Fue el 2 de septiembre de 1587, a menos de un siglo de la llegada de los europeos a América, y todavía en un contexto de economía artesanal, cuando un grupo de habitantes de esta parte del futuro tuvo la visión, el coraje y sobre todo la voluntad de generar una producción que excediera su propio consumo y el de su mercado interno, para lograr la exportación de sus manufacturas.
Así fue que en aquella memorable jornada partió del Puerto de Buenos Aires la nave San Antonio, rumbo al Brasil, llevando a bordo el primer embarque para exportación de la historia, que dio nacimiento también a la Aduana y constaba fundamentalmente de productos textiles: frazadas, lienzos, lana, cordobanes, costales, sobrecamas y sombreros elaborados con materia prima de lo que hoy son Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca.
No fue fácil dar ese primer paso. Las normas restrictivas del comercio hispano no eran sencillas de superar, y las dificultades que imponían las largas distancias hacían de cada empresa una gesta dificilísima, porque los obrajes, telares y diversos parajes de producción textil de esta zona, donde se cultivaba el algodón, y los traslados hacia el puerto de Buenos Aires eran complicados y costosos.
{adr}Sin embargo, aquellos primeros pobladores tuvieron la pujanza necesaria para, desde un primer momento y superada la etapa inicial de subsistencia, pensar en las bondades de una economía autosuficiente y en poder abrir nuevos mercados con los excedentes de sus manufacturas.
Por el múltiple simbolismo que encierra aquel hecho, vale rescatarlo y trabajar para que la industria nacional, y en particular la catamarqueña, mantenga el espíritu de sus pioneros y sepa superar todas las dificultades, a fin de contribuir a la generación de trabajo y recursos que ofrezcan cada vez mayor dignidad y beneficios para el pueblo.