Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Verdades dichas al oído por intérpretes excepcionales

No hace falta decir que todos venimos al mundo y deseamos ser queridos. Es una verdad tan elemental como respirar. Sin embargo, no es frecuente que esa expectativa se cumpla.
na y otra vez encontramos en la historia del teatro y de la literatura personajes que muestran cierto vacío existencial que denota infancias desgraciadas, abandonos o simplemente descuido. Es el caso de Eva -memorable interpretación de María Onetto- en "Sonata de otoño", la obra de Ingmar Bergman. ¿Cómo puede ella vivir su vida después de haber perdido un hijo y con una madre, Charlotte, que sólo se ama a si misma?

El punto de vista de Eva, claro, no es el de Charlotte. Para ella, interpretada de manera admirable por Cristina Banegas, el mundo de la música es más importante que cualquier compromiso humano. Sus conciertos, en distintas capitales del mundo, la han alejado de su familia de manera radical, y las veces que ha estado junto a ellos ha tenido la cabeza en otra parte. Lo que sucede en "Sonata de otoño" nos involucra en profundidad. Charlotte llega a visitar a su hija después de siete años. Y se encuentra que con Eva vive también otra de sus hijas, Helena, la menor, aquejada por una enfermedad degenerativa. Lo que sucede entre Eva y Charlotte es de una intensidad tal que el espectador se queda sin aliento. En una noche de fantasmas ambas discuten con ferocidad. Eva ha perdido parte de su vida en el intento por que su madre le preste atención. Vive con Viktor, un marido por el que siente reconocimiento, pero a quien no ama. El es un pastor protestante que desea a su mujer, pero que tolera la indiferencia amorosa de ella. Para Viktor el deber está por encima de cualquier sentimiento. Pero no es un cobarde, y esto se advierte en la lograda interpretación de Luis Ziembrowski. Cuando tiene que tomar partido lo hace por su esposa.

El conflicto estalla entre el acohol y las recriminaciones. La potencia de cada uno de los personajes se despliega en el escenario de la mano de ese gran director de actores que es Daniel Veronese Nada parece librado al azar. Desde los gestos de Helena en la piel de Natacha Córdova, una buena actriz en un papel difícil, hasta la respiración de las dos protagonistas que alcanzan aquí una cima interpretativa visitada con escasa frecuencia.

No es mucho más lo que puede decirse. El ritual del teatro se hace presente en el querido Picadero, el teatro incendiado por la dictadura, valiéndose de sus mejores armas: los actores y sus cuerpos atravesados por los textos del genial cineasta sueco.

Escenografía, vestuario e iluminación acompañan a los intérpretes en la justa medida. Al finalizar la función es probable que cada uno de los espectadores piense en los propios abandonos. El sufrimiento humano no distingue fronteras. En alguna línea de "Sonata de otoño" podemos reconocernos y asombrarnos de que alguien se haya animado a mirar tan profundamente en la interioridad de estas criaturas tan entrañables y cercanas.

Lo extraño, quizá, es que el paso del tiempo haya favorecido el texto de Bergman más que a la película, interpretada por Ingrid Bergman, Liv Ullmann, Lena Niman y Halvar Björk. El film, de 1978, hoy tiene algo de teatro filmado. Y aunque parezca una afirmación temeraria, las actuaciones de Cristina Banegas y María Onetto resultan más convincentes aún que las de Bergman y Ullmann. En ese sentido conviene recordar que antes que cineasta Ingmar Bergman fue un hombre de teatro. Su trabajo al frente de los más importantes escenarios de Suecia todavía no ha sido valorado lo suficiente fuera de su país.

Otro aspecto a tener en cuenta es la influencia de August Strindberg en toda la producción de Bergman. El autor de "La señorita Julia" y "El padre", maestro en la construcción de diálogos y con una impronta muy fuerte en lo que se ha dado llamar la guerra de los sexos, ha dejado una huella honda en el arte del director de "La fuente de la doncella". Strindberg murió en 1912 y su propia vida amorosa resultó un fracaso. Los climas cerrados y tortuosos que a menudo aparecen en Bergman no son muy distintos de los que se desarrollan en las obras de Strindberg.

Es una época, claro, en la que todo se pone en duda. Las ideas de Freud y los movimientos revolucionarios en diversas partes del mundo generan una sensación de inseguridad y cambio que los artistas perciben antes que los teóricos. Pensemos que ya en 1879, el Teatro de la Christiania, en Oslo, fue cerrado inmediatamente después del estreno de "Casa de muñecas", de Ibsen, porque en la obra una mujer, Nora, se animaba a decirle a su marido, Torvaldo, que no era feliz en el matrimonio. Bergman es un heredero de las ideas de Nietzsche y de las obras de Ibsen y Strindberg, Pero algo más: la batalla que libran madre e hija en "Sonata de otoño" muestra hasta que punto la falta de resolución de los conflictos se reactualiza en el presente. Y allí reside la universalidad del texto. La riqueza psicológica a la que apunta pone al descubierto conflictos que pueden suceder en cualquier época. El margen que tiene cada individuo para intentar un proyecto de vida propio pese a los condicionamientos a los que se ha visto sometido a partir de su historia personal, resulta estrecho, pero no imposible de transitar. El brutal discurso de Eva, cuando le recrimina a su madre todo el daño que le ha hecho a lo largo de su vida, actúa como una descarga liberadora de todo lo no dicho en el pasado. Lo que pueda el personaje de aquí en más lo deberá imaginar el público. En el teatro siempre el mensaje estético lo cierra el receptor. Pero para hacer esa tarea es imprescindible encontrarse, como es el caso, con un elenco excepcional, capaz de transmitir los matices de cada una de las criaturas de Bergman. "Sonata de otoño" es una de esas obras que crece una vez finalizada la función. Como si los actores nos hablaran al oído, como si nos dijeran ciertas verdades que de una u otra manera nos rozan y nos incumben.

Fuente: Télam

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