Cuando Lula, tras sus años de militancia en el sindicalismo decidió después de tres derrotas presentarse nuevamente a elecciones, quizás tenía la firme convicción de que este movimiento, que había logrado reunir a intelectuales, obreros, estudiantes, sindicalistas y curas de base, dejaría una marca en la historia.
Su triunfo en 2002, su reelección en 2006 y su legado encabezado por la presidenta Dilma Rousseff en 2010 le dieron la razón y ahora, de cara a los comicios de 2014 es el momento de evaluar hasta dónde el PT puede seguir reformando lo que ya reformó, mantener lo que logró, y saldar las cuentas pendientes con la flamante clase media y los movimientos populares.


Es que este PT que nació de la izquierda y se fue acomodando de acuerdo a los parámetros de la realidad, generando y rompiendo alianzas, tuvo sus logros sustanciales en este período y las cartas que juegan a favor son indiscutidas: de acuerdo a la ONU, durante sus doce años de gobierno la pobreza disminuyó de 24,3 al 8,4% y la indigencia fue del 14 al 3,5 %. Además, cayó el desempleo, el trabajo infantil y subió el nivel de escolarización.

El Brasil de 2002 sufría pobreza y severos problemas de desigualdad.
Las transformaciones sociales ligadas a decisiones políticas del PT en cuanto a reformas económicas y a planes sociales, como el Hambre Cero y posterior Bolsa Familia, hicieron que salgan de la pobreza más de 22 millones de personas.


El PT de Lula al frente del Ejecutivo, período 2002 a 2010, fortaleció el mercado interno por medio del aumento en los salarios, diversificación de los créditos y facilidades para que la clase media pudiera acceder a ellos.


No obstante, durante su gestión, atravesada por la crisis financiera internacional, las transformaciones fueron lentas y los escándalos de corrupción opacaron el brillo de los logros: el Mensalao (mensualidades), una red de sobornos en el Congreso, puso a prueba los valores del partido y Lula debió enfrentar hasta cárcel para muchos de sus colegas políticos, incluso hasta para el ex presidente del PT, José Genoíno y a quien fue su jefe de gabinete, José Dirceu, luego reemplazado por Rousseff.


Dilma llegó al gobierno con un aire renovado, luego de haber trabajado también como ministra de Lula. Con historias distintas pero representando el mismo proyecto político -Lula nació en Pernambuco y es de origen humilde, Dilma es nativa de Belo Horizonte, hija de clase media y ex presa política durante la dictadura-, ambos supieron llegar a la política por un camino de militancia.


Los unió también la fortaleza de enfrentar la misma enfermedad en momentos clave de sus respectivas carreras políticas; Dilma al enfermarse de un cáncer linfático previo al triunfo de 2010, y Lula, meses después, por un cáncer de laringe de los cuales se recuperaron notablemente.


El plan de gobierno de Rousseff siguió básicamente los mismos pasos que su antecesor en áreas internacionales, económicas y sociales, encaminando su acción hacia el objetivo de terminar con la pobreza extrema, pero en este nuevo período el desafío será sostener los logros y responder la demanda de la clase media, enfrentando un momento de estancamiento en la economía, y amenazada por la inflación.

Rousseff enfrentó el escándalo por espionaje global de parte de EEUU, la organización y realización de un Mundial, la previa de los juegos olímpicos de 2016 y una ola de protestas en las calles durante plena Copa de las Confederaciones que amenazó con el fracaso del evento futbolístico que tendría repercusión en el mundo.


La abanderada del PT respondió a las protestas con un paquete de medidas enfocadas en el transporte, y en mejoras en la educación y la salud argumentando que era necesario escuchar la "voz del pueblo" que había recibido beneficios y venían por más.


En esa línea envió al congreso la ley de reforma política, que luego fue negada por el parlamento y días atrás, pisando las elecciones, presentó un programa con cinco propuestas para endurecer la lucha contra la corrupción y la impunidad, lo que ya había adelantado en Naciones Unidas, un "combate total de la corrupción" que atenta contra lo público.


Ahora, con un derechista Aécio Neves tercero en las encuestas y su principal verdugo, la propia Marina Silva, quien militó gran parte de su carrera dentro del PT y se alejó "para no traicionar sus ideas", deberá lograr una victoria en un Brasil que exige desde todos los sectores.


Si lo logra, será el momento de afianzar los logros que el PT prometió en sus inicios, o de suavizar las reformas y decepcionar a quienes aún siguen apostando por el histórico partido del más grande país de América Latina.
Fuente: Télam