Catamarca
Miercoles 24 de Abril de 2024
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Una guerra, muchas guerras

La condición inasible del pasado y la idea de que toda memoria es el resultado de un proceso de construcción y adulteración atraviesan Los muertos de nuestras guerras, obra de Federico Lorenz centrada en el contrapunto entre dos hombres que documentan la exhumación de los cuerpos británicos en la Gran Guerra y se debaten entre honrar la memoria de los muertos y servir al relato del poder.
Una guerra nunca es una única guerra. En simultáneo o a destiempo se despliegan muchos otros combates que se libran fuera del territorio donde los bandos enfrentados miden fuerzas y estrategias: son conflictos que carean a una sociedad con el relato oficial que convierte en héroes a las víctimas para sofocar la pérdida insoslayable que implica toda contienda.

Los muertos de nuestras guerra (Tusquets) da cuenta de estas tensiones que se alinean con la formulación del francés Michel Foucault cuando describe a la guerra como el motor de las instituciones, aunque el planteo de Lorenz es más amplio y alcanza también la relación que una sociedad entabla con sus muertos: cómo los evoca, cómo los resignifica, cómo los llora.

El libro se puede leer como una colección de fragmentos ensamblados que expresan puntos de vista diferentes y contrapuntos sostenidos en los personajes del fotógrafo Iván Bawtree y el ex capitán inglés Llwyfen, que encomendados a la tarea de registrar y exhumar los restos de soldados británicos en Flandes permiten constatar que toda reconstrucción es arbitraria e incompleta.

"Nos hemos alejado como sociedad de los muertos, y más ampliamente del pasado, de todas las formas posibles, lo que nos vuelve efímeros: es imposible pensar en cualquier trascendencia para nosotros si no podemos ver la que otros imaginaron para sus actos, aún cuando no acordemos con ellos", destaca Lorenz a Télam.

- Télam: ¿Por qué elegiste retomar la temática de la guerra desde una perspectiva diferente a tus obras centradas en Malvinas?
- Lorenz: La Primera Guerra Mundial me interesa porque fue un conflicto a caballo entre el siglo XIX y el XX, tanto en cuestión de valores desplegados por los combatientes como por los cambios tecnológicos que implicó el conflicto. La entrada a los temas bélicos suele ser la Segunda Guerra Mundial: más espectacular, con más escenarios, más global, más representada en el cine...

Sin embargo, a medida que leía sobre la Gran Guerra descubría una serie de elementos interesantes, y uno para nada menor fue el cambio cultural que significó la matanza en las trincheras. Esto último se toca con mi trabajo sobre la violencia política en la Argentina, sobre todo relativa a los temas de la memoria, las desapariciones y sí, la guerra como parte del repertorio político.

La novela es una síntesis entre ambas cuestiones: el impacto de nuestra historia violenta y las entrevistas vinculadas a la violencia política que como historiador he producido.

- T: ¿Más allá de la temática de la guerra, hay una voluntad de repensar el espacio que ocupa hoy la muerte en el paisaje social?
- L: Cuando empecé a escribir la novela, entrevistaba todos los días a familiares de desaparecidos, sobrevivientes de los campos de concentración... Eso hizo que en un momento, de un modo nada metafórico conviviera con la muerte, presente en sus historias y por lo tanto en la mía. Hacia 2001, cuando tenía avanzado algunos borradores, discutíamos cómo sociedad de qué forma hablar tanto de las víctimas de la dictadura como de los militantes.

En ese punto, hay una influencia directa del contexto en mis ganas de escribir sobre él sin tomar directamente el tema, que como historiador sí lo hacía. Nos hemos alejado como sociedad de los muertos, y del pasado, de todas las formas posibles, lo que nos vuelve completamente efímeros, pues es imposible pensar en cualquier trascendencia para nosotros si no podemos ver la que otros imaginaron para sus actos, aún sin acordar con ellos.

Hay una relación banal, casi diría antinatural, entre la alusión y utilización permanente del pasado en todo tipo de discursos y prácticas sociales y la dificultad de pensar que alguna vez nosotros también lo seremos. Cuánto más humana me parece la aceptación de la convivencia con los idos que su expulsión al paraíso del recuerdo.

- T: El personaje de Llwyfen debe lidiar con una serie de "contratiempos" a la hora de evocar y retratar la guerra ¿En qué medida su intervención en la historia fija posición sobre el proceso de la memoria, que en sintonía con sus oscilaciones se podría definir como una construcción en la que intervienen verdad y ficción y no como una evocación literal del pasado?
- L: Llwyfen me permite plantear estas cosas desde la historia de alguien que ha combatido y ha visto morir a mucha gente. Participa del proceso colectivo de exhumación y conmemoración de los caídos, pero la novela muestra que su historia personal no encaja en lo que él mismo está haciendo como parte de ese proceso de memoria.

En las entrevistas que hice con veteranos de guerra o guerrilleros aparecían esas tensiones, entre los recuerdos personales y los relatos más públicos para referirse al pasado que habían vivido. Llwyfen lleva una cicatriz en la cara que es tan concreta como la de su alma, y en función de ella actúa. Y creo que muchas veces en las generalizaciones olvidamos esas pequeñas historias individuales.

Lwyfen nos advierte que nada de lo que hagamos será suficiente para fijar o congelar el pasado, y eso es tanto una amenaza como una posibilidad.

- T: La novela también instala la cuestión acerca de las guerras que se libran en una sociedad una vez que termina la guerra propiamente dicha y el conflicto se desplaza del campo de batalla a la esfera social ¿Qué forma toman estas tensiones?
- L: En relación con los muertos y la memoria, las formas en las que recordemos, a quiénes, dónde y cuándo lo hagamos, dicen mucho acerca de nosotros pero también del tipo de sociedad imaginada. Son disputas simbólicas que pueden parecer irrelevantes pero no lo son. Basta prestar atención a las cosas tan distintas que como sociedad hemos dicho sobre las víctimas de la dictadura o los soldados de Malvinas desde los años 70 y 80 al presente.

Y aquí, en este espacio por darle sentido a lo que pasó, es donde chocan las memorias individuales, las colectivas, las partidarias, nacionales.. alimentadas por el trabajo de Llwyfen, del fotógrafo Bawtree, los historiadores, los periodistas, la ficción, los deudos.

Fuente: Télam

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