Nada cambió en la rutina de los damascenos: comercios, escuelas, transporte público, bancos, todo funciona como si en esta ciudad no existiese un conflicto armado que torna cotidiano el ulular de sirenas, el inconmensurable caos vehicular y el sonido grave, profundo, de cañonazos y bombas que se adivinan en la periferia.
Con cinco mil años de historia, Damasco es la ciudad habitada más antigua del mundo y en sus zocos (mercados populares) aún conserva vestigios de tiempos en los que fue uno de los centros del poder.
Apenas unas pocas cuadras separan en el zoco de Jamidiye la tumba de Saladino -el libertador de Jerusalén al vencer a los cruzados- del templo de Júpiter, el dios principal de la mitología romana, padre de dioses y de hombres. Dos símbolos cuya fuerza parece no alcanzar para detener este enfrentamiento que enluta a Siria desde hace más de dos años.
Más allá de la imagen de serenidad que pretende transmitir cualquier funcionario o allegado al gobierno, la realidad es que los focos insurgentes son muchos y la geografía escarpada y montañosa de Damasco no ayuda a sus persecutores.
"Nosotros en Siria tratamos con terroristas que penetran en zonas dispersas y huyen de un lugar a otro porque no son un ejército en el sentido convencional. Lo que hacemos es golpear a los terroristas y no liberar tierras", dijo a este enviado el presidente Bashar al Assad, durante la entrevista exclusiva realizada en el Palacio del Pueblo de esta ciudad.
No es potente ni de alta tecnología el armamento que poseen los insurgentes. Pero la ubicación, muchas veces aprovechando las alturas del monte Qasioun o simplemente utilizando morteros, les permite, junto con la técnica de medición de grados azimut, tener bastante precisión.
En Damasco, sus objetivos no son otros que viviendas, ya que la ciudad está densamente poblada en sus suburbios. Así, uno de esos ataques cayó en el barrio cristiano de Babtoma causando varios muertos y heridos, y otro con coche bomba en la céntrica Plaza de los Omeyas, apenas a metros del hotel donde se aloja Télam.
De día son permanentes las explosiones, pero al caer el sol y hasta cerca de la medianoche se intensifican sobre los barrios de Darayah, Harasta, Yubar y Doma, a los que generalmente se les corta la luz para poder cercar más fácilmente a los rebeldes. Así, los disparos de las fuerzas militares suelen surcar el centro de la ciudad hacia los suburbios.
Otros puntos conflictivos están ubicados en el Aeropuerto Internacional de Damasco, la autopista que lo une con el centro y las afueras del barrio de Harasta.
El aeropuerto es el objetivo máximo de los insurgentes y por eso, con una resistencia que preocupa a las autoridades, los combates allí se extendieron más de lo esperado.
Por eso también los retenes militares y los controles están por todos lados, transformando algunas zonas de las más transitadas en verdaderos caos vehiculares.
"¿No les preocupan tantas explosiones y ataques", preguntó Télam a un parroquiano sentado a una mesa de Dumma, un típico café donde las horas pasan más lentamente compartiendo el placer de fumar el narguile.
"Insh Ala" (Dios proveerá), responde Samer provocando una leve sonrisa entre sus compañeros de mesa quienes, sin embargo, jamás levantaron la vista del tablero de Tawelh para no perder noción del juego.
Hisham, a su lado, completó la frase tan común en el vocabulario árabe. "Sabemos que no todo está bien, pero nuestra vida
no puede cambiar radicalmente", explicó con voz pausada y sin sorprenderse por la nueva explosión que nos recordaba que la milenaria Damasco no es la misma que fuera.
Fuente: Télam
