Para las cuatro generaciones jóvenes que no vieron a Angel Labruna, que hizo casi 300 goles oficiales al cabo de dos décadas -entre 1941 y 1959- jugando para River, el Beto Acosta bien podríahaber sido hijo de aquél.
Un primer rasgo de ambos: la inteligencia. Esa condición del delantero vivo, pícaro, rápido para resolver. Labruna, integrante de aquel célebre equipo que fue inmortalizado como La Máquina, eraquizá más veloz en espacios cortos. (Télam).