Las muertes forman parte de una contraofensiva de los grupos Talibán más endurecidos lanzada contra los ejércitos que invaden Afganistán desde poco después de los atentados en EE.UU., el 11 de setiembre de 2001. Esos ataques sin precedentes que causaron tres millares de muertos, fueron atribuidos por el entonces gobierno de George Bush al grupo Al Qaeda del millonario Osama bin Laden, quien vivía refugiado en Afganistán, protegido por el fundamentalismo talibán.
La OTAN dijo que cuatro soldados estadounidenses murieron en el este: Uno a causa de disparos de armas de fuego, otro al estallar una bomba al pie de un camino, un tercero durante un ataque insurgente y el último en otra explosión.
En incidentes separados en el oriente del país, otros dos soldados estadounidenses murieron a causa de bombas de camino en el sur afgano. Esas bombas replican el método de las trampas que la guerrilla del Vietcong colocaba contra los norteamericanos en esa guerra que acabó con la derrota de Washington. El australiano también cayó en acción.
Las muertes de ayer elevaron a 23 el número de bajas de soldados norteamericanos en el país en lo que va de julio. Para tener una idea de hasta qué punto está complicada la operación norteamericana, el mes de junio –con 76 militares caídos en acción– fue el peor mes desde que EE.UU. invadió el país.
Para sumar otro aspecto terrible a la jornada, hombres no identificados mataron a 11 miembros de una tribu shiíta paquistaní en el este y al menos una persona murió al estallar una bomba colocada en una motocicleta en la ciudad sureña de Kandahar.
Varias explosiones además alcanzaron dos caravanas de fuerzas internacionales en diferentes partes del país, y Alemania dijo que dos de sus soldados fueron heridos a causa de una de las bombas en la norteña provincia de Kunduz. Otra explosión ocurrió junto a tropas de la OTAN en Khost, en el oriente, pero la alianza dijo que no hubo heridos.
Asimismo, fuerzas afganas y occidentales dijeron que una unidad comando combinada mató a un miliciano del Talibán y capturó a otros ocho en una redada el norte en la provincia oriental de Patkia, aunque residentes locales dijeron que los hombres era civiles inocentes. En la norteña ciudad de Mazar i Sharif, en tanto, miles de afganos realizaron una protesta antiestadounidense por otra redada nocturna en la que murieron dos guardias de seguridad.
La mala jornada complica los esfuerzos de Barack Obama quien acaba de nombrar al general David Petraeus para dirigir esta guerra. El militar es apreciado en Washington, e incluso se lo suele mencionar como posible candidato presidencial, porque abrió vías de negociación con las fuerzas beligerantes en Irak y logró reducir las bajas aliadas, aunque en absoluto pudo contener el choque sangriento entre los sectores que disputan el poder allí.
El relevo se produjo porque el jefe anterior, el general Stanley MacChrystal, descargó a la revista Rolling Stone una catarata de críticas por el manejo que hace la Casa Blanca de esta guerra.
Lo cierto es que la operación de EE.UU. se trabó no solo por la resistencia de las fuerzas Talibán, sino además por la ausencia de poder que muestra el presidente Hamid Karzai, un aliado de Washington, pero que solo gobierna en la capital y está acusado incluso del fraude para ganar las elecciones. El desprestigio de la dirigencia política y la rebeldía legendaria de los afganos están configurando un escenario que, para muchos expertos, ya comienza a imitar el Vietnam del ocaso y, posiblemente, todo acabe con otra precipitada retirada norteamericana.
Fuente: Clarin