En los tiempos de su residencia en París, cuando el Sha Mohammad Reza Pahlevi era amo y señor de Irán, estuvo al lado del ayatollah Ruhollah Komeini, quien en 1979 encabezó la revolución que transformó al país persa en una teocracia. Joven aún, Rohani ya formaba parte del establishment clerical que diseñó la actual república.
Los altos cargos que ocupó desde hace años en los distintos gobiernos, como integrar el Consejo Supremo de Seguridad Nacional, ser principal negociador en el tema nuclear y portavoz del Parlamento, no admiten dudas de que se trata de un político "confiable" para la Guardia Revolucionaria (Pasdaran) y para el cuerpo de mayor influencia en Irán, el Consejo de Guardianes.
La Guardia Revolucionaria es la máxima organización militar y el Consejo de los Guardianes es el que aprueba no sólo todos los proyectos enviados por el Parlamento para asegurar que respondan a la Constitución y al Derecho Islámico, sino que también tiene el poder de veto sobre todos los candidatos.
Valen estas precisiones para entender que Rohani cumplió con las exigentes -y excluyentes- normas de estos órganos y tuvo el visto bueno de la máxima autoridad religiosa de la teocracia persa, el ayatollah Ali Jamenei, por lo que lejos está de ser un reformista en el sentido estricto de esa definición.
Los reformistas, hay que recordar, integraban el Movimiento Verde que en 2009, cuando bajo enormes sospechas de fraude fue reelecto Ahmadinejad, salieron a protestar a las calles y fueron detenidos sin el beneficio de la excarcelación aún en estos días.
Más aún: Rohani terminó siendo el candidato de los reformistas por descarte, ya que el primero era Mohammad Jatami y no se presentó; luego Akbar Hashemi-Rafsanjani, vetado por el Consejo de los Guardianes; y hasta pocos días antes de los comicios Mohammad Reza Aref, quien bajó su candidatura y transformó al electo presidente en única opción de ese sector.
Ahora, este clérigo educado en Gran Bretaña, doctorado en Derecho en la Universidad de Glasgow y de 64 años de edad, deberá demostrar no sólo qué grado de independencia del líder supremo puede tener, sino también qué caminos elige -en el plano interno y en el externo- para sacar a Irán de la preocupante crisis económica que lo empieza a asfixiar.
Es que las secuelas de las duras sanciones comerciales impuestas por la ONU en 2012 para torcer el brazo de su programa nuclear se reflejan en un alza del desempleo que roza el 15% (y que trepa al 50% entre los jóvenes), una inflación del 31,5%, una elevación del costo de las viviendas del 80% en los últimos dos años y una depreciación del rial de casi el 70%.
La república persa tiene la tercera reserva de petróleo y gas del mundo y la mayor parte de sus ingresos provienen de esas exportaciones, aproximadamente el 60% de su presupuesto total, pero debido a esas sanciones cayeron el pasado año a un piso que sólo conocieron en 1986 durante guerra librada con Irak.
En julio de 2012 la Unión Europea prohibió la importación, compra y transporte de crudo iraní, que hasta entonces representaba casi el 20% de las exportaciones totales de su petróleo. Poco después, el Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló que su economía había entrado en recesión por primera vez en dos décadas.
Otros países como India, China y Corea del Sur redujeron también sus importaciones de crudo iraní, lo que representó para Teherán en una pérdida mensual de 5 mil millones de dólares. Pero no todo es achacable a las sanciones, ya que Ahmadinejad tuvo mucho que ver en esta crisis con gruesos errores que se están pagando.
Entre los más importantes, el no haber sabido conseguir inversiones que le permitieran extraer gas y petróleo (en la actualidad importa el 50% de la nafta que se utiliza), industria que precisa hasta 2015 de 155.000 millones de dólares para poder explotar las reservas que están bajo tierra y mar.
Con este panorama, Rohani deberá mostrar mucho más que un rostro distinto al que tenía Ahmadinejad cuando desafiaba a Estados Unidos o negaba el Holocausto. Deberá mostrar capacidad de negociación para aliviar las sanciones, romper el aislamiento mundial y superar una profunda crisis económica que se reflejó en la bronca de millones de votos que fueron a sus bolsillos.
Aunque, como se sabe, los votos al igual que el petróleo pueden ser un recurso no renovable si se equivoca el camino.
Fuente: Télam