“Lo importante es que se está armando un grupo de gente que trabaja en el campo. Esta experiencia comenzó el año pasado: empezamos 10 y terminamos ocho; empezaron 20 hectáreas y terminaron 16. Este año iniciaron 28 y quedamos 25; y tenemos 46 hectáreas sembradas que serán cosechadas. Y hay otro grupo que el programa no le financió, pero que está haciendo comino porque vieron que es rentable. Entonces, también aprovechan estas reuniones técnicas y venderán junto con nosotros”, sintetizó el funcionario, cuyo organismo atiende la cuestión organizativa de los productores a través de la Agronomía de Zona, la provisión de la maquinaria para realizar las labores culturales que son necesarias para desarrollar el cultivo y el acompañamiento semanal con una visita a campo.
En el programa en cuestión, el INTA aporta el asesoramiento técnico a través del ingeniero Hugo Sánchez, y además intervienen la Municipalidad de Huillapima con financiamiento y apoyo logístico, la Fundación Bienaventuranza -a la que pertenecen algunos comineros- también aportó una parte de los fondos. Por su parte, la Dirección Provincial de Agricultura entrega a demanda los fertilizantes y herbicidas, y la empresa Macklay S.A. proveyó la semilla y actuará como compradora una vez que llegue la cosecha. “Otro aspecto importante es que el productor es quien pone la mano de obra y quien fija el precio de venta”, apuntó Soria.
Las reuniones técnicas se realizan mensualmente en distintos campos. Los beneficiarios del programa son todos de la Colonia del Valle y sólo cuatro pertenecen a Nueva Coneta.
Beneficio palpable
Según expresaron los propios productores que ya participaron de esta experiencia el año pasado, los rindes del comino en el Valle central alcanzan promedios de 500 kilos por hectárea, aunque algunos llegaron hasta 1100, lo que hace alentar la esperanza de que un mayor cosecha es posible.
Un claro ejemplo de cómo este esquema de trabajo redunda en beneficios concretos lo constituye testimonio del productor tradicional “Tatú” Cabrera, quien el año pasado sembró arrendando una parcela en la colonia y con las utilidades que obtuvo compró cuatro hectáreas de monte. “Comencé a desmontarlas, ya voy por una hectárea y media así que ahora volví a sembrar; mientras tanto voy a seguir desmontando y cuidando que crezca bien el comino”, aseguró el campesino, de unos sesenta años y sin estudio alguno. De esta manera, como beneficiario del programa, don Cabrera no sólo obtiene ingresos económicos seguros y sostenibles sino que además “ha logrado integrarse socialmente, cosa que antes le costaba”, indicaron sus compañeros productores.
El comino es un cultivo de invierno que no tiene importantes requerimientos hídricos y es susceptible a la humedad, por lo cual se adapta perfectamente a diferentes escenarios del territorio provincial entre junio, cuando se lleva a cabo la siembra; y octubre, en que se cosecha.