Es a lo que está confrontado en la actualidad el psicoanálisis. Esos ataques no son una novedad, como lo demuestra la historia desde que Freud nombró la palabra inconsciente. Ser atacado es algo bueno. Aún le es necesario al psicoanálisis saber guardar su orientación, sin ceder sus principios y evitar la autosegregación que resultaría de un desinterés de los nuevos pasos que la ciencia puede dar: las ilusiones del amo hipermoderno. Es clave no sólo resistir al cientificismo y a las operaciones de marketing que vienen a su apoyo, a menudo por vía de medios dóciles, cómplices de los imperativos del discurso capitalista.
Escuché recientemente a una mujer dedicada a la política que decía: "Hay pequeñas cosas que tienen gran importancia". Ese principio me parece que condensa la orientación que exigimos, en términos muy simples, y tienen, además, la ventaja de subrayar que "pequeñas" cosas tienen una "gran" importancia. Formado en el psicoanálisis como experiencia personal, un practicante sabe, por ejemplo, que el ser humano es un viviente cuyo cuerpo está mercado por la lengua, y que el pequeño hombre (el niño) es portador de un saber para escuchar, haya o no hecho, por ejemplo, la "elección" autista. Los niños también saben, casi de entrada, que al dirigir las palabras a un analista, éstas toman todo su peso, y les alivian el sufrimiento y la soledad que son propios de cada uno.
Fuente: Télam