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Jueves 28 de Marzo de 2024
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Eritrea, la cárcel política de la que escapan miles de refugiados

No provienen de un país en guerra, pero representan la segunda nacionalidad de los cientos de miles de refugiados que llegaron este año a las costas europeas. Sólo en la última década, más de un 5% de la población de Eritrea escapó de una de las dictaduras más opresivas del mundo.
Mientras los sirios huyen de una larga guerra civil, los afganos y los iraquíes de la violencia exacerbada por la ocupación estadounidense, y los malienses, nigerianos y somalíes de atentados islamistas y la respuesta represiva de sus Ejércitos, los eritreos huyen de un servicio militar por tiempo indefinido y un Estado que domina todos y cada uno de los aspectos de sus vidas diarias.

"Es difícil llamarlo servicio militar, en realidad es un sistema nacional de esclavitud. Todos los eritreos que tienen entre 16 ó 17 años y 70 años y viven en el país son directa o indirectamente miembros del llamado Ejército de defensa", contó Abraham Zere, un periodista eritreo que hace tres años abandonó su país, en una entrevista telefónica con Télam.

"Los que están en el Ejército, como no hay guerra ahora, deben trabajar para empresas de construcción y agricultura estatales o asociadas al partido gobernante. No les dan un salario, apenas algo de dinero mensualmente, unos 12 ó 14 dólares", continuó.

Desde Ohio, Estados Unidos, Zere explicó que en 2012, a fuerza de contactos políticos, perseverancia y una "contribución" consiguió lo que parecía imposible: un permiso gubernamental para salir del país y continuar sus estudios en una universidad de Sudáfrica.

"Pero mi historia no es la de la mayoría de los eritreos. La historia típica de mis compatriotas es la de los que escapan arriesgando sus vidas porque los soldados que vigilan las fronteras tienen la orden de 'disparar y matar'", relató el joven de 32 años, que trabaja en la Universidad de Ohio y como director de la rama Eritrea en el exilio del famoso club internacional de escritores PEN.

Los eritreos que logran esquivar las balas o sobornar a un soldado para que lo deje pasar deben sobrevivir a todo tipo de tormentos y peligros antes de siquiera poder cruzar la frontera israelí o subirse en Libia a un abarrotado barco para emprender la siempre incierta travesía por el mar Mediterráneo.

En la ruta africana, deben sobrevivir a las mafias que trafican refugiados, muchas veces dejándolos en camiones en el medio del desierto sin agua, mientras que los que apuestan por Israel deben cruzar la violenta Península del Sinaí, bastión de milicias islamistas, grupos de secuestradores y traficantes de órganos.

Según la ONU, en la última década un promedio de 3.000 eritreos escaparon del país, conscientes de todos estos peligros.

Año tras año, en cada informe humanitario o entrevista periodística, cuando les preguntan a los refugiados por qué se sometieron a tales pesadillas, la respuesta es la misma: quedarse es peor.

Eritrea sufrió el imperialismo europeo, primero a manos de los italianos y durante la Segunda Guerra Mundial de los británicos, y la dominación del emperador etíope y deidad rastafari, Haile Selassie I. Recién en 1993, tras una guerra separatista, logró su independencia.

La luna de miel independentista duró poco. La economía había quedado destruida, y el nuevo país del noreste de Africa poco podía esperar de sus vecinos. La frontera con Etiopía estaba cerrada, Sudán atravesaba su segunda y devastadora guerra civil y Yibuti y Somalia sufrían sus propios conflictos armados internos.

La inestabilidad regional finalmente estalló cinco años después con una cruenta guerra entre Eritrea y la vecina Etiopía, dos de los países más pobres del mundo.

Entre 1998 y 2000, ambos estados movilizaron gran parte de sus poblaciones y gastaron miles de millones de dólares en armas. Más de 70.000 personas murieron, según los cálculos más moderados.

Con el fin de la guerra, los eritreos se animaron a soñar con una vida en paz y la construcción de una democracia. Las primeras protestas contra el hasta entonces indiscutido líder de la independencia, Isaias Afwerki, no tardaron en aparecer, y con la misma rapidez con la que se multiplicaron fueron reprimidas.

Después de un breve período de apertura, Afwerki prohibió todos los medios de comunicación privados, encarceló a los principales periodistas y editores del país y obligó a que toda publicación, expresión artística -música, películas, cuadros- y hasta los carteles de los negocios deban ser aprobados por los censores del Ministerio de Información.

En 2004, expulsó al último corresponsal extranjero y prohibió el ingreso de cualquier periodista foráneo. Según el Comité para la Protección de Periodistas, Eritrea es el país con mayor censura del mundo.

Además, Afwerki se negó a desmovilizar a los veteranos de la guerra y a abrir el juego político con elecciones, prohibió la salida del país de cualquier ciudadano mayor de seis años sin el permiso escrito del gobierno y, unos años después, cerró la única universidad del país.

Recientemente, Amnistía Internacional denunció que más de 10.000 objetores de conciencia cumplen sentencia en las superpobladas cárceles del empobrecido país africano, que en la última década ya acumula una inflación del 700%.

"La mayoría de los eritreos han sido perseguidos de una u otra manera en la última década. Yo estuve en la cárcel varios meses junto con todos los estudiantes de la Universidad de Asmara por negarnos a participar de una movilización militar en el verano del 2000", relató Zere.

Excepto su madre, toda su familia fue reclutada. Su padre peleó por la independencia en las milicias separatistas y nunca más le permitieron desmovilizarse, mientras que sus nueve hermanos y hermanas usaron el uniforme un tiempo hasta que a fuerza de contactos e influencia lograron entrar en las exclusivas listas de estudiantes universitarios y terciarios.

"Me fui porque en Eritrea no se puede formar una familia, no se puede soñar con un futuro y para muchos no se puede salir de la más controlada pobreza", concluyó el joven periodista que ahora debe construir una vida lejos de su familia y de su país.

Fuente: Télam

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