Sancia Kawamichi (1973) se hizo un huequito en su trabajo administrativo de ocho horas para charlar sobre Hotaru (tiene escritos dos libros para niños, el segundo, Los poseídos de Luna Picante, fue distinguido con el 2ª premio Sigmar); dice que no está acostumbrado a que le hagan entrevistas y por las dudas avisa que lo consumen un poco los nervios, pero del otro lado del teléfono todo parece natural.
Tan natural como le pareció a él la escritura de su novela. "Ella misma me fue llevando por caminos que no busqué. Caí en el policial y en lo erótico sin darme cuenta", comenta este autor que todavía ve lejano el día en que sus horas se dediquen full time al oficio. "Me encantaría vivir de la literatura pero me resulta impensable todavía", dice. Mientras tanto, escribe por las noches, en sus ratos libres.
Así, por las noches se gestó Hotaru (Del Nuevo Extremo), que significa luciérnaga en japonés, una historia atravesada por los 70 y por la cultura japonesa, una trama que tiene a un puñado de protagonistas por demás singulares y hasta bastante exóticos, cruzados por el desconcierto, el pánico, el amor, la curiosidad y la guerrilla, en un contexto político, que entre tanta agitación sueña el regreso de Perón.
Y entre japonesas, origamis, kimonos, organizaciones guerrilleras y un secuestro cuyo secuestrador tiene más miedo que el secuestrado, Sancia Kawamichi levanta los hilos de esta trama: "Quería contar una historia entre un militante de Montoneros y una geisha, una historia que se interrumpe cuando ella se va a Japón y la retoman ya de grande. Me pareció materialmente posible esa relación".
"No quería hacer una novela loca ni exótica -profundiza el autor-; tenía un personaje montonero con la idea de que debía estar refugiado en un lugar, oculto, casi a oscuras, viviendo con movimientos limitados, y me pareció que podía acompañarlo una geisha, no había nada que impidiera que un montonero y una geisha se enamoren".
Y si de aparentes extrañas se trata, el autor nacido en 1973 tampoco hubiese imaginado que llevaba sangre japonesa. "Kawamichi es el apellido de mi abuelo biológico por parte de padre, un japonés de un metro noventa que murió cuando mi papá tenía dos años; mi abuela se volvió a casar con otro hombre y mi papá a los 18 años adoptó el apellido del segundo marido de mi abuela, Sancia", revela.
Martín supo de sus raíces pasados sus 16 años. "Cuando murió mi abuelo Juan Sancia me contaron la verdadera historia, y una vez que me enteré no quise saber mucho, me parecía una traición a mi abuelo investigar", confiesa el autor, quien descubrió la literatura "de grande" a través de Alejandro Dolina y vorazmente empezó a leer libros que buscaba en una biblioteca cercana porque en su casa no había. Así se leyó "Cien años de soledad" en dos días.
Fuente: Télam