Montecarlo es una bonita ciudad pegada a la ruta nacional 12. En los barrios periféricos la desocupación castiga al sacar platos de comida. La familia del chico de ojos resignados tiene los inconvenientes comunes en esos asentamientos: no recibe un plato de comida oficial porque el DNI de la madre consigna una dirección fuera del municipio; entonces, para ser ayudada, debería anotarse en un pueblo alejado de esas maderas que sirven como habitación colectiva.
Esa traba normativa impide también que uno de los hijos obtenga un certificado médico que lo habilite a ir al colegio. El menor, que sí puede ir a la escuela, tiene graves problemas alimentarios pues, al ser mayor de seis años, no puede ser incorporado a un programa de asistencia. La solidaridad de vecinos parece ser la única alternativa.
La mayoría aquí vive de changas, que hoy son difíciles de conseguir. Los hombres con los que habló La Nacion se muestran como gente trabajadora.
"Pedimos al gobierno que venga a conocer nuestra situación, necesitamos agua y luz, porque ni siquiera podemos hacer nebulizaciones a los chicos", relató Lidia Lovera, una de las delegadas del barrio Palomar.
El comedor recibe la partida de alimento preparado en una cocina centralizada municipal. Los vecinos se quejan porque la comida no es para todos; quedan afuera del mínimo reparto los hijos de familias que hacen changas o tienen un ingreso por plan social. Aquí dicen que no alcanza esa ayuda. La mirada interpelada por los ojos del niño también interpreta que no alcanza.
(Fuente: La Nación)