El número uno del mundo se impuso al cabo de una hora y 56 minutos de un match interrumpido dos veces por la lluvia y que tuvo todo el calor y el color de este sublime escenario tenístico, que hasta incluyó un paseo "como Dios lo trajo al mundo" de un espectador exhibicionista sobre el raleado césped del court central.
Todo eso disfrutó el argentino, quien pese a no revalidar actuaciones anteriores que le otorgaron el merecido boleto a esta final, lució distendido y se ganó la simpatía del público inglés bromeando en inglés, al término del partido, cuando prometió "un pronto regreso" para ganar "la final del año próximo".
Anteriormente y por haber accedido a las semifinales, ya había superado al prócer del tenis argentino, Guillermo Vilas, quien sobre el temido césped londinense solamente había progresado hasta los cuartos en su época de mayor esplendor, en 1976 y 1977.
Porque eso o poco menos debe sentir un veinteañero argentino después de estar parado en el escenario mayor del planeta recibiendo el aplauso del público más excelso del tenis mundial. Y de esos "sueños del pibe" es feo despertarse con una derrota, aunque en este caso perder no duele nada, pero nada. (Télam)