El jolgorio movilizó a todos los vecinos, en derredor de un escenario montado en la esquina de Iturbe y Larrabure, frente mismo al solar en que María Luisa (1901-1993) y Rosario Francisco Carabajal (1893-1965) criaran a sus 12 hijos.
Belén reside en Buenos Aires. “Vengo desde hace siete años. Me atrae la calidez del santiagueño, su música, su naturalidad. Quizás siempre retorno a La Banda escapándole al exceso del asfalto”, relata, en alusión a la más cosmopolita de las ciudades.
En toda la siesta, el escenario obró como preciada vidriera en que más de 20 grupos folclóricos desparramaran chacareras, zambas y chamamés.
Porteños, santafesinos, cordobeses, riojanos, tucumanos, entre otros compatriotas bailaron hasta el delirio. Comieron asado, empanadas y pollo asado. Después, se mandaron a la pista. Imagínense, alrededor de 10.000 personas bailando en el patio, al ritmo de la Chacarera Trunca, Añoranzas, Aunque me duela el alma, Bajo la sombra de un árbol, Chacarera del Salado, Chacarera para mi vuelta, Desde el Puente Carretero, Embrujo de mi Tierra, Entre a mi pago sin golpear, Para cantar he nacido, Qué hermoso sueño soñé y otras tantas.
Desparramo de alegría
Cerca de las 17.30, los Carabajal más reconocidos subieron al escenario y regalaron a la gente las canciones más pegadizas, esas cuyas letras transportan a Santiago a todos los rincones del país. Peteco, Cuti, Roxana y Roberto quedaron con las gargantas agotadas, al descender del escenario cerca de las 18.30.
El baile fácilmente puede interpretarse como la coronación perfecta para cientos y cientos de turistas que desde la semana pasada poblaron hoteles, residenciales y los patios mismos de las casas en Los Lagos.
Semejante movilización también activó una literal empresa barrial: se vendieron en abundancia, empanadas a $24 la docena, pasteles, 3 por $ 4, gaseosas $ 5, tortillas a $ 3, mates y bombillas, por $ 15. Ayer, estacionar un auto costaba $ 10, motocicletas, $ 2.
Así, entre un fuerte predominio musical, la fiesta por los 108 años de María Luisa Carabajal otra vez convirtió a Los Lagos en epicentro de un acontecimiento social particular: miles de personas reunidas sólo para bailar y pasar un día al aire libre.
Cuando el sol empezó a despedirse en el horizonte, los bailarines siguieron en lo suyo: apenas parecía importarles que no se acabara la bebida. Y, lo más trascendente: que la música prosiguiera su curso embriagador, multiplicándose y hasta potenciándose en la alegría contagiosa de tantas almas juntas, bien apretaditas, aún sin conocerse entre sí.
Fuente/ elliberal.com.ar
