Catamarca
Viernes 19 de Abril de 2024
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"A mí me parece que siempre ganan las mujeres", dice Becerra

En La interpretación de un libro, el escritor y periodista Juan José Becerra ensaya la narración de una historia cuyo protagonista es un escritor que se desplaza desde el narcisismo a la megalomanía sin escalas, replicado en un mundo indestructible basado en hechos intrascendentes.
El libro, publicado por la editorial española Candaya, empezó a ser estos días distribuido en la Argentina.

Becerra nació en Junín en 1965. Publicó, entre otros libros, las novelas Santo, Atlántida, Miles de años y Toda la verdad; y los ensayos Grasa, La vaca. Viaje a la pampa carnívora y Patriotas.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

-T: ¿Cuál es la idea de Mastandrea (el personaje) cuando titula a su libro Una eternidad? No parece estar empujado por una pulsión romántica sino por un narcisismo menor.
-B: Es que Una eternidad es la novela autobiográfica de Mastandrea, que va de ese narcisismo menor al narcisismo mayor llamado megalomanía. Quiere que una historia de amor personal, de la que no quedó nada, sea un monumento capaz de vencer al tiempo. Es lo que hacen la arquitectura fúnebre y todas las novelas: construir un mundo indestructible basado en hechos intrascendentes.

-T: Mastandrea también es un lector que interpreta. Su declarado exilio de la trama ¿no es una operación de cajas chinas, o quizá más complejo, no es él un títere de su propio artefacto?
-B: Creo que todos los lectores nos movemos entre la interpretación y la sobreinterpretación. Se lee en esa zona mixta, donde por momentos la lectura es una experiencia racional y por otros, una experiencia de delirio. De modo que un personaje que lee, como es el caso de Mastandrea, se relaciona de una manera confusa con la realidad. Nos ocurre a todos. Pero no siento que esté exiliado de la trama.

-T: ¿Cómo contarías vos esta novela? ¿Como un delirio de interpretación? ¿Como un encuentro que retroactivamente pone en marcha una maquinaria narrativa que despoja al sentido común?
-B: La contaría como una comedia sobre el sentido que se hace una sola pregunta: ¿quién hace la realidad? La ilusión de darle un sentido adecuado a los hechos que ocurren desemboca en una batalla diaria de quién lee mejor la experiencia de vivir. En el caso de esta novela, esas disputas están sobreactuadas porque tienen lugar en el pequeño monoambiente de Mastandrea, una especie de ring, habitado por dos personajes que entregan su vida al sentido.

La literatura y el amor, que son los rubros que se mezclan en el libro, nacieron para ser leídos sin llegar a ninguna conclusión. Sobre quién gana, no sé qué decir. A mí me parece que siempre ganan las mujeres.

-T: ¿Cómo manejaste un lenguaje tan preciso cuando pareciera que el personaje no podría hacerlo?
-B: En el único momento en que no pienso en el lenguaje es cuando escribo. Es como un trance de sonambulismo, donde se da la paradoja de estar y no estar en la realidad de la escritura. Después te encontrás con un lector que hace alguna observación y te sentís como el tipo al que la mujer le cuenta que anoche bajó las escaleras dormido, tomó agua, ¡habló! y volvió a la cama. La reacción es de incredulidad: "¿cómo que hablé?. Esa es la sensación que tengo cuando veo el lenguaje que "hice".

-T: Algo de la condición trágica del autor retorna desde la necesidad de ser leído, hasta cierta decepción por no saber si ese otro entiende lo que quiso decir...
-B: Es que me parece que la necesidad de ser entendido y comentado no determina la condición trágica del escritor sino su condición cómica. La única necesidad que debería tener es la de escribir. Ni siquiera creo que haya que hacerse entender, sobre todo si uno sospecha de antemano que lo que es capaz de decir nunca está claro. Todo depende del terreno que se quiera pisar: o se pisa sigilosamente el suelo de la escritura, o se zapatea en el de la imagen personal; o se pone un pie en cada lado, con los problemas que trae hacer ese tipo de equilibrio.

-T: En un reportaje dijiste que la literatura no le importaba a nadie; que estaba la industria cinematográfica, las series, el fútbol. Este libro ¿no funciona también como un aparato de denuncia del sistema de opiniones echado a correr por los medios?
-B: Veo a la literatura como esas estrellas muertas que todavía resplandecen. Y su supervivencia no le importa a nadie. Sin embargo, aún cuando sea un arte en retirada, mantiene con sus amantes una relación de intensidad que es la de toda la vida.

La desgracia que veo no es su marginalidad respecto de los discursos públicos, sino que sobrevive mal, muy presionada por el discurso periodístico que ocupa su lugar y el del resto de los géneros escritos. La paradoja es que es el libro el que mata a la literatura. Me refiero al libro transgénico, ese que puede escribir cualquiera y que es igual a muchos otros. Es común ver que una figura, que no sabe escribir "puto" en la puerta de un baño, sea considerada un autor. De cualquier manera, tengo mis dudas de que la literatura, al margen de sus aportes a la intimidad del lector, haya aportado algo a la humanidad.

-T: ¿Es imprescindible, para la literatura contemporánea, dejar interrogantes, no sólo para encontrar lectores sino que los escritores sigan escribiendo?
-B: No saber, o saber "hasta ahí", es la gran experiencia del acontecimiento literario. No comprendo la gracia de la novela que se ofrece como un manual y tampoco comprendo cómo el lector puede tolerar semejante grado de sobreprotección. La visita guiada a una novela es insoportable. De algún modo es una réplica de la visita a los museos, donde no podés contemplar un cuadro sin que alguien te quiera enchufar un audioguía.

Fuente: Télam

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