Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Maíz inteligente

Un equipo de científicos de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires estudia, con resultados prometedores, los híbridos de maíz y los planteos de producción más aptos para alcanzar un rendimiento óptimo del cultivo.

El maíz viene perdiendo terreno en Argentina por la incorporación de la soja y el aumento de la sequía en algunas regiones. De siete millones de hectáreas cultivadas que tuvo la Argentina en viejas épocas, hoy sólo quedan dos millones y medio. Sin embargo, el consumo interno del cultivo va en aumento, por lo que las industrias necesitarán mayores niveles de producción.
Conscientes de esta necesidad, los productores de maíz están cada vez más abocados a buscar híbridos con mayor tolerancia a los limitantes ambientales - sequías, deficiencias de nutrientes - y al incremento de la densidad de siembra, para elevar el techo de rendimiento, objetivos compartidos con las productoras de semillas.
En esta línea, la cátedra de Cerealicultura de la Facultad de Agronomía de la UBA mantiene contactos estrechos con grupos de productores nucleados en ONG como la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA), técnicos del INTA y empresas semilleras. Además, organiza jornadas y talleres para comunicar al sector productivo los resultados de sus investigaciones.
Según los estudios, algunos híbridos de maíz alteran su comportamiento - altura, disposición de las hojas - de manera sistemática en respuesta a la distribución espacial, la densidad de siembra y el espaciamiento entre hileras de cada plantación. A partir de simulaciones y estudios de campo, los investigadores comprobaron que estas respuestas permiten al cultivo interceptar la misma luz ante cambios en el distanciamiento de las hileras. Por el contrario, los híbridos de estructura más rígida sólo maximizan la intercepción de luz cuando se siembran en hileras cercanas.
“La realineación de las hojas puede ser una reacción de las plantas para colonizar espacios vacíos o minimizar la interferencia entre las hojas”, señala el ingeniero Gustavo Maddonni, profesor de Cerealicultura de la UBA e investigador del CONICET, en un trabajo científico publicado en la revista Field Crops Research.
Es sabido que las plantas tienen la capacidad de modificar la disposición del follaje en respuesta a cambios del ambiente, como la calidad de la luz. Además de utilizar la luz como fuente de energía, las plantas la utilizan como señal para su desarrollo. Para ello cuentan con los fitocromos, una familia de receptores sensibles a distintas bandas de longitud de onda, que intervienen en la germinación, la forma y la floración a lo largo de la vida de una planta.
Sin embargo, no todos los cultivos, ni las distintas variedades de un mismo cultivo reaccionan a los estímulos lumínicos de la misma manera. Maddonni estudió la respuesta a la calidad de la luz de cinco híbridos de maíz de distinto porte, y encontró que sólo algunos, definidos como “plásticos”, pueden reorientar sus hojas hacia los espacios libres. Los estudios demostraron que desde el inicio de la vida, las plantas vecinas compiten entre sí para captar la luz, incluso antes de que la sombra de una empiece a tapar a la otra.
“Casi todos los genotipos que se comercializan hoy son plásticos, ya que han sido seleccionados por los semilleros en alta densidad y en hileras cercanas. Híbridos plásticos que toleran muy bien el estrés por alta densidad podrían tener un buen comportamiento en zonas marginales, pero no necesariamente son los mejores que se pueden usar en esos ambientes”, comenta Maddonni.
El estudio ayudó a desentrañar un interrogante que hasta ahora la ciencia no había podido resolver: por qué no todos los cultivos de maíz captan la luz de la misma manera ante distintas ubicaciones espaciales de las plantas. Ahora se sabe que hay variabilidad genética en los procesos biológicos que gobiernan a la distribución espacial de las hojas de los cultivos.
Maddonni, junto con otros investigadores, siguieron indagando en la cuestión. En recientes estudios llegaron a la conclusión de que la densidad de siembra y el espaciamiento entre hileras no modifican el momento de inicio de la competencia, sino su dinámica, afectando en particular la tasa de crecimiento de las plantas.
Desde muy temprano, los miembros de cada plantación se organizan según una jerarquía de
dominantes y dominados, clave para su destino reproductivo. Cuanto mayor es la densidad de la plantación, más se incrementa la competencia por los recursos escasos. Las plantas dominantes desarrollan mayor cantidad de granos, biomasa y peso que las dominadas.
Según las investigaciones, la densidad de la plantación de maíz demostró ser un factor aún más importante que la distancia entre hileras en la determinación del rendimiento. Maddonni y Otegui estudiaron cultivos experimentales sembrados entre 1999 y 2002 en Argentina, con densidades de entre 3 y 15 plantas por metro cuadrado, y detectaron que, a medida que aumentaba la densidad de la plantación, decrecía la cantidad y el peso de los granos obtenidos, y que las densidades más altas conducían a rendimientos más desparejos entre plantas.
Los estudios también indicaron que los cultivos de maíz menos tolerantes a la densidad de plantación se componían de plantas de muy distinta cantidad de granos, aunque de calidad similar. Por el momento, los estudios arrojan que la densidad óptima alcanzable en zonas de excelentes condiciones ambientales es de 9 plantas por metro cuadrado.
“Hasta ahora, los resultados de la investigación fueron desarrollados en el norte de la provincia de Buenos Aires, y pueden hacerse extensivos al sur de Santa Fe y sur de Córdoba. En el caso de zonas más áridas, como el oeste de la llanura pampeana, hay que tener en cuenta que la escasez de agua condiciona el rendimiento y la tolerancia de los cultivos a la densidad”, finaliza Maddonni.

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