impugnaciones del campo cientí­fico para convertirse en una herramienta que permite avanzar en el estudio de la conciencia, desentrañar las trampas de la percepción y hasta ofrecer un consuelo a la finitud humana.
Con credibilidad dispar, la magia y la ciencia han jugado siempre a desafiar lo imposible: la primera como artilugio, la segunda como instancia fáctica. Y los mismos científicos que durante siglos ejecutaron febriles cacerías para desmantelar el accionar de todos aquellos enrolados en el oficio ilusionista, descubrieron finalmente los recursos que la prestigitación ofrece para descifrar aspectos de la mecánica cerebral que la neurociencia por sí sola no ha logrado dilucidar.

Rieznik, doctor en Física y mago de larga data, da cuenta de estas tensiones en su libro "Neuromagia" (Siglo XXI editores), donde además de abordar todo lo que el ilusionismo aporta al proceso de construcción de la conciencia y a cuestiones relacionadas con la percepción, la memoria y la atención, analiza las implicancias morales del estudio de la conciencia a la luz de categorías habilitadas por la magia como libre albedrío, falsas memorias o ´forzaje´ psicológico.

El texto incluye las conclusiones de un trabajo de campo que el autor realizó junto al físico Mariano Sigman y al mago Maximiliano Giaconia en el Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Universidad de Buenos Aires, donde se analizaron comportamientos específicos frente a diferentes estímulos con el propósito de determinar los circuitos neuronales que intervienen en
la toma de decisiones.

"La magia como arte nos hace reflexionar sobre los problemas más interesantes de la humanidad como la finitud de la vida y el drama de la existencia. Para un mago la religión y el pensamiento mágico es un cáliz envenenado, porque es mucho más interesante vivr la vida sabiendo que estás al borde de un océano de desconocimiento y que en cualquier momento te podés hacer un festín de sabiduría", sostiene Rieznik a Télam.

¿Cuándo los científicos dejaron de perseguir a magos e ilusionistas para desenmascarar sus imposturas y vieron en este disciplina una veta para estudiar el funcionamiento del cerebro?
Andrés Rieznik: La primera alianza entre magos y científicos ocurrió en el siglo XIX con el nacimiento de la magia moderna. Su fundador fue el francés Robert Houdin, que fue el primero en distinguir claramente lo que se hacía en el escenario con un propósito lúdico de lo que oscurrió fuera de ese espacio. Hasta ese momento, el ilusionismo estaba asociado a la brujería y a la estafa. En este sentido, la magia moderna es a la brujería, los estafadores y los falsos medium lo que la astronomía es a la astrología o lo que la química es a la alquimia.

Lo novedoso de los últimos años es la alianza para entender mejor el cerebro y la mente. Con el florecimiento de la neurociencia, nos hemos dado cuenta de que los magos tienen un montón de conocimiento para aportar sobre el funcionamiento de la mente y el cerebro. Esta nueva interacción data del año 2008.

T: ¿Cómo asimila o repiensa la ciencia ese viejo paradigma de la magia que advierte "Mirar no es ver"?
A.R: Este es un principio fundamental para la magia, pero la ciencia tardó mucho en incorporarlo como un dato central eso de que muchas veces una experiencia visual no accede realmente a la conciencia de una persona. Entender cómo los magos explotan esa falla de la mente es lo que está permitiendo entender muchos aspectos del conocimiento del cerebro.
La magia tiene mucho para ofrecer en relación a percepción, memoria y atención, pero creo que lo más importante que tiene para aportar está relacionado con lo que para la neurociencia es crucial: el problema de la conciencia, es decir, cuándo emerge una conciencia y a partir de qué circuitos neuronales se produce y cuáles son las condiciones que deben cumplirse para que podamos decir que un cuerpo del universo corresponde a un ser humano, un perro o una piedra.

Este campo tiene incidencia como problema filosófico pero también tiene un montón de aplicaciones prácticas, por ejemplo para determinar la presencia de conciencia en un paciente en estado vegetativo o establecer los derechos de los animales. La conciencia tiene que ver con el hecho de sentir que uno puede elegir. Al respecto los magos tienen mucho para aportar porque saben bien cómo funciona en la mente esa sensación de libertad y se la pasan hackeando esos cirtuitos de manera que el espectador se sienta libre cuando en realidad fue direccionado por el mago para que elija. Esa técnica se conoce como forzaje psicológico.

T: El libro refleja de algún modo tu modalidad diletante: arranca hablando de los atributos más previsibles de la magia para desembocar en un capítulo de sesgo metafísico que plantea su relación con la muerte...
A.R: Reflexionar sobre la magia y su historia me fue llevando naturalmente a la cuestión de la muerte. Una vez que uno abandona las explicaciones religiosas o esotéricas del medioevo sobre problemas como la muerte o la existencia te confrontás con que no sabés nada y que probablemente la conciencia de cada uno de nosotros desaparezca junto con la muerte del cerebro. La magia irrumpe como el arte que se encarga un poco de lo maravilloso del misterio en el que estamos inmersos.

La magia es el arte por excelencia para discutir sobre la muerte, sobre los límites entre lo posible y lo imposible, los límites de la conciencia... Hay un mago español, Juan Tamarís, que habla mucho sobre el simbolismo en la magia: la aparición de una paloma en la galera, por ejemplo, se constituye como metáfora de la vida, de lo que aparece y desaparece de la nada.

T: Hay un capítulo dedicado a la magia y la naturaleza del amor ¿Cuáles son los puntos de encuentro entre esas dos dimensiones?
A.R: Probablemente la belleza más profunda de la magia tenga que ver con que nos evoca el amor. Pone en escena esa sensación intrínseca al amor de que hay algo improbable en que dos personas estén juntas: es mucho más improbable que la otra persona tenga exactamente los rasgos que uno quisiera entre las millones de fisonomías posibles, mucho más que adivinar una carta entre un mazo de 52. Sin embargo, a esto último lo llamamos magia y a lo otro lo llamamos amor. Tal vez en esa evocación profunda del amor se esconde la mayor belleza que la magia pueda alcanzar.

T: ¿Está cambiando la naturaleza de la magia en tanto el acceso a internet permite hoy conocer con facilidad la resolución de un truco?
La magia tiene que reinventarse y asumir que no sólo que es entretenimiento sino, y por sobre todo, asombro. Antes para ser mago bastaba con saber dos o tres secretos que nadie conocía. El truco funcionaba invariablemente. Hoy en día es posible encontrar la resolución de los trucos en dos o tres googleos. El secreto dejó de ser entonces el principal sustento de la magia.

Hoy el rol del mago se ha complejizado. Aún así el ejemplo paradigmático de esta complejidad sigue siendo René Lavand: un tipo que te contaba anécdotas fascinantes y domina la escena con el relato mientras con la baraja hacía al mismo tiempo cosas increíbles. Internet obliga al mago a descubrirse a sí mismo y a afilar qué es lo que tiene de auténtico para mostrarle al mundo.



Fuente: Télam

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