Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
Buscar:

Una noche de terror que iluminó la literatura de todos los tiempos

La noche tormentosa de 1816 donde los jóvenes escritores Percy y Mary Shelley, Lord Byron y John Polidori jugaron a escribir el relato más terrorífico posible en un rito que culminó con la creación de dos íconos literarios como Frankenstein y el Vampiro, es el punto de partida de "El año del verano que nunca llegó", novela del colombiano William Ospina que explora la incidencia del clima y la geografía sobre los estados de ánimo y las formas de la imaginación.
Una visita a Buenos Aires fue el origen remoto de esta historia con la que el ganador del Premio Rómulo Gallegos por su obra "El país de la canela" decidió apartarse de los temas ligados a la Conquista para narrar esa larga noche europea que a principios del siglo XIX oscureció los cielos durante tres días por efecto de la erupción descontrolada del volcán indonesio Tambora.

En "El año del verano que nunca llegó" (Random House), Ospina retoma esta anécdota largamente explorada por la literatura en una trepidante narración que fusiona la reconstrucción de los episodios protagonizados por Lord Byron, Mary Shelley y compañía con las peripecias del escritor, que para recrearlos se implica en el relato como un personaje más.

Así, la intemperancia del paisaje funciona como disparador de la novela y como punto de partida de las creaciones de Shelley y Polidori, Frankenstein y una figura que operará como precursor del Drácula de Bran Stocker: entre ambos planos el escritor establece un juego de simetrí­as que sitúan a la naturaleza en primer plano y posicionan a la impiedad del clima como disparador de ficciones estremecedoras.

"Quería contar sólo hechos reales, y eso es paradójico, porque dos personajes centrales de este relato son criaturas literarias, invenciones del miedo de unos adolescentes. Pero yo trato de acercarme a ellos como lo que son en realidad: inventos literarios que escaparon de los libros y se apoderaron de la imaginación humana. Frankenstein y el Vampiro ya son criaturas reales, como acechanzas de la modernidad", destaca Ospina a Télam durante una fugaz visita a Buenos Aires.

- Télam: ¿Por qué el romanticismo ha sido siempre un movimiento tan atrapante para los escritores de todas las épocas? ¿Este interés aparece redoblado en contextos como el actual, atravesados por el el individualismo y cierto anti-romanticismo?
- William Ospina: El romanticismo es nostalgia y presentimiento. Es volver a mirar a Grecia y a Roma, a las edades desnudas, a la naturaleza llena de criaturas fantásticas, una fiebre de juventud y una sed de libertad, una rebeldí­a contra todo, una ira contra Dios y una necesidad inextinguible de algo divino, de palabras que permitan agradecer más que pedir. Yo creo que nuestra época soberbia e ingrata necesita un acto de gratitud con la tiniebla de la que siguen brotando los sueños.

- T: ¿Qué fantasmas, qué abismos personales disparan la construcción de un monstruo? Ese parece ser uno de los focos de su libro, en el que lo inquietante no es lo abominable en sí­ sino el contexto que empuja a concebir una criatura que funciona como metáfora de la "monstruosidad" del mundo...
- W.O: Bajo la apariencia de unas pesadillas, lo que Mary Shelley hizo a comienzos del siglo XIX eran unas preguntas inquietantes para la especie humana, que todaví­a aletean sobre nosotros: el tema de la vida y la inteligencia artificial, si terminaremos en manos de la ingenierí­a genética, si vamos a ser dominados por nuestros inventos, si, como lo planteaban los cientí­ficos en una carta reciente, seremos capaces de hacer robots asesinos que no se dejen desprogramar.

Es admirable que una muchacha de dieciocho años como ella no sólo haya tenido el valor de concebir su novela y de ofrecérsela a la humanidad, sino que haya captado tan temprano unos temas angustiosos de la época y los haya formulado no como teorí­as sino como hechos palpitantes de la vida.

- T: En el caso de Mary Shelley, la conexión parece evidente: Frankenstein, como ella, no han conocido el abrigo materno y a su vez en ambos el surgimiento de la vida no puede disociarse de la muerte ¿En esta temática encontró la manera de explorar la imbricación entre ficción y biografí­a en la vida de un escritor?
- W:O: La obra de Mary Shelley es muy compleja, y no sé si se le ha hecho justicia. Su marido Percy Shelley y su amigo Lord Byron gozan de una celebridad literaria mucho más extendida y firme, a ella se la ve como un episodio de la literatura. Pero si lo miramos bien descubrimos que los lectores son más justos que los crí­ticos. Uno llega a una librerí­a y encuentra alguna obra de Byron o de Shelley, pero siempre hay como diez ediciones de Frankenstein. Ella creó un personaje mucho más memorable que Manfredo y Don Juan: creó un mito y para algunos también un nuevo género literario.

- T: ¿La metáfora del monstruo continúa vigente en la actualidad, acaso desplazada o aplicada a otros campos como el del poder económico o las guerras tecnológicas?
- W.O: Los monstruos que nacieron entonces eran llamativos, pintorescos, y han estimulado la imaginación. Pero hay que advertir que lo que nací­a en realidad con la revolución industrial era la edad de los monstruos, una nueva idea de la belleza, pero también una nueva idea de la fealdad y de la monstruosidad. A la belleza ingenua ya le cuesta encontrar su lugar en el mundo, ahora lo bello tiene que ser feo, deforme, inarmónico, perturbador y convulsivo.

- T: ¿La novela se puede leer como un viaje al entramado obsesivo de un escritor? ¿Qué ocurre con las obsesiones cuando pasan por el tamiz de la escritura: se diluyen, se apaciguan, quedan agazapadas por un tiempo o se funden en nuevas obsesiones?
- W.O: Creo que podrí­a entendérsela como un esfuerzo por ordenar el caos, por encontrar una secuencia en un mundo cada vez más fragmentario, o por hacer del lenguaje un hilo para el laberinto.

Enfrentado a esta historia, descubrí que estos hechos han sido contados cientos de veces, yo encontraba sin cesar libros y pelí­culas que hablaban de ellos, o que tejí­an fantasí­as alrededor de ellos, pero mi mayor asombro es que una historia tan contada todaví­a estaba llena de preguntas.

Es así­ como uno descubre que un tema es inagotable, cada respuesta produce nuevas preguntas. Byron y Shelley son personajes fascinantes y sus vidas son verdaderas novelas. Las biografí­as que escribió André Maurois son novelas apasionantes, pero no los agotan. Byron inspiró al Vampiro y a Frankenstein, pero también inventó al héroe romántico y al poeta maldito. Nos encontramos sus sombras por todas partes.

- T: El libro ofrece una estructura narrativa de cierta complejidad en la que se funden elementos de la crónica, el ensayo, la ficción, la autobiografí­a ¿La novela moderna desdibuja cada vez más su márgenes, se encamina hacia una hibridación con otros formatos?
- W.O: Un artista no es un dios creador que tiene en sus manos todas las posibilidades y escoge conscientemente un camino: es más bien un alfarero que trabaja con la arcilla que tiene a mano, y trata de hacer lo mejor que puede con las herramientas humildes de que dispone. Es el tema el que lo provee de recursos. La piedra tiene que decirnos qué hay dentro de ella.

Fuente: Télam

(Se ha leido 190 veces.)

Se permite la reproducción de esta noticia, citando la fuente http://www.diarioc.com.ar

Compartir en Facebook

Sitemap | Cartas al Director | Turismo Catamarca | Contacto | Tel. (03833) 15 697034 | www.diarioc.com.ar 2002-2024