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Botulismo del lactante, una enfermedad reconocida hace tres décadas

La Argentina ocuparía el segundo lugar, después de Estados Unidos, en la lista de países que han reportado más casos de botulismo del lactante entre 1976 y 2006. De acuerdo con una investigación publicada en la revista oficial de la Academia Americana de Pediatría, esos datos se deben a que en otros países la enfermedad no es informada o es subdiagnosticada.
(01/12/08 - Agencia CyTA-Instituto Leloir) - Si bien es una enfermedad antigua, el botulismo del lactante fue reconocido por primera vez en 1976 gracias al esfuerzo conjunto de médicos y técnicos de laboratorio del Centro Médico de la Universidad de California en San Francisco del Departamento de Salud de California.

Se la considera dentro de enfermedades que se denominan “raras o huérfanas” ya que afectan a un número limitado de la población total. La principal característica que presenta un bebé que padece botulismo es que su sistema muscular se ve afectado por efecto de una toxina provocada por un tipo de bacteria denominada Clostridium botulinum.

Un informe publicado en Pediatrics, revista oficial de la Academia Americana de Pediatría, revela que desde 1976 hasta 2006 sólo 26 países informaron al menos un caso de botulismo infantil. Estados Unidos, Argentina, Australia, Canadá, Italia y Japón, fueron los países que reportaron el mayor número de casos.

El trabajo fue dirigido por el Doctor Stephen Arnon, fundador y jefe del Programa de Tratamiento y Prevención de Botulismo Infantil del Departamento de Salud Pública en Richmond, California.

“Esto no significa que en esos países deba haber realmente más casos, sino que en realidad la población médica está más alertada y se sospechan y diagnostica mayor número de casos. En nuestro país, entre 1982 y 1995 se diagnosticaron un número bajo de casos (5 a 6 por año). En cambio desde 1996 a 2006 se diagnosticó un promedio anual de 28 casos”, señala el Doctor Rafael A. Fernández, profesor titular del Área de Microbiología del Departamento de Patología, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Y agrega: “Afortunadamente la comunidad médica -fundamentalmente los pediatras- está cada vez más alertada sobre esta enfermedad; su conocimiento se va difundiendo lentamente. De todas formas, deberían redoblarse los esfuerzos para aumentar o acelerar su difusión, ya que el rápido diagnóstico resulta fundamental para efectuar el seguimiento y el tratamiento adecuados”.

“En el suelo las esporas -formadas por las bacterias Clostridium botulinum- viven normalmente por períodos muy largos de tiempo. El suelo es así la principal fuente de contaminación y si bien a partir de allí las esporas pueden llegar a los alimentos, también pueden ser ingeridas directamente por las personas, en este caso los lactantes”, señala Fernández. Esa enfermedad se puede presentar entre los seis días y el primer año de edad, con una mayor prevalencia entre los 2 y los 6 meses.

“El desarrollo de la enfermedad se produce por la ruptura de las esporas del Clostridium botulinum que libera la toxina botulínica en el intestino del niño”, explica la médica toxicóloga Elda Cargnel, jefa de la Unidad de Toxicología del Hospital de niños Ricardo Gutiérrez.

Una vez que esa toxina es absorbida por el intestino, es transportada por la sangre hacia los músculos. Se adhiere a las sinapsis de los nervios de los músculos e impiden que se contraigan, de tal modo que se produce una parálisis. Los músculos quedan “blandos” (fláccidos) y debido a esto el niño pierde movilidad por la debilidad muscular, se mueve cada vez menos, hasta que en estados más avanzados tampoco puede respirar pudiendo morir a causa de un paro respiratorio”, explica Fernández. Tratamiento de la enfermedad

{adr}En el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez en los dos últimos años se han atendido hasta la fecha tres casos. “Los tres niños tenían en común que provenían de lugares donde había demasiado polvillo y días previos al comienzo de los síntomas, se registraron días ventosos. Entre otros síntomas, los niños presentaban constipación, dificultad para succionar el pecho materno, y estaban hipotónicos, es decir, con debilidad muscular”, indica la doctora Cargnel.

Los lugares de proveniencia de los pacientes fueron la provincia de Entre Ríos y el Conurbano bonaerense. “Uno de ellos requirió asistencia respiratoria mecánica por una semana, y luego se restableció. Los otros pequeños también”, cuenta la especialista.

Para Fernández y Cargnel, el tratamiento quizá más importante es el de sostén o apoyo. “Se debe cuidar, por ejemplo, que el niño no adquiera una neumonía por aspirar sus propias secreciones o los alimentos que no puede tragar, por eso, entre otras cosas, se les suele colocar una sonda por la nariz para alimentarlo, ya que si se ahoga con los alimentos-como tampoco puede vomitar- los aspiraría a los pulmones. En los casos graves es importante que el hospital cuente con la asistencia de respiradores mecánicos por si se produce el paro respiratorio, siendo ésta una de las causas más frecuente de muerte”, señala Fernández.

En Estados Unidos y Canadá se emplea una medicación denominada Inmunoglobulina G, también llamada BabyBIG, cuya acción neutraliza los efectos de la toxina botulínica. El empleo de esa inmunoglobulina “reduce el período de internación de aproximadamente cinco semanas y media a dos semanas y media”, indicó Stephen Arnon, autor del trabajo publicado en Pediatrics, al ser consultado por la agencia CyTA.

“Este medicamento no se produce en el país y dado que es muy costoso, el tratamiento que implementamos se basa en el cuidado del lactante. Nos preocupamos de que pueda respirar y comer bien mientras su organismo se va recuperando gracias a la puesta en marcha de sus mecanismos de defensa”, explica Cargnel.

Prevención y capacitación

“Las medidas de prevención requeridas primordialmente son evitar el consumo de miel en los niños menores de 1 año (por la posible presencia de esporas), promover la alimentación con leche materna y mantener limpio de polvo los lugares donde habitan los lactantes”, señala Cargnel. Y agrega: “Para nosotros la principal vía de transmisión es la deglución de esporas a partir del polvo ambiental, con mayor carga en zonas de climas secos y ventosos. El consumo de miel debe ser considerado sólo un factor de riesgo más y debe ser desaconsejado, al igual que la administración de tés de ‘yuyos’”.

A través de su portal, la Sociedad Argentina de Pediatría informa que “la miel es muy peligrosa para los bebés menores de un año”. Y agrega que “esto se debe a que tanto la miel de caña, como la de abeja, pueden contener esporas de Clostridium botulinum que producen neurotoxina en el intestino, aún inmaduro, del lactante. Una pequeña cantidad suele ser en extremo peligrosa”. Asimismo informa que la miel puede ofrecerse a niños mayores de un año.

La doctora Cargnel también indica que la miel de maíz debe evitarse durante el periodo de lactancia. Por su parte Fernández indica que “hay ciertos yuyos que se utilizan con cierta frecuencia en infusiones para tratar distintos estados en los bebes como gases, dolor de estómago, y constipación. Sin embargo, a partir de análisis realizados se han encontrado esporas en manzanilla, tilo, sen, yerba del pollo, anís común y poleo. Al preparar el té, contrariamente a lo que podría pensarse, el agua caliente no sólo no mata las esporas sino que favorece su desarrollo”.

Sin sospecha no puede haber diagnóstico

Cargnel y Fernández coinciden en que una forma de minimizar los riesgos durante el desarrollo de la enfermedad, sería informar a la comunidad médica y a la población (padres y adultos responsables del cuidado de los lactantes) para que estén alertas a síntomas muy leves pero que podrían deberse a un caso de botulismo del lactante. Algunas de esas manifestaciones pueden ser succión débil, constipación, el “llanto débil” y estar “más dormilón que lo normal”. “De ese modo, colaborarían con un diagnóstico precoz y mejor pronóstico”, aseguran.

En este como en otros casos, la consulta oportuna al pediatra suele ser lo más adecuado.


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