Delicia de los años noventa que supimos conseguir, el llanto ha sentado sus reales, está difundido, naturalizado, y hasta bien visto en algún sector de la tribu futbolera, por lo menos en ese que confunde defensa de los derechos con pataleo vil, o franca mariconada.
Pero los portadores del mejor estandarte plañidero no son ni los hinchas, ni los simpatizantes, ni los dirigentes, ni ocasionales despistados. (Télam)