Deidades bucólicas; relacionadas con la agricultura, la fertilidad, la vida, el amor, la música y la naturaleza.
Además de curar los enfermos, estas sacerdotisas eran depositarias de la tradición y del nacionalismo de sus pueblos, presidían algunos actos públicos y hacían gala de gran sensualidad, belleza e independencia; druidesas, entre los celtas, sorginas (del vascuence sortu: nacer, concebir, y egin: hacer: hacedoras de nacimientos o parteras), entre los vascos. Todas estas características atrajeron la atención del Santo Oficio, apoyado por la conveniencia de los diversos reyes que extendían sus dominios sobre esos territorios de enemigos paganos. Los inquisidores, si bien muchos tenían sus barraganas, no estaban dispuestos a tolerar la sensualidad, la liberalidad y la importancia de estas mujeres que competían contra su dios, su autoridad y contra su propio oficio. Se redactó el“Malleus Maleficarum”, (Sprenger, 1487), manual escrito para la condenación de estas mujeres a las que se denominó brujas. De jóvenes y bellas, se las hizo viejas y feas; se las asoció con el demonio; lo mismo se hizo con su dios, que de benévolo se lo transformó en maligno, y su imagen quedó para siempre como representación del diablo. Las fiestas de la naturaleza, en honor de Aker (chivo) que se celebraban en la pradera (del vascuence, larre): akelarre, fueron el blanco de las crueles razias de la Inquisición. Solamente en la primera mitad del siglo XVII, 60.000 mujeres fueron denominadas brujas, torturadas y condenadas a la hoguera. La mujer, que hasta ahí, había tenido su preeminencia, quedó sometida, intimidada, mutilada en su sensualidad y apartada del poder. Vestida ya con su cofia y su saya, la reencontramos en la edad media.
Alejandro Sicardi
Médico - Docente de Salud Mental
Facultad de Medicina de la UBA
[email protected]
www.sicardialejandro.com
LE: 5172199