El sector más peligroso -según coinciden la Policía y los mismos vecinos- es el lindante con el canal que los separa de las vías del tren, sobre la calle Paso de los Andes, entre los pasajes Álvarez y Monserrat. Es inaccesible para cualquier vehículo. No hay pavimento y las lagunas cloacales inundan las calles. Se convirtió en zona liberada.
Si bien los habitantes de "El Trula" -como ellos le llaman- aseguran que hombres y mujeres, grandes y chicos, no tienen horarios para drogarse y tomar alcohol en esa cuadra, destacan que la situación empeora al caer el sol. Las señoras del barrio, casi todas amas de casa y con familias numerosas, se quejan de que el alumbrado público no funciona nunca y la impunidad es total.
Sin cloacas
Las vecinas se aglomeran con rapidez en la cuadra y el tufo que se eleva de la calle -agravado por el calor- confirma que allí no existen las cloacas ni los pozos ciegos. Parece una broma escuchar la promoción de un vendedor que camina por el barrio. "Ricos sahumerios perfumados, $ 2 la bolsa", oferta con entusiasmo. Pero nadie compra. Luis, de 54 años, también se acerca y con todas las intenciones de revelar lo que pasa al lado del canal. Dice que en el barrio se consigue un cigarrillo de marihuana por $ 3.50 y que el precio del paquete de pasta base ronda los $ 70. ¿Qué cantidad contiene ese paquete?. "No sé porque yo no consumo, a mí dejeme con mi vinito nomás", responde sonriente. Él, como muchos de sus vecinos, no trabaja. "Si me sale algo para laburar, laburo; si no, no", explica.
Piedras y balas
Entre la multitud aparece Liliana, de 50 años, de corto pelo canoso. Está desesperada por desmentir los testimonios de sus vecinos y convencer a todos de que "El Trula" es tranquilo. Que los chicos se portan bien. Que nadie molesta. Sólo la interrumpe el sonido del tren, que está cada vez más cerca. Cuando por fin pasa delante de la gente, decenas de niños corren hacia las vías y se divierten arrojando piedras y cascotes a la formación. Nadie les llama la atención. Pero cuando mencionan que en todo el barrio no hay una sola plaza donde puedan jugar, se comprende que ese sea su único entretenimiento. Lo mismo pasa con una niña que se balancea sonriente sobre el cable que cuelga de un árbol, tratando -sin demasiado éxito- de usarlo como hamaca.
Por la vereda sin baldosas se acerca una adolescente. Cuenta que no sale mucho porque no la dejan y no quiere andar por el barrio, donde tiene sólo dos amigas.
"No me hablo con los demás; es un desastre este lugar, siempre hay quilombos ahí", defenestra, apuntando con el índice la esquina del canal. Más adelante, una señora que pedirá reserva de su nombre confirmará la versión de la joven: "a veces se desatan peleas y uno se tiene que encerrar, porque andan a los tiros".
No entra nadie
Si a la inseguridad se le suma la falta de calles en la peor zona de "Trulalá", el resultado es una conspiración contra el transporte público. No llegan los taxis. Y los colectivos dejan de circular por las inmediaciones a las 19, por temor a las asaltos, con el consecuente perjuicio para los adultos que trabajan y para los chicos que van a la escuela. Ese mismo miedo afecta la recolección de residuos. "Cuando vemos pasar el camión, tenemos que salir disparando con las bolsas porque hasta acá no entra", protesta una ama de casa.
El enojo de los vecinos responde a que, en épocas electorales, los candidatos se acercan con promesas de plazas y adoquines. "Ahí aparecen todos, pero después se borran", se queja Roxana. Y detalla que en la cuadra vecina a las vías hay cinco discapacitados. "Es un problema cuando tienen que ir a fisioterapia; o si necesita entrar la ambulancia, porque no puede llegar", se angustia.
Tampoco llegan los policías. Ni el trabajo. Ni la posibilidad de dormir en paz. En "El Trula", los robos y las peleas jamás se toman descanso. lagaceta.com.ar