Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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¿Azúcar o sacarina?

Es cierto, cómo no, que si hasta aquí no ha tenido un alto nivel tampoco se ha sentido en la obligación de certificarlo en una fase clasificatoria que por su misma conformación no la sometía a riesgos mayores.

Había que jugar mal, muy mal, pero mal con ganas, para no atravesar con éxito un grupo de cuatro equipos de los cuales avanzan dos y un probable tercero, más el regalo añadido de contar con la inestimable presencia de Jamaica, uno de las formaciones más precarias no ya de esta edición sino de la historia de la Copa América.

(Y eso sin contar que Paraguay afronta una transición por demás austera y que, ausente Luis Suárez, la Celeste de Uruguay anda siempre con lo puesto).

Desde esa perspectiva no está nada mal haber terminados primeros después de empatar con los guaraníes y vencer a orientales y 'reggae boyz': tarea cumplida.

Claro que así como es justo reponer que la Selección ha estado en correspondencia con su piso, no es menos justo o, para ser más exactos, prudente, interrogarnos acerca de su techo posible, de la naturaleza de un equipo que por momentos insinúa alcanzar las altas cumbres y en otros momentos da toda la sensación de que carece de resto físico, de cohesión, de templanza, de lucidez, de mando y de grandeza.

Un equipo, el de los momentos brumosos, que, sea dicho de una vez, transmite la inquietante impresión de que puede perder incluso ante el menos acreditado, que puede perder con cualquier rival que se anime un poco a aprovechar las espaldas de Javier Mascherano, las vacilaciones de los defensores centrales y una insospechada falta de convicción, en el uno por uno y en el colectivo.

Perder una inusitada situaciones favorables para consumar un resultado amplio y confortable, puede obedecer a una circunstancial falla en el remate al gol o a una notable actuación del arquero adversario, o a desafortunados ajustes en el último pase, incluso a todos esos factores acumulados, pero en Viña del Mar pasaron cosas más preocupantes.

En principio, hubo unas cuantas jugadas, unas cuantas circunstancias, unos cuantos momentos, que parecieron sorprender a los jugadores argentinos víctimas de una especie de relax gozoso expresado en la peregrina creencia de que más tarde o más temprano, lloviera o tronara, los goles, la goleada, iban a llegar.

Como si los goles se convirtieran por generación espontánea.

Pero supongamos que después de haber jugado un muy buen primer tiempo y de haber desaprovechado la oportunidad de golear o por lo menos de ganar de forma concluyente, la Selección no dejaba de tener el partido a rienda corta, lejos de su área, lejos de Chiquito Romero, firme, rocoso, convencido, hasta llegar a un final del juego si no despreocupado teñido de la consabida aureola de superioridad ante un contrincante, Jamaica, de una pobreza desoladora.

La imagen habría sido otra y otro el fulgor de las miradas de cara al futuro inmediato.

Desde luego que esa imagen no garantizaba nada, jamás hay garantías, pero terminar pegándole de punta y para arriba contra Jamaica, con las estrellas desaparecidas en inacción y el equipo todo víctima de un ataque de pánico escénico, en fin, cómo disimular escenas así de penosas, cómo no concluir que esta Selección, la del Tata Martino, es hoy pan que no se vende y harina que no se amasa y que así como asoma factible que de una vez por todas dé el gran salto de calidad, no deja de promover escalofríos la posibilidad de que nos desayunemos con un sapo descomunal.

Fuente: Télam

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