(Télam; por Ramón Espilocín).-
"Es la gran oportunidad para que todos los artesanos locales, del departamento de Tinogasta y de toda la zona oeste puedan exponer sus obras en madera y piedra, sus ponchos, dulces, confituras, y tejidos", dijo el intendente de Fiambalá, Julio Serrano a Télam.
La Historia de San Pedro dice que en la época del dominio español, el capitán Domingo Carrizo se dedicaba al comercio, realizaba largos y penosos viajes al Alto Perú y Bolivia, adonde llevaba, en mulas, pasas y aguardiente, y traía artículos de Castilla, como muebles, platería y joyas.
En uno de esos viajes, en un pueblo perdido de Bolivia, tomó conocimiento que en una iglesia casi destruida, los indígenas adoraban a San Pedro, a quien brindaban cultos bárbaros con poca devoción.
Cuando Domingo Carrizo ingresó al santuario para orar y ver a San Pedro, sintió el deseo de llevárselo con él, pero para ello le pidió al Santo que "si quería venir, a la medianoche debía estar la puerta abierta del templo".
El capitán Domingo Carrizo regresó a la medianoche y las puertas de la iglesia estaban abiertas.
Sin meditarlo levantó a San Pedro en su brazos, lo acomodó en una "petaca" de cuero y emprendió viaje, perseguido por los indígenas, quienes embravecidos trataban de recuperar a su patrono.
Cuando era inminente la captura del capitán Domingo Carrizo y la imagen de San Pedro, se levantó un fuerte viento y la polvareda desorientó a los nativos.
{adr}Carrizo continuó con su marcha por la Quebrada de Humahuaca (Jujuy), Salta, e ingresó a la Quebrada de los Valles Calchaquíes, teniendo en su haber ya el primer milagro, es decir el haber logrado escapar de los indígenas.
Luego de mucho peregrinar, el capitán Carrizo, con profunda fe religiosa, le pidió a San Pedro que le indicara a donde quería quedarse.
Así fue que llegando a Fiambalá, la mula que transportaba la imagen, cayó al suelo, al lado de un frondoso algarrobo.
El capitán Domingo Carrizo se apeó y corrió para levantar a la mula, pero le fue imposible debido al peso de la carga.
Carrizo pidió ayuda, pero todos los intentos fueron en vano.
Acto seguido sintió que esa era la señal que le enviaba San Pedro y que ese era el lugar en el que quería quedarse.
Tal era la devoción del capitán Domingo Carrizo, que en su testamento redactado el 17 de agosto de 1795, ordenó los espendios con que se deberá mantener el templo de San Pedro y además su deseo de que su cuerpo fuera sepultado en el mismo edificio. (Télam).