Cuarenta años después, el aviso llega fortuitamente a manos del escritor, que resignifica su propósito original y decide emprender una meticulosa investigación para averiguar qué ocurrió con la joven y su familia.
La indagación sobre el destino de Dora, que se despliega por archivos policiales, entrevistas a vecinos del barrio y vigilia por las calles, deja una constatación funesta: el detective Modiano descubre enseguida que la chica era de origen judío y que tras escaparse de casa fue detenida por la policí­a colaboracionista y deportada a Auschwitz, donde murió.
A partir de esta precariedad biográfica, Modiano construye una arquitectura narrativa que hace de la carencia una virtud y aprovecha la ausencia de certidumbre para bosquejar su obsesión en torno a la memoria: "Si yo hubiera vivido en el siglo XIX habrí­a escrito novelas rurales: largas novelas redondas y completas. Pero en esta época todo es fragmentario, y las grandes ciudades favorecen eso, el anonimato, que el rastro de las personas se pierda", sostiene en una entrevista concedida hace unos años al diario El País.
"También es verdad que yo siempre he estado impresionado por las desapariciones, por las ausencias. Por eso me fascinan las viejas guí­as de teléfonos en las que aparecen los nombres de los abonados, porque de un año al otro hay gente que desaparece, que se va", acota en ese mismo reportaje.
Fuente: Télam