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Jueves 28 de Marzo de 2024
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Cinco historias de desmovilizados de FARC y paramilitares

Los dos desmovilizados de las FARC y los tres de las bandas paramilitares están sentados en torno de la misma mesa, en el recoleto Club Nogal, de Bogotá, vestidos con trajes azules de igual tela y confección, para contar cómo fueron reclutados en pueblos pobres del interior de Colombia y cómo tomaron la decisión de dejar esas organizaciones para volver a integrarse a la sociedad.
Enviado especial

Edward, Santiago y Maia formaron parte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y dejaron las armas entre 2004 y 2005, cuando los jefes de sus organizaciones pactaron con el gobierno de Alvaro Uribe la desmovilización masiva a cambio de protección política, luego de años de violencia en coordinación con el Ejército colombiano.

Darwin y Hermidas desertaron en forma individual de sus frentes de las FARC, hastiados de la vida en cladestinidad y de sentir que estaban lejos de la vida mejor que les habían prometido.

Como los desmovilizados de Tame, tienen en común la pobreza de sus orígenes y el haber sido reclutados siendo niños o adolescentes. Pero se diferencian en que tienen más roce social, adquirido en los años de tutelaje que les ofreció la Agencia Colombiana de Reintegración (ACR), con la que colaboran en la ayuda y la contención a los nuevos, que aumentan a razón de cinco por día.

Edward (35 años) dejó en 2004 las AUC, en las que fue incorporado con engaños. "En casa estábamos en una crisis económica; tenía 17 años, estudiaba pero necesitaba trabajar, y me fui; cuando me di cuenta de qué se trataba, ya había visto demasiado y no podía salirme por mi seguridad", cuenta.

Es un hombre corpulento y afable, al que cuesta imaginarlo ejerciendo la violencia, pero se pone serio cuando admite que participó de operativos armados en el Valle del Cauca.

Darwin (24) abandonó las FARC en 2008. Se había acercado a esa organización, que tenía peso en su pueblo de Tolima, a los 11 años. "Comencé haciendo mandados, pero recién fui armado a partir de los 13 o 14 años", hasta que "aproximadamente en 2007 comencé a tener ganas de irme, de tener una vida que no fuera tan dura, con tanto rigor y tantas prohibiciones", relata.

Concretó su fuga durante un permiso para ir a pescar, que no era habitual. Corrió con un amigo durante una hora y se entregó a la policía. Ahora no puede ir a Tolima por cuestiones de seguridad. En su nueva vida de ciudadano, que agradece "a este gobieno y a la ACR", trabaja en una empresa de comidas rápidas.

Santiago (34) operó con las AUC en Tierra Alta, Córdoba, una zona caliente. "Tenía 16 años y una novia embarazada [hoy es su mujer, con la que tiene un hijo más]; unos compañeros aparecieron de golpe con buena ropa y me dijeron que era porque tenían un cultivo de coca, que si quería ir con ellos me pagarían bien; cuando llegué me encontré con gente de uniforme y ya no pude irme", narra.

Santiago admite que participó "en todo tipo de operativos", pero no abunda en detalles. Aunque tratándose de Córdoba, donde las AUC perpetraron atrocidades, alcanza para imaginar escenas que no parecen condecirse con ese hombre jóven y sonriente que comparte la mesa con exguerrilleros, sus enemigos hasta hace poco.

"Al desmovilizarme la Agencia me contuvo, me hizo cambiar la cabeza sobre la forma de ganar plata; ya no quiero ganar plata fácil", agrega Santiago, que aunque es "un desocupado más" terminó su bachillerayo y comenzó a estudiar administración de empresas. El puede volver a su pueblo, en Cúcuta, porque siempre actuó en los operativos "con la cara cubierta".

Hermidas (37) es el más politizado de la mesa. Estuvo en el Bloque Sur de las FARC, que tenía mucha influencia en su región, Florencia, donde la insurgencia daba capacitación a niños a los que llamaban "pioneros".

Comenzó a los nueve años y a los 12 pasó a formar parte de las células JUCO, que era parte del trabajo social de Encuentro Comunista Colombiano con la Unión Patriótica, aquel frente político que fue masacrado por los paramilitares. Recibió formación ideológica y militar, y a los 16 ya era un miembro armado de las FARC.

"A partir del año '98 las cosas comenzaron a cambiar, comencé a sentirme incómodo con las arbitrariedades y a sentir que no tiene sentido hablar de luchar por el pueblo y hacer cosas en contra del pueblo; yo leía muchos libros y cada vez estaba más en desacuerdo con la diferencia entre lo que las FARC decían que había que hacer y lo que hacían mis superiores", confiesa.

Como el reglamento de la organización prevé un espacio para la autocrítica de los combatientes, Hermidas hizo pública su discrepancia. "Pero esos planteos pusieron en peligro mi vida, porque me hicieron un consejo de guerra", afirma.

En esa instancia la condena a muerte es una posibilidad, pero él fue absuelto. De todos modos, su comandante lo mantuvo semanas encadenado a un árbol y luego lo relegó a las peores tareas. Fue cuando tomó la decisión de desertar.

"Primero le dije a mi esposa, que también era de las FARC, 'si me voy usted qué hace', y me dijo que se iba conmigo; entonces aprovechamos una noche en que yo estaba a cargo de la guardia, la puse a ella en el último turno y cuando llegó la hora le dije por dónde tenía que correr; 'si escucha tiros no se detenga, ya sabe lo que pasó', le dije, y a los pocos minutos la seguí, corrimos toda la noche y nos entregamos a la policía, donde nos interrogaron, pero nos trataron bien", detalla Hermidas.

Maia (37) también se unió a los paramilitares cuando era adolescente. Como había terminado el bachillerato, se encargaba de organizar las tareas sociales del bloque, que actuaba en la zona del Magdalena Medio, "donde sigue habiendo grupos (paramilitares) activos".

"Estaba muy aburrida, cansada de recibir órdenes para hacer cosas que no quería", dice en alusión a los operativos, por los que aún tiene causas abiertas en la Justicia. "Los jefes de las AUC hicieron su arreglo pero a la gente la dejaron librada a su suerte", subraya, y la incertidumbre se le marca en el rostro.

Como todos los desmovilizados de la mesa, Maia, que se recibió de psicóloga, trabaja a tiempo parcial en la ACR, en su caso como promotora de integración. "Promuevo espacios de reconciliación", cuenta, mirando a sus compañeros de mesa.

Fuente: Télam

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