Podemos vernos, en ese `flashback` de la memoria, desconcertadas, heridas, temerosas, desafiantes cuando se fueron ´llevando´ a nuestros hijos y nietos a partir del 24 de marzo de 1976. Algunos un poco antes.
Recordar los momentos del camino en soledad, la reacomodación familiar para poder buscarlos en todo lugar y a toda hora, el aprendizaje para no equivocar el rumbo, preservarnos y preservarlos a ellos.
Sin duda cada abuela ya no es la misma después de estos años de transitar juntas.
Hemos formado una férrea y eficaz alianza más allá de las diferencias y de la individualidad, hemos sabido sostener el amor a los ausentes por sobre tantas y permanentes dificultades, y hemos construido, abriendo rutas, todas las garantías posibles para preservar a todas las futuras generaciones de la repetición del despojo.
Después de la parálisis breve y fuerte que nos produjo el silencio de la ausencia de nuestros hijos, presintiendo lo que les había sucedido por ser pensantes y libres, la reacción de madre-abuela fue buscarlos incansablemente golpeando puertas cerradas, hablando a oídos sordos de los poderosos que pensábamos podían interceder para su liberación.
Las manos juntas nos llevaron por caminos que desconocíamos, nunca transitados por nadie.